Primer cuaderno, quinta parte

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He atentado contra muchas cosas en mi vida

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He atentado contra muchas cosas en mi vida. Heatentado contra mí mismo, contra mi posibilidad desentirme parte del mundo... He atentado contra otros.Busco vivir de cualquier forma en mi propia miseria.¿Tan indigno soy? ¿Qué me hace vivir así? ¿Quéposeen los otros a diferencia de mí? ¿Qué anhelan?


***


Al sentarme junto al señor Venturelli me temblaron las rodillas y sentí mis párpados caerse del ensueño porque, en ocasiones, cuando Salvatore tomaba el control, mi cuerpo se agotaba. Las manos me empezaban a arder y mi pecho no se llenaba del suficiente aire. Pero siempre permanecía la sensación de sentirme vivo por dentro. Más vivo que nunca.

El coche arrancó y vi los colores de la fría mañana pasar a toda velocidad por la ventanilla. Me acomodé en el asiento y aguardé en silencio. Los colores terroríficos de la mañana bañaron la imagen del señor Venturelli y cuando lo observé de reojo, teñía el panorama con su oscuridad. Entre todo el horror, me volví un insustancial detalle.

—Mi hijo tiene profundas ideas sobre el arte, la libertad y otras cuestiones que siempre le han sido indiferentes de cierto modo, hasta ahora —dijo. 

Su voz no fue un susurro. Habló claro y fuerte.

—Agradecería que te mantuvieras al margen. Puedes reservar tus habilidades para un público más adecuado.

Él quería mantenerme alejado de Andrea. Me creía el culpable de sembrar esas ideas en él, obligándolo, de alguna forma, a ceder a cada capricho. No pudo aceptar el interés de Andrea por el arte y la música en vez de esas decepciones heredadas. Sin embargo, yo conocía el corazón de Andrea y en él no existía la convicción de dedicarse al arte por completo. ¿Qué lo motivó? ¿Se trataba de una etapa de rebeldía?

Continúe mirando por la ventanilla y a la cabeza del chofer. No dije nada durante un tiempo. Estaba cansado de responder. Pero los golpes del pasado día ardieron en mi rostro y la obligación de responder fue apremiante, como si rogara por mi vida.

—Fue él quien me invitó a la costa —dije.

Nuestras miradas se cruzaron y un extraño sentimiento de culpabilidad se instaló en mí. No pude sentirme tranquilo. Mi comportamiento le había parecido atrevido. No era esa la respuesta esperada por él. Tuve ganas de reír al imaginar que aguardó por mi complacencia.

El señor Venturelli olía a lavanda, almidón y colonia. Se veía fresco esa mañana, la fiel imagen de un vil traidor. Aunque yo no busqué reparar mi respuesta, él siguió observándome como si aguardara por mis disculpas. El corazón se me hinchó en el pecho y el aire me abandonó. Le miré de manera fija mientras el vehículo seguía su camino y el trayecto se hacía cada vez más corto. No aparté la vista. Tampoco me cegó el miedo.

Marcello, 1920Where stories live. Discover now