Capítulo 30: Decisión

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Abrí los ojos y vi que Kalissa ya estaba soltándome. Pensé que iba a matarme o algo, tal vez hipnotizarme igual que la otra e inducirme a saltar por el acantilado, o contar hasta mil debajo del agua. La miré extrañada, aunque todavía aterrorizada por tenerla frente a mí. Me sentía minúscula, ordinaria, inferior. Ladeé la cabeza e intenté preguntarle qué iba a hacer, pero la puerta de entrada, que estaba a espaldas de la reina, se abrió con violencia. Me sobresalté, pero ella siquiera se sorprendió. Vi detrás de su hombro y ahogué un grito de desesperación. Traté de correr, pero ella me agarró sin problemas del cuello y me mantuvo inmóvil. Caminó, arrastrándome, hacia el exterior de mi casa. Azul, Billy, Cassian y Theodore estaban siendo sostenidos por sirenas. Azul lloraba y miraba todo con terror, Billy intentaba acercarse a ella a toda costa, pero las sirenas los separaban cada vez que trataban de juntarse, Cassian rugía y gritaba con odio, mirando asesinamente a Kalissa y a las que lo sostenían, Theodore pataleaba en el aire, ya que la misma sirena que me había hipnotizado antes, estaba agarrándolo y levantándolo del suelo.

— ¡Suéltenlos! —chillé con horror. Kalissa me miraba con una expresión inescrutable—. ¡Por favor! ¡Déjenlos ir! ¡Por favor! —grité.

— Empiecen —dictó ella. La sirena que sostenía a Azul, agarró su cabeza y la dobló en un ángulo extraño, haciendo un "crack" rompiera el silencio que había formado su orden.

— ¡NO! —sollocé. Dejó caer a Azul. No se movía.

— ¡¡Azul!! —aulló Bill. Lo soltaron y cayó de rodillas al lado de la figura inerte de mi amiga. La tocó, buscó su pulso y gimió de dolor, desconsolado. Sostuvo la cabeza de su amada en sus brazos y lloró. Intenté ir con ellos, pero Kalissa presionó más mi garganta, prohibiéndome avanzar. La golpeé, pero ni se inmutó.

— ¡Por favor! No más —rogué, llorando con dolor. La reina miró fijamente a quien había estado sosteniendo a Billy. Cassian se removía y luchaba cada vez con más fuerza, pero no podía deshacerse de las fortísimas criaturas. Theodore miraba todo con terror. Yo no podía creerlo. Habían asesinado a Azul sin compasión. El gritó sofocado de Billy me hizo volver a chillar de desesperación. Un metálico y gigantesco cuchillo acababa de atravesarle el corazón desde la espalda. La sirena había aprovechado que él lloraba a Azul de espaldas, para clavarle el punzante objeto sin miramientos.

— ¡Billy! ¡¡No!! —chillé, sacudiéndome y causándome dolor en la garganta. Él me miró boquiabierto desde su posición, justo antes de dejarse caer sobre el cuerpo de Azul, inanimado—. No, no, no, no —susurré, soltando más y más lágrimas. Un terror aún mayor me invadió cuando acercaron a Cassian y a Theodore hasta un par de metros de distancia de mí. Theo lloraba y gritaba de miedo, Cassian no dejaba de luchar por soltarse— ¡¡NO!! —grité con espanto al ver que ponían a Cassian de rodillas y con los brazos extendidos.

Sus músculos estaban tensos y rojos, tenía heridas leves en varias partes del cuerpo. Lo que me había hecho gritar de espanto en realidad, no había sido el hecho de ponerlo de rodillas, sino que, al hacerlo, un tridente se dejó ver en las manos de la sirena de atrás.

Sollocé descontrolada, sintiendo que mi estómago amenazaba con hacerme vomitar mis tripas. Mi corazón dolía, mucho. Kalissa me soltó el cuello y yo me precipité al suelo. Pero no me dejó ir con ellos. No. Me agarró del cabello y me mantuvo con la mirada fija en los ojos asustados de Cassian, que estaba casi a la misma altura que yo al estar los dos en la misma posición. Quise llegar a él con mis manos, pero no pude. Tres puntas se dejaron ver en su pecho, junto con una leve inclinación hacia adelante y un suave suspiro. Grité y grité más desesperanzada, viendo la forma en la que su sangre bajaba desde esos tres orificios hasta manchar su blancuzco y fino pantalón. Sus ojos estaban más abiertos que de costumbre. Las tres puntas se retiraron duramente de su pecho y él cayó frente a mí. Su espalda mostraba la misma intrusión que su pecho. Él, débil, intentó arrastrarse hasta donde estaba, pero no logró adelantarse ni treinta centímetros. Dejó caer su cabeza a la arena, con la misma inmovilidad que mis amigos. Dejé salir un aullido de dolor, un dolor que sentía en lo más profundo de mi corazón. Ahora Cassian también estaba muerto. Habían ido matándolos uno a uno. Sólo quedaba...

EscamasWhere stories live. Discover now