Capítulo 4

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Luego de ingresar al aula, y continuar escuchando las explicaciones del profesor; mi mente comenzó a deambular en pensamientos estúpidos, imaginé todas las posibilidades de lo que pasaba, ¿y si en serio era Travis?... ¿por qué no tenía el tatuaje? 

El timbre ensordeció mis oídos, el receso había comenzado. Jo, Ana y yo, nos dirigimos a la cafetería. Mi estómago rugía, pidiendo a gritos cualquier alimento. 

—¿Por qué te sacaron fuera del aula? —preguntó Ana. 

—Me ha pasado algo muy raro. 

—¿Qué? 

—No sé si estoy dispuesta a contarlo. De seguro fue una broma pesada de alguien sin tiempo. 

Ana suspiró, y me miró enfadada. Odiaba que la dejara con el relato a medias. Jo, me observaba interesada. Ninguna respondió, supongo que esperaban que prosiguiera. 

—¿Ustedes qué le pidieron a la Luna azul? —continué. 

—Yo le pedí no llevarme ninguna asignatura este año, aunque creo que me irá fatal. —respondió Ana. 

A Ana, nunca se le dió bien nada que tuviera que ver con el estudio. A lo único que siempre le puso empeñó en su vida, fue al dibujo. 

—No soy tan ambiciosa cómo para pedirle algo para mí. Yo pedí que sus deseos se cumplieran. Ya tengo todo lo que necesito en la vida. —alegó Jo. 

Esa chica, cada día me sorprendía más.

—¿Y tú? —se reanudó.

—Sé que se reirán si les digo. 

—¿Y desde cuando te importa? —Ana se carcajeó. 

Exhalé fuerte. Ya no podía demorarlo más, tenía que contarles. 

Cuando me estaba por dignar a hablar, vi como las miradas de un grupo de chicas se posaban en la puerta, no logré ver qué ocurría, cuando el gentío se dispersó conseguí ver al chico de ésta mañana. Alzaba su mirada por toda la cafetería, ya sabía qué buscaba. Me ubicó luego de unos segundos, por mi parte, me enterré en mi bandeja de comida. 

—Por fin te encuentro. —protestó. Y cómo si estuviese en su instituto, se sentó a mi lado. 

Ana y Jo, lo miraban sorprendidas. A decir verdad, era más guapo que cualquier chico del instituto. 

—¿Quién te dejó entrar aquí?

—Necesito saber dónde estoy. 

—América Latina. 

—Imposible... —musitó— ¿quién me odiaría tanto cómo para hacerme esto? 

Me cansé. Simplemente, sentí que estallaría en cualquier segundo. 

—¡Ya deja el jueguito de Travis Maddox! —grité tan alto, que por unos instantes sentí un ligero silencio en la cafetería.

—¿Quién es? —Jo se dirigió a mí. 

Él la miró, cabreado. 

—¿Podemos hablar afuera? —señaló la entrada de la cafetería. 

Suspiré. 

—Está bien. 

Luego de estar fuera, sentí su mirada en mí, cómo si me traspasara.

—¿Por qué no me dices tu nombre y listo? 

—¡Es que ya te lo dije! ¿Por qué no me crees? —cuestionó colérico— Mira. —rebuscó en sus bolsillos y sacó una credencial de identificación. 

La tomé. En verdad decía "Travis Maddox".

Me debatí entre mis alternativas: en serio era Travis, o un individuo con demasiado tiempo extra, se tomó la molestia de hacer el objeto que traía entre mis manos.

—De acuerdo...Finjamos que te creo. Ya te dije dónde estabas, ¿qué más necesitas? 

—Dinero. 

—¿Y por qué le daría dinero a un completo extraño?

—Amanecí en un auto que no es mío, a un continente de distancia de mi hogar, con tu nombre en mi brazo. Deduzco que tienes algo que ver en todo esto. Me lo debes. 

Puse los ojos en blanco, me molestaba darle dinero. Pero si las cosas eran cómo el afirmaba, necesitaría comer en algún momento. 

—Toma. —le entregué los pocos billetes que traía en mi bolsillo. 

—Gracias. —sonrió y se marchó. 


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