Capítulo 7: El Hueco Sin Nombre Sobre su Boca

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Zayn se despertó esa mañana con un dolor en la cabeza que se sentía cómo si le estuvieran atornillando algo al cerebro. Se llevó la mano a la sien, masajeándola inútilmente. La boca le sabía amarga y áspera, y el estómago borboteaba en ácido y aire. Con resaca y todo, Zayn sonrió.

Se giró sobre el colchón y sin abrir los ojos palmeó sobre la cama, buscando el cuerpo que más sí que no acompañaba sus noches últimamente. Liam no estaba en la cama, de vuelta, y la sonrisa poco a poco empezó a esfumarse de su rostro.

Después de un rato, abrió los ojos. Por el modo en que la luz se filtraba de un tono anaranjado en lugar de blanca, adivinó que debería ser pasado el mediodía. Se reincorporó en el colchón bostezando y estirándose a sus anchas y deteniéndose de golpe porque cada movimiento que hacía era un nuevo dolor y unas renovadas nauseas. Con cara de consternado se sentó contra el respaldar y se quedó allí unos minutos.

Las imágenes de la noche anterior cobraban forma poco a poco en su memoria. No recordaba todo, pero sí lo suficiente: lo guapo que se veía Liam con su camisa oscura, lo mucho que se había reído del chiste que le hizo —risa honesta y genuina, de esa que le achinaban los ojos, y le ganaban ruidos raros, del tipo que uno no hace conscientemente. Recordaba sobre todo el modo en que sus manos se habían encontrado cuando estaban en la barra, tímida pero firmemente.

Recordaba también imágenes de los dos caminando por la ciudad, de tumbarse contra las paredes besarse y de lo rico que sabían los labios de Liam aún con aliento a alcohol tan vacío y oscuro. Recordaba el olor a coco cuando hundió la cabeza en su cuello, dulzón y blanco y áspero.

Las imágenes se volvían rápidas y difíciles de definir a partir del momento en que abrían la puerta de la casa. Zayn no recordaba dónde había dejado la llave, ni si había cerrado la puerta, pero recordaba que el cuerpo de Liam se sentía pesado y real mientras caían sobre el colchón, y que sus palmas se sentían gruesas y suaves, cuando, abiertas, se estiraban sobre su piel y su cadera.

Cuando Zayn fue al baño la puerta estaba cerrada y el espejo del baño estaba todavía húmedo, como si Liam hubiese estado allí dándose un baño apenas hacía unos minutos. Adivinó sin demasiado trabajo que tendría una excusa en el celular dentro de un rato ("Tenía el cumpleaños de una tía y tuve que irme, lo siento" o algo por el estilo), pero no le molestaba demasiado.

Es decir, adoraría que fuera distinto, que Liam durmiera con él al menos una vez —no porque estuviera borracho hasta la médula como el viernes pasado, sino que se quedara simplemente porque sí—, y que desayunaran juntos en la barra de la cocina, que le halagara los huevos revueltos que eran su especialidad, que pasaran la tarde mirando películas malísimas o charlando de la vida. Pero al final del día, mejor poco que nada. ¿No?

Había tenido todo lo otro anteriormente: el dormir juntos y abrazados, el mirar películas porque había mucha pereza hasta para hacer el amor, el tomarse de las manos caminando por la vereda, y muchas cursilerías más. Pero estaba dispuesto a renunciar a todo eso con tal de tener a Liam, porque al fin de cuentas tomarse de las manos en la vereda no le daba tantas cosquillas como una sutil caricia en un bar, ni el dormir juntos y abrazados lograba hacerlo sonreír tanto como escuchar a Liam susurrar su nombre en la cama.

Tenía suficiente, por ahora. No quería ser codicioso, no quería arruinarlo.

El mensaje de Liam llegó justo cuando Zayn estaba punto de escribirle.

Perdón por irme sin saludar.

Y nada más. Zayn esperó media hora por una segunda parte del mensaje, por algo más que siguiera a esas palabras —una excusa o una explicación—, pero no hubo tal cosa. Se sentía raro. Honesto, por primera vez. Tanto que Zayn no supo cómo responder.

El club de los maricones | larry stylinson, ziam (lirry/ziall/nosh) |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora