Capítulo 1: Fran

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Sentía que me hundía cada vez más y más, sintiendo que la oscuridad me rodeaba, que no podía respirar, que mis ojos ardían, que los pulmones me quemaban, y la desesperación me enloquecía. Todo iba de azul a negro, sólo veía mis manos extendidas hacia arriba, tratando de aferrarme a la superficie. No me movía, no podía. De pronto, sentí un brazo aferrándose a mi cintura, empujándome de vuelta hacia arriba. Pero, antes de poder llegar a respirar, todo se volvía negro, perdía la consciencia antes de ver quién me había salvado.

- ¡Despierta! -Abrí los ojos sobresaltada y vi la cara pecosa de mi hermanito frente a mí- Volviste a tener esa pesadilla...

- Lo sé... -Bostecé y me pasé las manos por los párpados- ¿Qué hora es? ¿Qué haces en mi cuarto?

- Son las seis, papá me dijo que viniera a despertarte. Zarpamos en una hora. -Se bajó de mi cama y vi que todavía llevaba su pijama con símbolos de los superhéroes de Marvel. Pensé que, para tener diez años, era bastante pequeño. Su rizado cabello pelirrojo (igual el mío y el de papá) estaba despeinado, confirmándome que él también acababa de despertarse.

- ¡Dile que espero un gran desayuno para cuando baje, Theo! -grité antes de que desapareciera por el pasillo. Él largó una carcajada, pero no contestó.

Suspiré y esperé un par de minutos para poder despertarme del todo. Todavía no había amanecido, aunque no faltaría mucho. Hoy viernes iríamos con papá y Sonia (madre de Theo) a la isla Zima, a doscientos kilómetros de la costa del pueblo pesquero en donde vivíamos, a pasar el fin de semana. Samuel, mi padre, dijo que debía despejar mi cabeza del estudio o acabaría volviéndome loca.

Yo estudiaba una Licenciatura en Letras en la única universidad que había en Partenón, y aspiraba a ser profesora de secundaria en una de las pocas escuelas de aquí. Amaba tanto este colorido pueblo que no deseaba irme a ningún otro lugar. A veces las personas podían ser un poco chismosas, pero era común. "Pueblo pequeño, todo se sabe". No hacía falta tener un periódico (aunque igual lo había) porque la boca de la gente era suficiente. Yo vivía en una de las casas de playa, y adoraba eso. Me daba mucha tranquilidad mirar el océano por la ventana e imaginarme el misterio que había en esa inmensidad. Me daba mucha tranquilidad, también, que el fresco aire rozara mis mejillas y enrojeciera mi nariz. Era una caricia del mismísimo Poseidón (si es que existía) y de la luna, que siempre me acompañaba en mis noches de profunda inspiración e insomnio...

Me levanté y me estiré. Miré la gran pintura del océano que había hecho mi mamá dos meses antes de morir y me acerqué para acariciarla. Cuando tenía siete años, ella había muerto de Leucemia, papá y yo estábamos destrozados. Un año después llegó la bióloga marina, Sonia Carter, de la cual mi padre, Samuel Lavezzi, se enamoró perdidamente. Al siguiente año se casaron y dos años después nació Theodore. Por lo tanto, actualmente teníamos diez y veintiún años. Yo estaba a punto de graduarme y él por pasar a sexto grado. Papá tenía cuarenta y nueve años y Sonia cuarenta. Mi padre se dedicaba a... bueno... la "búsqueda de tesoros". Buscaba objetos antiguos y valiosos en el fondo del mar. Varias veces había encontrado cosas realmente importantes, eso había costeado muchos de nuestros gastos. Aparte de eso, era profesor de Filosofía en la universidad a la que yo concurría. Aunque, si era sincera, había ganado más con sus descubrimientos que siendo profesor, y eso le había traído uno que otro enemigo o competidor extranjero. Partenón era un lugar lleno de maravillas y objetos valiosos y antiguos, por lo que venían muy seguido a buscarlos de otros lugares.

Hoy íbamos a ir a Zima, como tantas otras veces, no sólo para pasar el fin de semana y que yo me despejara, sino también para buscar un barco pirata del que había escuchado mi padre (el barco o alguna cosa que diera indicios de que hubo uno). Según decían, siglos atrás un barco pirata había desaparecido ante los ojos de todos detrás de la isla. Y aunque lo buscaron, jamás lo hallaron. Papá siempre se había dejado llevar por ese tipo de cuentos, y la mayoría de las veces le iba bien. Una que otra cosa encontraba...

EscamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora