Capítulo 10: Dolorosa sorpresa.

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— ¡Vamos! ¡Salta conmigo! —me alentó Joe, estirando su mano hacia mí. Él ya había saltado un par de veces y yo me había quedado arriba, viéndolo saltar y subir, mojado y goteando.

— Estás demente —contesté, negando con la cabeza. Di un paso para atrás, pero Joe agarró mi brazo y me arrastró a su lado.

— Dijiste que ibas a saltar. Dijiste que ibas a cerrarme la boca. —Me acercó más a él y miró para abajo, buscando el momento perfecto para saltar. Yo tenía miedo, un terror increíble.

— ¿Y si nos golpeamos contra las rocas? ¿Y si caemos mal al agua?

— Nada va a pasarnos. Arriésgate un poco... —Sonrió ladinamente. Tomé aire y exhalé. Tiene razón...

— Está bien —susurré con miedo. El aire me hizo volar el cabello. Lo amarré con la coleta que tenía en la muñeca y agarré con fuerza la mano de Joe. Él se carcajeó de nuevo y se acercó otro paso a la orilla del acantilado. Eran sólo quince metros, pero las posibilidades de morir estaban a centímetros. Un mal movimiento y podía desnucarme. Yo no quería desnucarme.

— ¿Lista? —me susurró al oído.

— No —contesté con firmeza.

Y saltó. Obviamente, me arrastró con él. Hubiera sido sano que yo soltara un grito, pero me contuve y cerré los ojos. Su mano no me soltó en ningún momento durante la caída. El agua me golpeó unos pocos segundos después, que sentí más como si hubieran sido minutos. Y mentía si decía que no me dolió un poco el impacto. Braceé hasta salir a la superficie, respiré con agitación y traté de normalizar mis latidos. Miré a los lados y no vi a Joe. Me preocupé, así que me sumergí y traté de ver si no estaba por allí. Si se había golpeado, desnucado y muerto. Pero no lo encontraba.

— ¿Joe? —Nadé más cerca del acantilado, buscándolo— ¡Joe! —volví a llamar. La angustia se me atoró en la garganta, ya quería llorar.

— ¡Boo! —Sentí un par de manos en mis costillas. Grité y pataleé hasta tocar la roca, aunque estaba a sólo un metro. Me di vuelta y lo vi allí, riéndose— ¿Te preocupaste por mí?

— ¡Idiota! ¡Casi muero de un infarto! ¡¿Cómo puedes hacerme algo así?! —Golpeé su pecho con mi puño. Él se rio de nuevo y puso una mano al lado de mi cabeza, apoyándola en la pared de roca detrás de mí. Yo traté de no hundirme, pero también de no moverme demasiado. Conocía esa mirada que me daba. Ya la había hecho en dos ocasiones. Iba a besarme.

Empezó a aproximarse a mi rostro con lentitud, pidiéndome permiso con esos maravillosos ojos marrones. Asentí casi imperceptiblemente, dándole a entender que esta vez no me echaría para atrás. Acercó sus labios a los míos y, cuando estuvo a punto de rozarme, se desató una serie de movimientos bruscos. Una ola nos golpeó, haciéndonos chocar contra el acantilado. De no ser porque él me había abrazado instintivamente y me tapó la cabeza, me habría golpeado peor. El agua invirtió nuestras posiciones y, una vez que salimos a la superficie, vi que él estaba contra la roca. Tenía los ojos cerrados y una expresión de dolor.

— ¿Estás bien? —preguntó con dificultad cuando hubo escupido toda el agua que había tragado, igual que yo. Se llevó la mano al hombro y la miró. Tenía sangre allí.

— ¿Y me lo preguntas a mí? ¡Estás sangrando! —exclamé—. Ven, hay que curarte. —Me puse a nadar rumbo a la orilla y subí de nuevo a la cima, donde estaban nuestras cosas. Él iba tras de mí— Vamos a mi casa, allí será mejor.

— Cielos, maldita ola —murmuró. Se dio la vuelta para alzar su ropa y vi todo lo que tenía. Estaba lleno de rayas y raspones por toda la extensión de su espalda. Me tapé la boca y ahogué un jadeo.

EscamasWhere stories live. Discover now