Capítulo dos: Algor mortis

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¿Has tenido alguna vez la sensación de que perdiste algo, no sabes el qué, pero necesitas encontrarlo con todas tus fuerzas? ¿Y has sentido que el universo entero u otra fuerza mayor conspira con todas sus fuerzas para impedirte encontrarlo? A mí me sucede a menudo. Perdí a alguien, y la necesidad de encontrarla me consume día tras día. Pero cada intento es un nuevo fracaso, una derrota que se repite una y otra vez. Me siento atrapado en un ciclo interminable de desesperación y búsqueda infructuosa, como si estuviera condenado a vivir en la sombra de lo que alguna vez fue.

Desde que el sol salió nuevamente, me encuentro caminando por las calles que, a estas horas tempranas, aún conservan un aire de tranquilidad. Me sumerjo en mis nuevos recuerdos, aquellos que he cultivado desde mi renacimiento en esta extraña realidad. Han pasado dieciséis años desde entonces, y cada día es una lucha por comprender mi existencia y encontrar respuestas a las preguntas que me atormentan.

El aire de la mañana me envuelve con su frescura, como si intentara susurrarme secretos del pasado. El silencio de las calles desiertas me permite reflexionar sobre mi búsqueda incansable, sobre las razones que me impulsan a seguir adelante a pesar de los constantes fracasos. Cada paso que doy me acerca un poco más a la verdad, aunque sea una verdad que aún no puedo vislumbrar por completo.

En medio de mis pensamientos, una chispa de intriga se enciende en mi mente. ¿Qué se esconde detrás de esta realidad que he aprendido a llamar hogar? ¿Qué secretos aguardan en las sombras, esperando ser descubiertos? La sensación de que algo más grande está en juego me impulsa a seguir adelante, a pesar de las dudas y los temores que amenazan con consumirme.

Así que continúo mi camino, con la esperanza en el corazón y la determinación en la mirada. Porque aunque el camino sea oscuro y lleno de obstáculos, sé que cada paso me acerca un poco más a la verdad que tanto anhelo. Y mientras el sol se alza en el horizonte, yo sigo adelante, listo para enfrentar lo que sea que el destino tenga reservado para mí.

Desperté en un viejo departamento, mis nuevos ojos, aún desorientados por el despertar, podían captar con claridad cada detalle del abandono que envolvía el lugar. La luz mortecina filtrándose por las rendijas de las persianas revelaba un escenario desolador. Un olor a humedad y descomposición se filtraba por el aire.

El espacio era reducido, como si el tiempo mismo hubiera encogido las paredes para ocultar los horrores que albergaba. Una habitación se abría hacia un baño mohoso y desagradable. La puerta principal conducía a lo que imaginé sería la sala de estar y la cocina, pero ahora se convertía en el escenario de mi confusión y desesperación. Allí yacía yo, sobre el suelo sucio y manchado, una figura solitaria perdida en un mar de desechos y oscuridad.

Los muebles, escasos y maltrechos, apenas mantenían su integridad en medio del caos reinante. Un sofá de terciopelo rojo, se erigía como el único vestigio de confort. Pero incluso su presencia no lograba disipar la sensación de desasosiego que se aferraba a mi ser como una sombra implacable. Pasé días enteros explorando cada rincón de aquel lúgubre refugio, buscando desesperadamente algún indicio que pudiera arrojar luz sobre mi situación. Pero cada intento resultaba en una nueva frustración.

Después de un año de persistente búsqueda de conexiones en aquel deplorable apartamento, finalmente fue ocupado por un nuevo inquilino: un adicto al crack. Aunque sinceramente, deseaba no tener ninguna relación con él. Sin embargo, la visión de su figura consumida por los excesos, con ojos siempre enrojecidos e irritados, y una cara cubierta de grasa prematura, me llenó de una extraña esperanza. Anhelaba que este desdichado fuera mi redentor, que de alguna manera estuviera vinculado a mi destino perdido. Observé cómo sufría durante meses, entregado a su propia autodestrucción, y aunque deseaba desesperadamente encontrar respuestas en él, finalmente tuve que aceptar la cruel realidad: era demasiado tarde para mí. Nadie podía salvarme. Aunque compartíamos una vida marcada por la desdicha, comprendí que estábamos condenados de manera diferente, cada uno luchando en su propio infierno.

El nombre de las estrellasWhere stories live. Discover now