Al principio creí que era una alucinación, un producto de mi imaginación voladora y el calor. Pero no. Realmente estaba allí, mirándome con un poco de hostilidad. Llevaba sólo un traje de baño, estaba con el torso desnudo... Y vaya torso... Tenía unos tatuajes extraños en los brazos que le quedaban de maravilla.
Levanta la vista, pervertida.
— Ahm... —Genial, ahora balbucea— ¿Qué haces tú aquí?
— Eso no te importa —contestó con naturalidad—. Te lo estoy preguntando a ti.
— ¿Por qué tendría que contestarte si tú no me contestas a mí?
— ¿Y por qué te contestaría yo?
— No veo que vayamos a ningún lado así. —Me levanté y noté que volvía a estar en bikini frente a una persona que hacía que mis hormonas hicieran una guerra. Traté de no parecer nerviosa, pero su mirada fija en mí y su extraña energía me lo imposibilitaban— Vine porque quise y porque no hay nadie que me lo prohíba —contesté con altanería, aunque dolía saber que en verdad nadie me podía prohibir nada, que ya no tenía que pedirle permiso a papá para hacerme estas escapadas a Zima.
— No puedes estar aquí hoy.
— Ah, ¿sí? —me crucé de brazos— ¿Tú vas a prohibírmelo? —Antes de que él llegara a contestarme, vi a Dean que se acercaba.
— ¿Fran? —preguntó extrañado— ¿Qué haces aquí?
— Hola, Dean, ¿qué tal?
— Lo siento —contestó apenado—. Hola, bien.
— ¿Franchesca? —Escuché una dulce voz de anciana. Melinda había llegado— Hola, hija, ¿cómo estás?
— Bien... creo. —Me rasqué la nuca— Siento que me están echando de la isla –dije medio riendo.
— No queremos que estés aquí —dijo Cassian. Yo lo miré sorprendida.
— Deja de ser tan descortés, ¿quieres? Empiezas a ser tedioso —contesté, sin poder contener mi molestia hacia él.
— No es eso, querida —habló Melinda—. Nos encanta haberte encontrado aquí. —Miró significativamente a Dean.
— Lo lamento, Fran. Es que me extrañó verte aquí sola...
— Es raro, siendo que soy yo la que viene a esta isla con frecuencia.
— No te hemos presentado, cariño —interrumpió la amable anciana—. Él es Cassian.
— Es mi sobrino. —Dean miró la lancha de Doug, que estaba a unos pocos metros de nosotros.
— Bueno... ¿Por qué motivo estás aquí, querida? —Cassian se mantenía en silencio, observándome. Me comenzaba a incomodar bajo su escrutinio.
— Esta noche pasará el cometa Kjebe, que pasa cada veintidós años. —Ante la mención del cometa, Cassian se tensó y miró a Dean— Iba a verlo con mi padre, pero no podrá acompañarme, así que decidí venir a verlo sola.
— Qué triste, pequeña —respondió Dean— Estábamos por comer algo, ¿quieres acompañarnos?
— Pero...
— Llámate al silencio, Cassian.
— Creo que no soy bienvenida. Mejor me quedaré aquí. Tengo algo de comida como para aguantar hasta la noche. —Sonreí cuando terminé de decir eso. Melinda miró a Cassian con reproche, pero él no le dio importancia.