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Quemarse vivo dentro de un volcán ardiente no era exactamente tu forma preferida de hacerlo. El calor y el humo se habían abierto camino dentro de tu garganta hace horas, dejándote con los ojos llorosos y sin aliento. Tus ojos, muy abiertos y salvajes de pánico, van y vienen entre el paisaje rocoso y el abismo rojo y burbujeante. Observaste con horror cómo lo que alguna vez fue tu Capitán se retorcía y gritaba mientras lanzaba uno de sus apéndices con muchos tentáculos hacia ti. Luchando en la otra dirección, corriste hacia cualquier camino abierto que no estuviera oscurecido por la lava o desmoronándose. Tus botas resonaban sobre el terreno accidentado con un ritmo desagradable. Un claro recordatorio de una desafortunada caída que tuvo recientemente aterrizando directamente en su tobillo.
