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❛no era una despedida para siempre❜
DESPUÉS DE TODO EL REVUELO causado y aclarar un par de cosas, nos llevaron a un pequeño hotel para pasar la noche ahí. Al día siguiente teníamos asuntos que atender en la ciudad y no valía la pena volver al cuartel de reclutamiento. Peggy y yo compartíamos habitación, mientras que la de Steve estaba al lado. Una vez que nos acomodamos, mi hermana aprovechó para hablarme sobre "cosas serias".
─¿A qué te refieres con cosas serias? -pregunté cepillándome las puntas de mi cabello. Aunque éste seguía igual de corto que antes, se enredaba con la misma facilidad que cuando lo tenía largo.
─¿Qué hay de Steve?
─Bueno, supongo que ahora estará en su habitación durmiendo -respondí sin alzar la vista a sus ojos.
─No me refiero a eso.
─Ya decía yo, no era una cosa lo suficientemente seria.
─Me refiero a qué os traéis los dos juntos.
─¿Una bonita y sincera amistad? -contesté alzando una ceja- No sé qué esperas que te responda.
─Pues que te gusta, eso espero oír.
─¿Y esa suposición de dónde la sacas?
─De tu forma de mirarlo.
─Lo miro normal.
Sabía que estaba sonando un poco seca y borde, pero es que realmente quería evitar cuanto antes este tema de conversación. No sé adónde quería llegar, pero definitivamente no era la cosa seria que esperaba oír de ella.
─Y de tus reacciones cuando él te habla o mira fijamente -dijo observándome con detenimiento.
─Me mira normal, Peggy -repetí moviéndome incómoda en el colchón- Igual que lo miro yo a él.
─No estoy segura de eso -dijo levantándose de la cama y caminando hacia el espejo colgado en la pared de enfrente- Te mira de un modo distinto, de una forma especial -murmuró peinándose el cabello con las manos- Él te mira como un ciego mira al sol por primera vez.
°°°
Estábamos en una sala de enfermería en una de las instalaciones disponibles de la sede de investigación en relación al experimento en el que participábamos Steve y yo. Nos estaban haciendo una serie de prueba a ambos, y una de ellas era la extracción de sangre.
Steve se bajó las mangas de su camisa mientras una enfermera me limpiaba una zona del antebrazo con un pequeño disco de algodón humedecido en alcohol. La fina aguja penetró mi piel y observé, conteniendo las náuseas, cómo la jeringuilla se llenaba de un oscuro líquido escarlata. Cuando chasqueé la lengua de dolor, Steve frunció el ceño y apartó la mirada de mí para posarla en mi hermana, la cual estaba sentada delante de nosotros. Ella se encargaba de nuestra supervisión.
