Palermo, 1920

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Palermo, Italia

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Palermo, Italia. 1920


Era 22 de abril de 1920, me encontraba en casa de mi tío envuelto en sábanas de lino e inmerso en la lectura del L'Avvenire dei Lavoratori. El periódico tenía impreso rostros en blanco y negro, la letra se había emborronado por una mancha de hacía días. El olor a tabaco, café y dulces frescos invadía el aire. Tenía entonces 22 años.

Mi tío Nathano detestaba la compañía. El haber pasado el verano reciente junto a él y a su esposa Gina, lo obligaba a ser amable conmigo. Pero cuando me veía vagar por su casa me miraba inexpresivo, con los ojos rodeados de manchas grisáceas a causa del cansancio. Nunca me perdonó el haber invadido su espacio.

Durante ese tiempo pude hacer viajes a la confitería Maccis, con el sol y la bruma de la mañana. El olor dulzón de la tienda parecía una loción frutal, no existía recoveco sin ese aroma. Existían tantos en el aire..., se llegaba por puro instinto. La fragancia de los caramelos de licor y de los chocolates con avellana eran los más intensos.

El viejo confitero era gruñón y cuando quería hablar no podía. Se ayudaba a sí mismo con un bastón, que colgaba al lado de su silla en la entrada. Quizá, aun en su propia amargura, cuidar del jardín de la confitería, oler el humo de algunos carros al pasar y de la brisa marina lo colmaban de vitalidad; placeres bastante alejados del mundo de exquisitos olores en el cual había decidido vivir. Algunas veces lo veía caminar por la plaza cerca a mi casa, hacía sonar las llaves de su pantalón. Maccis se había quedado solo después de perder sus tierras y, aun cuando podía gozar de un sinfín de gustillos, traía consigo el peso del sinsabor. Años después pude entenderlo...

Las noches en Palermo solían ser muy distintas al día. En la noche, las personas dejaban de transmitir la familiar sensación de frescura y se transformaban en tumultos de carne; un fenómeno de la dictadura, algo inalterable. Al final, el día cubría todo hecho, toda matanza, toda marca de sangre.

Mi juventud se convirtió en un trago de desgracias. Todo inició el último verano que pasé en la casa de mi tío. Mi vida se desarrolló, poco a poco, con el mismo ímpetu de muchos, pero con la gran diferencia de vivir siendo otro. Atravesé caminos en donde mi cuerpo dejó de ser mío.

Cada momento ocurrido me enseñó la profunda diferencia entre el mundo y yo. Me tomó tiempo darme cuenta. En ese entonces era un joven enamoradizo, pasaba horas flirteando con las criadas de las casas señoriales o con las jóvenes de la universidad. Hasta entonces había jugado en distintos lados del tablero, me aprendí guiones de memoria para lograr sorprender a cualquiera y asistí a clases en donde no entendía nada.

Creí en el dominio de las personas frente a sus destinos. Ingenuo, tardé en darme cuenta del error. Las personas solo acumulan los errores, frustraciones y rencores de generaciones pasadas; y cuando desean cambiar sus destinos ya no son ellos mismos.

Cuando Mussolini llegó al poder, trajo consigo un cambio radical en Sicilia. Implementó una estrategia, que estaba en su programa previo a Marcia su Roma, y la llevó a cabo con suma disciplina. El estado tomaba represalias contra el crimen organizado y buscó identificar a toda persona perteneciente a la Mafia o en amistades con ella.

Mi padre odiaba a la Mafia y apoyó la lucha; creyó con fidelidad en panfletos, grescas callejeras y matanzas. Fue un fiel defensor de los ideales de Mussolini y vivió con odio constante. Si bien la Mafia fue útil años atrás, cuando recién empezaba mi juventud, el pueblo italiano la consideró una enfermedad. Yo compartí los mismos ideales al no tener otra opción y, aunque mi padre siempre intentó cultivarlos en mí, comprendí que esa profunda y enferma convicción era corrupta.

En los siguientes años, mientras luchaba por conservar mi cordura y complacer a mi padre, mi familia se convirtió en una serie de fantasmas incomprensibles. Acabé por relegarlos al olvido. Muchas personas lograron detectar el hedor a soledad que emanaba de mi cuerpo cuando experimenté el dolor de no encontrar ningún lugar en el mundo para alguien como yo.

De tanto jugar en ambos lados del tablero, un día solo pude escoger uno. Me involucré con uno de los hombres más intocables de la región y conviví con su familia, perdí mi nombre y el título bajo el cual me habían educado; todo esto sin ninguna garantía.

Con la influencia de agentes del gobierno, se consiguió financiar una organización fundada por mi padre. Esa mañana, al leer con tanta despreocupación el periódico, no alcancé a divisar el horror de mi destino. Días después pude conocer en carne y hueso esos rostros impresos, comprendí qué tan real era su lucha.

Sin más, mi familia dejó de tratarme como a un hijo y yo perdí toda esperanza.

Como es natural, las personas se engañan a sí mismas para poder vivir. Cuando supe mi papel a desempeñar, el público ya no era fácil de sorprender. Esto resucitó algo en mí y me trazó un camino más oscuro: el dolor de seducir.

Marcello, 1920Where stories live. Discover now