11. Una mirada, un punto. Parte uno

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Los nervios los tenía de punta, seguramente estaba a punto de mearse encima, el corazón no dejaba de latirle tan fuerte como los últimos segundos de una bomba a punto de explotar. La pequeña campana tintineó y el encargado apareció del lado norte del puerto.

—¡A formarse!—exclamó.

In-yeop tragó saliva con dificultad y siguió al tumulto de personas para formarse al lado de Myung-jun y Camilo. Quiso irse, salir corriendo, pero sus pies no se movieron. Él no quería fracasar, temía decepcionarse, si lo hacía; no se lo perdonaría.

Myung-jun aclaró la garganta, rozó su mano y por el rabillo del ojo pudo notar como trataba de darle ánimos.

In-yeop asintió quedo, relamió sus labios y se concentró en las palabras afirmativas de sus colegas de trabajo:

—¡Aquí!

—Presente.

—Listo para abordar.

Percibió el entusiasmo en cada persona.

—Kim Myung-jun.

—¡Aquí!—exclamó.

—Ya sabe qué hacer—indicó el encargado.

Myung-jun alcanzó sus maletas y salió de la fila. Caminó a paso lento, calmado, sonriéndole al hombre de seguridad y al canino que le acompañaba. La revisión de los equipajes era parte del protocolo, nada de qué sorprenderse, se abrían las maletas superficialmente, revisaban que los tripulantes no llevaran sustancias ilícitas e ilegales o cualquier objeto o cosa que llegara a afectar o poner en peligro la vida de los demás dentro del crucero. El perro antidrogas hizo su trabajo, las maletas estaban limpias, no dio indicios de nada extraño o fuera de lo normal.

Myung-jun recibió luz verde, estaba dentro.

—Maldito hijo de perra con suerte—murmuró In-yeop.

Luego de haber llamado a dos mujeres y un hombre, escuchó su nombre.

—¡Aquí!

Él siguió el mismo y aburrido protocolo, copió las acciones de su amigo, fingió desinterés ante la revisión de sus maletas.

Luz verde para él también.

Arrastró sus maletas al mismo tiempo que su corazón se calmaba, se acomodó el gorro estilo pescador y subió las escaleras para abordar el gran barco, como él llamaba, al estar dentro, pudo notar los pasillos pulcros y elegantes. En las paredes colgaban cuadros que parecían ser una línea del tiempo, una que relataba mediante imágenes la construcción del crucero. Al llegar al final, se encontró con dos pasillos, uno que estaba con vallas de madera doradas y rojas; que impedían el paso, y el otro con un letrero desechable que decía: personal autorizado. Chasqueó la lengua y sin ganas, se dirigió hasta el pasillo del personal. Llegó a los camarotes, sacó del bolsillo trasero de su pantalón la billetera y buscó el papel que le habían entregado el día anterior. Verificó el número de su habitación, la número siete. Le tomó menos de dos minutos llegar a su hogar temporal. Abrió la puerta y al dar un paso dentro, Myung-jun dijo:

—¿Me extrañaste?

—¿No qué te había tocado la habitación número trece?—preguntó confundido mientras cerraba la puerta y acomodaba las maletas en la esquina de la entrada.

—Quería sorprenderte, ¿no creerías que le dije a Chani que nos pusiera en camarotes separados?—sonrió—. En fin, arregla tus cosas rápido. En dos horas empezamos a trabajar.

In-yeop suspiró.

—Sí, seguro—se sacó los zapatos y le tiró el gorro a Myung-jun en el rostro.

Taipán (YM)Where stories live. Discover now