Capítulo 14: Color y aventura

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El viento que chocaba contra mi cara, me hizo volver de la inconsciencia. Sentía el ardor en mis costillas aún, un dolor agudo. Mi mejilla y todo mi cuerpo en la parte izquierda, se posaban en algo cálido. Me encontraba cómoda, todavía mareada. Sentía calor.

Abrí los ojos y, borroso, vi a Theo y a Katharia. Estaban al lado del timón que manejaba la lancha. Douglas estaba a los pies de mi hermano, todavía con los ojos cerrados. Theodore lo miraba en forma ausente, casi triste. Moví un poco la cabeza para acomodarme y, debajo de mi oído, sentí un latido. Era un latido tranquilo, acompasado, adormecedor. Una leve caricia se hizo notar por mi cabello y mi frente. Katharia se volteó y me observó con ternura. Yo estaba demasiado mareada como para continuar con los ojos abiertos. No podía pensar. Así, volví a caer en la profunda oscuridad.

Podía sentir esa caricia todavía, junto con ese latido similar una canción de cuna. No podía percibir nada, sólo eso. El dolor ya no estaba, no ardía en mi piel la herida.

No sabía cuánto tiempo había pasado, pero cuando desperté, estaba de nuevo en esa horrible habitación blanca. La habitación blanca de las malas noticias. La clínica en donde me habían dado la noticia sobre la trágica muerte de mi padre y mi madrastra. Lo peor era que la persona que me había dado esa noticia, con lágrimas, cara de tristeza y dolor, era la misma que me había vuelto a mandar al mismo lugar. Esa que había ocultado tan bien durante años el odio hacia mi familia, hacia mi padre, quien lo consideraba un gran hermano. Volvía a estar en esa horrible habitación en la que me había dado cuenta de que iba a tener que ponerme los pantalones y ser una adulta. Una madre, hermana y amiga para un niño que había quedado huérfano, igual que yo.

Con una enorme tristeza en el corazón, intenté erguirme. Ya no podía pasar nada más. No podía ser peor. El malestar continuaba allí, pero era menor. La puerta se abrió en el instante en el que comenzaba a ponerme de pie. La preocupada cara de Joe se hizo ver, asomada por el marco de la puerta. Al verme de pie, se sorprendió. Entró por completo al cuarto y, con gran rapidez, se acercó a mí y me abrazó.

— Fran...

— Suelta a mi hermana, simio. —Escuché la voz de Theo detrás de nosotros. Joe me soltó y retrocedió. Mi hermano se acercó, casi corriendo, y me abrazó.

— Auch... —Me quejé del punzante dolor en mi costado derecho. Él me soltó y me miró alarmado.

— Lo siento, olvidé tu herida...

— Le pediré que se retire, caballero —dijo Solange, entrando a la habitación. Joe se dio vuelta y comenzó a caminar para la puerta. La hermana de Irina vio a Theo, que había estado siendo tapado por el cuerpo de Joe, y le dio una mirada severa—. Y caballerito.

— ¿No puedo quedarme con ella?

— El médico está viniendo, necesitamos estar solos con ella.

— Está bien... —murmuró mi hermano, dirigiéndose con hombros caídos hacia la puerta.

— Te avisaremos cuando puedas entrar —le dijo Solange, suavizando su tono y su expresión—. Mi hermana está en la sala de espera, quédate con ella...

— ¿Irina está aquí? —pregunté asombrada. Theodore salió del cuarto justo cuando el médico estaba ingresando.

— Le pedí que viniera a ver a Theo, no quiero que esté solo —contestó ella, mirándome con pena. Otra vez esa mirada...

— ¿Podrías ir a buscar los informes, Solange? Mientras, revisaré a la señorita Lavezzi...

— Sí, doctor... —Solange obedeció y se retiró en busca de esos informes. George se aproximó y me puso una mano en el hombro para que me sentara de vuelta.

EscamasWhere stories live. Discover now