Mil Canciones Sobre Ti

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Chiara apretó la mano de Violeta cuando vio como la primera lágrima caía. Quería secarlas con sus dedos; quería meterse dentro de su cabeza y borrar de su cerebro cualquier recuerdo que pudiera tornar triste sus días.

Pero no podía. Así que se limitó a escucharla. Sería su papelera emocional donde Violeta desecharía todo lo malo que tenía dentro.

— La cosa iba genial. Estuvimos juntas años. Estuvo en mi graduación. Conocía a todos mis amigos. Pensaba que íbamos a estar juntas toda la vida.

Graduación. Chiara pensó en aquella noche que llevó a Violeta a su casa, y en la de fotos que había visto ahí, todas colgadas con orgullo. En la mayoría de ellas, la morena recordaba vagamente la cara de una chica rubia junto a la motrileña.

— Pero entonces su padre murió, y se lo tomó muy mal. Empezó a beber y a... — Violeta la miró — A fumar todo el día. Cualquier cosa que le evitase pensar.

— Fase de duelo — Chiara dijo, acordándose de la frase que había usado antes Tana. Violeta sonrió, asintiendo.

— Cada vez iba a peor, pero suponía que era una mala racha — tomó una gran bocanada de aire — Intentaba apoyarla lo más que podía, pero no sabía cómo. Cuando llegaba de trabajar, estaba en el sofá, como siempre — Violeta cerró los ojos, y Chiara sabía que estaba reviviendo la imagen que le había contado — Y cuando se daba cuenta de que estaba en casa, solo quería echar un polvo. Para pasar un buen rato, decía.

Chiara apretó su mandíbula con fuerza. No le gustaba hacia donde iba la conversación.

— Al principio le decía que no, y ella me respetaba — Violeta dejó de mirar a Chiara, avergonzada. La inglesa agarró su barbilla e hizo que se girase para que pudiera ver sus ojos.

— Eso no es algo de lo que te tengas que avergonzar. Y menos conmigo — Violeta asintió, y se acercó más a ella, apoyando su cabeza en el hombro de Chiara.

— A los meses, ella insistía y yo cedía. Solo quería que estuviera feliz, y después de follar se ponía contenta — Violeta se rio amarga ante su necesidad de complacerla — Odiaba volver a casa. Sabía que iba a estar ahí esperando para echarme un polvo. Me inventaba mil excusas para llegar tarde y así pillarla dormida.

Violeta se abrazó al bíceps de Chiara, buscando algo de calma entre tanto alboroto.

— Con el tiempo, decidí empezar a salir de noche, para verla el menor tiempo posible. Me... — Violeta se quedó callada, intentando encontrar la palabra exacta, o habiéndola encontrado pero incapaz de decirla en voz alta — Me daba miedo.

— Vivi...

— No le gustó que saliera tanto. No le gustaba la ropa que me ponía. Y yo me quería rebelar contra ella, y salía más — levantó la cabeza para mirarla — Y así fue como te conocí.

Chiara recordó aquella noche. Recordó cómo la vio llorar en el coche porque no quería ir a casa; cómo Violeta la besó con rabia, como si la odiase y quisiese a la vez; cómo se negaba en rotundo a meterse en la cama porque no quería, no quería.

Pensaba que simplemente estaba actuando como la típica borracha testaruda, pero ahora veía que todo tenía mucho más trasfondo.

La inglesa le dedicó una sonrisa triste, y puso su mano en la mejilla de Violeta. Besó su frente y la pegó a su cuerpo. Violeta descansó su cabeza en su hombro.

— La cosa siguió así un par de meses más, hasta que un día me desperté con un montón de llamadas perdidas de mi madre.

Chiara siguió acariciando su mejilla, y Violeta se centró más en la delicadeza de las yemas de sus dedos que en la dureza y pesadez que aquellos recuerdos cargaban tras de sí.

Mentiras de Jarabe | KiViOnde histórias criam vida. Descubra agora