Primer cuaderno, decimocuarta parte

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1926

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1926


La noche del domingo 14 de marzo de 1926 Andrea me visitó, apestaba a licor. Deodata dormía, su hija igual. Las noticias llegaron a oídos de todos, el hijo mayor de Deodata había sido arrestado en La Quinta Avenida por andar armado. No tuvimos el dinero para pagar la fianza, así que lo encarcelaron.

Mientras caminaba con torpeza y arrojaba todo a su paso, Andrea entró al departamento mojado de pies a cabeza. Su mirada buscaba de manera frenética algo que al parecer no podía encontrar. No le exigí ninguna explicación, me quedé en silencio.

Él tomó una cerveza de la nevera. En realidad, la había traído días antes. Se sentó en el sillón de la pequeña sala. Yo llevaba puesto un camisón y unos calzoncillos. Había fumado lo suficiente como para quedarme dormido.

Antes de recostarse en el sillón prendió un cigarrillo. Fumó y bebió en silencio. Había ocasiones en las que sus palabras no eran necesarias para entenderlo. Cuando se comportaba de esa manera, solo podía significar una cosa: su padre lo había disgustado.

Contrario a lo planeado, no me aceptaron de forma inmediata en la casa de los Venturelli. Andrea no podía tomar ninguna decisión sin consultársela a su padre. Cuando le comentó sus ganas de hospedarme de nuevo, dando excusas vagas, Venturelli le hizo saber su posición de la peor manera. Tal y como Deodata había comentado, el señor Venturelli se había cerrado a su círculo de amistad más cercano. Un nuevo inquilino, aunque fuera amigo de su hijo, suponía preocuparse y yo no lo valía. Aunque Andrea andaba de mal genio, yo estaba rebosante de alegría. Para mí fue una buena noticia.

Andrea suspiró cansado y se echó el cabello hacia atrás. El cigarrillo Camel, poco a poco, se volvió un misil de ceniza. Me miró todo el tiempo, como si estuviera a punto de decirme algo. Sus ojos me veían con una alegría infantil. Miles de estrellas de polvo se dibujaron en su chaqueta. Se abrió de piernas en el sillón, relajó sus brazos a los costados y sostuvo la cerveza del borde de la tapa.

—Sé a dónde irá. —Con voz hosca se dirigió a mí mientras se retorcía en el sillón—. Hace días vi el cartel publicitario. Irá a la inauguración del Edificio Paramount. Por más que le insistí en que fueras conmigo no le gustó la idea. Se vuelve más paranoico pero aún conserva esa aparente amabilidad. —Dejó caer la ceniza en la alfombra mientras movía las manos que dibujaban agujeros en el aire—. Tiene problemas con las bandas locales. Sus nidos de ratas se remueven —Andrea bebió de la cerveza sin preocuparse de cómo se derramaba de sus labios—. El edificio está justo en la Calle 43 y la 44 Oeste. El muy canalla irá a pavonearse. No siente vergüenza por ser nada más que un jodido traficante de alcohol. Sus hombres lo custodiarán. Sé que estuvo detrás de la firma de los Rapp & Rapp. En la base del edificio habrá una sala cinematográfica, él estará allí. Tú irás conmigo.

—¿Estaría bien asistir? Si el señor Venturelli no desea verme y lo ha dejado claro, no me explico cómo esto podría mejorar la situación. Se sentirá, como es natural, incómodo por tu insistencia. Lo puede encontrar sospechoso. Es inapropiado.

Marcello, 1920Where stories live. Discover now