Capítulo tres: Les Misérables

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Advertencia de Contenido Sensible:

"Este capítulo contiene descripciones detalladas de situaciones y eventos que pueden resultar perturbadores o angustiantes para algunos lectores. Incluye temas como violencia, abuso, violación, trauma emocional y físico. Por favor, proceda con precaución y tenga en cuenta su bienestar emocional al leer. Si estos temas le afectan de manera significativa, les recomiendo considerar si es apropiado para usted continuar con la lectura."


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Una vez que cruzas el umbral hacia la muerte, te enfrentas a una verdad irrefutable: te acostumbras o al menos intentas hacerlo, aunque no tengas otra opción. Muchos se aferran a la ilusión de que sus vidas no podrían ser peores, sumidos en su egoísmo, sin percatarse del abismo que yace más allá. Pero, ¿cómo podrían saberlo? La muerte es un enigma que solo se desvela cuando llega.

Los centros comerciales y los parques son mis refugios preferidos, abarrotados de gente absorta en preocupaciones triviales que, al final del día, carecen de importancia real. Lo curioso es que estas personas no se dan cuenta de su propia ignorancia. Yo, en cambio, soy plenamente consciente, así que las observo a todas. Muchos aparentan llevar vidas perfectas, mostrando una fachada de felicidad, pero ¿realmente lo son?

La muerte es un destino inevitable del que nadie puede escapar, por más que lo intenten. ¿Cómo lograr que comprendan esto?

Hoy el centro comercial rebosa más que nunca, y yo me deslizo entre la multitud como un espectador solitario en busca de mi próxima víctima. Mi lista aún no está completa, así que he estado buscando un candidato adecuado durante algún tiempo. Entre la maraña de personas, un chico en silla de ruedas, empujado por su madre, llama mi atención. El sufrimiento impregna su ser, una sensación que conozco demasiado bien, evidente en cada línea de su rostro. La madre, extrañamente, parece incapaz de percibir su dolor. En cambio, se esfuerza por hacerlo feliz, sin percatarse del peso que él carga. Estudio la escena con detenimiento, y Alex, como lo llamó su madre, parece ser un candidato prometedor.

La extraña sensación que siempre precede a la Pesadilla me asalta de forma inesperada. Trato de no dejarme llevar por ella, pero al final, cedo sin resistencia. Después de mi dosis diaria de eternidad de sufrimiento y dolor, mezclada con recuerdos borrosos que alimentan mi desesperación por la falta de memoria, decido dejar pasar la oportunidad de perseguir a Alex y su madre. En cambio, siento que es hora de visitar a mi mejor amiga.

Entro a la pequeña farmacia donde trabaja Laura y su sonrisa de bienvenida me llena de alivio. Observo sus pequeños ojos negros, que intentan ocultar un vacío que solo yo puedo ver.

—¡Muy buenos días! Qué alegría verte de nuevo, señor Blanchard —saluda Laura con un tono amable y genuino.

—Hola, Laura. Igualmente me alegra verte —respondo con una pizca de ironía.

El señor Blanchard, un anciano que entra a la tienda al mismo tiempo que yo, se dirige a Laura para solicitar su medicina habitual.

—Necesito ver la receta un momento, por favor —pide Laura con profesionalidad.

—Por supuesto —responde Blanchard mientras extiende una mano temblorosa y arrugada por la edad—. Aquí tiene.

Aprovecho el momento para compartir un poco sobre mi situación con Laura.

El nombre de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora