Capítulo uno: Susurros

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☆☆☆


Ahí viene de nuevo, nunca falla. Una veloz ráfaga de recuerdos en forma de flashes me inunda la mente.

«—La pesadilla —murmuro para mí mismo.»

Aunque hace mucho tiempo dejé de soñar en todos los sentidos posibles, esta maldita pesadilla siempre regresa, golpeándome como luces intermitentes y llenando mi cabeza con fragmentos de imágenes, siempre las mismas. Me sumerge en un trance perturbador del cual aún no he logrado liberarme. No estoy seguro si todo esto forma parte de la tortura en mi propio infierno personal, pero cada vez que llega, me deja sintiéndome atrapado en un laberinto de desesperación.

En una noche envuelta en oscuridad, nos aventuramos por la vía sin rumbo claro. No logro recordar qué estábamos haciendo antes de eso, pero puedo evocar con cierta claridad lo que sucedió más tarde esa misma noche. Alrededor de las 2:41 a.m. del domingo, según indicaba el reloj sobre la guantera del auto, los detalles de la fecha se han desvanecido en la neblina del olvido. La carretera se extendía solitaria ante nosotros, iluminada únicamente por los faros del automóvil que cortaban la oscuridad. Él, un chico rubio cuyo rostro se desdibuja en mi memoria, estaba al volante, mientras el resto de nosotros reíamos por algo que ahora escapa a mi recuerdo. Las conversaciones, los detalles, se han perdido en las sombras del tiempo, dejando solo la presencia de él, difuminada pero significativa en mi mente. Pensar en él aún evoca una sensación cálida y familiar, aunque la misma calidez se ha desvanecido en el trasfondo de mi existencia.

Recuerdo un poco más de ella. Es un recuerdo que se aferra a mi mente con fuerza, como una luz en la oscuridad. Un ángel de cabello dorado y ojos azules como zafiros, tan hermosa que su imagen parece grabada en mi alma. La veo sonreír con una alegría contagiosa, y su felicidad se convierte en la mía. Desearía poder recordarla con mayor claridad, desearía poder traerla de vuelta con más detalle y quizás encontrarla de nuevo. Pero, como todo lo demás, su imagen se desvanece en la neblina de la memoria, dejándome con un anhelo imposible de satisfacer.

Seguíamos adelante por la carretera, ignorantes del peligro que se cernía sobre nosotros. Maldigo mi incapacidad para recordar el modelo del automóvil, pero todo lo demás estaba claro en mi mente. Éramos un grupo de amigos, riendo y bromeando en la oscuridad de la noche. En ese momento, no había miedo, solo una sensación de invencibilidad y camaradería que nos envolvía.

El motor del automóvil rugía como una bestia, mientras las luces de la ciudad se desvanecían en el horizonte. El viento nocturno murmuraba secretos a través de las ventanas, llevándose consigo el calor de nuestro pequeño refugio móvil. Pero bajo esa aparente calma, un presentimiento de inquietud se filtraba en mi mente, como una sombra acechante en la oscuridad de la noche. Un escalofrío recorrió mi espalda mientras mis sentidos se agudizaban, como si mi intuición estuviera tratando de advertirme de un peligro inminente. ¿Qué era lo que no podía ver en la oscuridad de esa noche? ¿Acaso había algo acechando en las sombras de la carretera desolada?

La verdad es que era imposible percibir lo que sucedió segundos después de doblar en una curva porque todo pasó tan rápido que se convirtió en un borrón de movimiento y sonido. El camión emergió de la oscuridad con una velocidad inesperada, o quizás fuimos nosotros quienes aparecimos repentinamente ante él; supongo que depende de la perspectiva con que se mire. El chico que estaba al volante se esforzaba frenéticamente por esquivar la colisión, luchando desesperadamente por salvarnos o, tal vez, por salvarse a sí mismo. Nuestras vidas quedaron suspendidas en un frágil equilibrio, mientras los faros del camión, dos enormes ojos diabólicos de color amarillo, se acercaban velozmente como los de una bestia hambrienta. No tuvimos tiempo de inundarnos de terror o de miedo, y en solo segundos, que más bien parecieron días y años, las risas se apagaron, la diversión se terminó. Era como si el aliento helado de la muerte apagara la llama de las velas de nuestras vidas.

El nombre de las estrellasWhere stories live. Discover now