Segundo cuaderno, cuarta parte

342 30 22
                                    



Permanecimos juntos en esa esquina durante mucho tiempo, agarrados de la mano mientras sonaban canciones picantes en el tocadiscos de su camerino

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Permanecimos juntos en esa esquina durante mucho tiempo, agarrados de la mano mientras sonaban canciones picantes en el tocadiscos de su camerino. Sweety Ray envolvió algunas de sus plumas amarradas en una delicada tela alrededor de mis muñecas mientras conversábamos sobre la última vez que vimos a nuestras familias, y el particular sentimiento de animadversión hacia Jimmy, a su forma de hablar del arte y a su propósito de usarnos cuando no teníamos nada más que dar, salvo nuestras rodillas marcadas y nuestras costillas como bloques de concreto.

Pase la noche con Sweety Ray, escuchándolo, fascinado de su sublime forma de acabar conmigo con tan solo hablar. Le conté a grandes rasgos sobre Andrea y me sorprendí de mi propia necesidad, hablar de él cual recuerdo con personas que no lo conocían. Sweety Ray titubeó cuando lo mencioné, se quedó en silencio escuchándome pero su mente vagaba, expandiéndose hasta la pequeña ventana que había en su camerino y dejándolo completamente solo; una silueta decorada con plumas y perlas.

Luego se acercó a mí, abrazándome para dormir, y su aliento con olor a opio se extendió por toda mi cara. Exento de tradiciones o protocolo, Sweety Ray se aferró a mí como un amante y me sonrío estando medio dormido, mientras yo abanicaba su rostro con diligencia, refrescándonos a los dos. Sus frágiles manos se adueñaron de mi cuello y la punta de su nariz tocó mi yugular.

Estando completamente a oscuras, me estiré sobre las sábanas acolchonadas que Sweety Ray usó para hacer una imitación precaria de una cama, y me quedé mirando el techo de su camerino, las botellas de vino alrededor de su tocador y en un momento fugaz, el humo que todavía salía del cenicero en el suelo, y vi entre la tiniebla, los cigarrillos consumidos con la imprenta de su labial, unos sobre otros sin ningún orden. Cuando se durmió entre mis brazos detallé el color amarillo de sus dientes.

Nos despertamos en un silencio inusual, seguíamos estando justos, aferrados el uno al otro con fuerza, como si nuestras manos no se hubiesen podido relajar en las horas de sueño. Nos miramos durante el silencio, indecisos de los rasgos e imperfecciones a plena luz de la mañana. La boca me sabía a vino y a nueces. Sweety Ray besó una de las comisuras de mis labios y me sonrío, dándome los buenos días una y otra vez, cada que lo miraba o lo evadía. Con la misma parsimonia nos fuimos vistiendo; en mi caso, acomodándome la camisa y el chaleco. Guardé en el bolsillo de mi abrigo las plumas que Sweety Ray adhirió a mi piel con su saliva estando todavía húmedas.

Vestido de una forma ambigua, Sweety Ray me tomó de la mano y salí del bar junto a él, sin temor a las miradas, sintiéndome infinito, conocedor de una fuerza pujante, que poco a poco, se me metía en la piel, destejiendo la vergüenza y la fragilidad con la que se me había educado hasta ese entonces. No era libre pero podía esparcirme lo suficiente, cambiando al ritmo de la naturaleza, arrancándome la enfermedad de la cultura eterna.

Sweert Ray se detuvo en plena calle, recostándose en una de las paredes del bar, observando los coches pasar y a los poetas dormidos en los andenes, viéndolos sepultar sus dedos en las alcantarillas y respirando el olor a ginebra que emanaba de sus andrajosas ropas. Con delicadeza, se cubrió el cuello con una bufanda color crema que llevaba en la mano y me miró con cariño, sacando un cigarro de mi abrigo y prendiéndolo. Fumó tomándome de la mano; sus dedos fríos estrechando los míos, sus ojos llorosos con el rimel corrido, su boca reseca, tan pequeña como la naricilla de un conejo.

Marcello, 1920Where stories live. Discover now