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Febrero, 2010

Silencio. El silencio inunda la casa, cuando Hoseok se encuentra solo, suele ser así con frecuencia, hasta que escucha los pies de su madre. La puerta de su habitación se abre y hay silencio, otra vez. Con el paso de los segundos, el peso sobre la cama anuncia que está por decir algo. Hoseok, pese a que no abre sus ojos, se pone en alerta y espera por ella. Sabe lo que avecina, su corazón se altera antes de tiempo, cada palabra se crea en su mente, sin importa la realidad. Recibe una caricia en el cabello.

—Hola, mamá —murmura.

Silencio.

—Tenemos que hablar sobre algo importante, ¿puedes mirarme?

Tiene miedo, así que prefiere mentir.

—Te escucho —suspira—. Deja que descanse mis ojos, ¿sí? —Pero no puede hacerlo, apenas dice aquello, escucha como su madre sorbe por la nariz. La mira al instante—. ¿Mamá?

Las manos de su madre toman sus mejillas y sus ojos denotan tanta tristeza que Hoseok sufre, sabe el por qué, lo sabe desde hace dos días.

—¿Qué sucede? —pregunta, aun así.

—Tenemos que hablar sobre ti... sobre tu futuro, la universidad...

Su estómago se aprieta.

—Mamá, cree en mí, por favor, me estoy esforzando, ya verás que ingresaré a la universidad.

—No dudo de ello —asegura—. Sé que lo lograrás, eres muy inteligente, Hoseok.

Arruga el entrecejo, porque sabe hacia donde quiere llegar, pero no va a permitírselo. No puede destrozar sus sueños así.

—Mamá...

—Hijo, tú sabes que no podrás conducir ese vehículo, ¿no? —contraataca al instante.

—P-Pero...

—No te van a dar la licencia para conducir, lo sabes. Tu padre lo sabe y el muy idiota se atrevió a regalarte ese vehículo, aun así, como si fuese una mala broma. Los dos sabemos que será imposible. —Los ojos de su madre vuelven a llenarse de lágrimas—. Tus ojitos, hijo... no puedes, aunque puedas por ahora.

Su visión comienza a empañarse por sus lágrimas. Ha estado tan feliz con esto, con el hecho de tener que practicar para obtener su licencia de conducir, que ni siquiera ha ignorado ese detalle por completo. Hoseok suele olvidar su enfermedad hasta que cae la noche.

—Pero, mamá...

—No puedo dejar que te vayas solo a la capital, Hoseok. ¿Quién va a cuidar de ti cuando... cuando...?

Suspira pesado.

—Sé cuidarme solo, mamá.

—Con los años comenzarás a necesitar ayuda y...

—Pero no ahora —interrumpe, ahogándose con el nudo en su garganta y la lástima en la mirada de su madre—. Falta demasiado para que llegue ese día. Ahora mi visión es perfecta, no tienes que preocuparte por eso. Después me las arreglaré solo.

—¿Y durante las noches?

—Aún veo, mamá —sentencia, alejándose de ella, que no ha liberado sus mejillas durante todo este tiempo—. Y seré independiente hasta que llegue el día en que no pueda hacerlo. No puedes detener mi vida así, sólo porque tienes miedo.

—Hoseok...

El llanto el doble. Ambos se miran con enfado, con una realidad que les pisa los talones, con el miedo a todo. Sin embargo, a pesar de su llanto, la valentía en Hoseok es más fuerte que nunca antes. Aunque para su madre no, y le resulta contradictorio, pero cede a contener su llanto, con el dolor incrustándose en su corazón.

—Mamá, confía en mí, ¿sí? Por favor, no me detengas, no me encierres antes de tiempo. Déjame vivir.

 Déjame vivir

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