Cheshire, Inglaterra. Febrero de 1862.
Desde el primer momento en que llegue a ese lugar me pareció tremendamente hermoso. Algo tétrico quizás, a causa de sus enormes dimensiones. Era nuestro nuevo hogar, construido sobre los cimientos del antiguo castillo Hashall, tan monumental como lo fueron todos en su debida época. Con un aspecto más parecido a una fortaleza que a un palacio, pero sin dudas, poseía la elegancia propia de un rey.
Era perfecta para mí. Las casonas como esas siempre me parecieron el sitio perfecto para jugar al escondite.
En aquella época de mi niñez alterada, a la edad de los ocho años, me gustaba pasar largo rato desapareciendo de la vista de mi familia, hasta que las mucamas se vieran en la necesidad de comunicarle a mi madre acerca de mi extravío.
"Oh déjenla, que esa niña debe estar escondida en algún armario, aparecerá cuando tenga hambre". Decía.
Y era cierto, después de algunas horas de perderme entre los corredores y explorar las zonas más recónditas del palacio, comenzaba a ser derrotada por el hambre. Mi estómago rugía como un León furioso y al final me dirigía hasta la cocina, donde me encontraba con Meg la cocinera, quien me consentiría como siempre, apremiaría mi travesura y me daría un pimpollo con azúcar y glaseado.
Transcurrieron algunos meses de mi vida tal como eso. Desde qué dejamos nuestra vieja vida en Nápoles, Italia. Donde la extravagancia y los lujos no eran demasiados para nosotros. No recordaba haber sido pobre nunca, pero definitivamente mis vestidos ya no eran del mismo diseñador, y el palacio donde ahora estaba, no era como donde solía vivir en Italia.
Ahí, en una pequeña villa de Nápoles, a orillas del mar, solía pasar el día entero corriendo en la arena, escapando de las olas espumeantes que estrellaban y enfriaban mis pies descalzos.
En esa casa, también solía dar vueltas por los corredores y habitaciones, pero con el rato, siempre me aburría. Por supuesto mi hogar en Nápoles, no podía compararse ni por asomo con la grandeza del castillo Hashall en Cheshire, donde ahora residía.
Mi padre había obtenido una fructuosa victoria en su empresa metalúrgica, la cual llevaba algunos años convirtiéndose en un éxito en Europa. Yo estuve muchas veces ahí, papa solía llevarme consigo y decía que en mí, veía mucho de él mismo, quizás porque tuvo la desdicha de traer a la vida a puras mujeres. Mis dos hermanas mayores y yo. Ningún joven que heredara la fortuna que papa se preparaba a obtener año con año.
Pero yo era como su pequeño varón, mi personalidad tosca, torpe y desinteresada le daba a el la sensación de compartir el tiempo con el hijo que nunca tuvo.
Pero bien, aquella tarde, no había estado con mi padre en su empresa, ni había sido buscada por las mucamas desesperadas a través de los millones de corredores y pasadizos ocultos en el castillo Hashall.
Esa tarde mi madre me dijo: "Ponte el vestido rojo que te he comprado ayer, querida"
Mientras mi padre a un lado se debatía.
"El rojo es un color escandaloso para una pequeña niña".
Pero mamá era obstinada y nadie podría hacerla retractar sus decisiones.
Una sirvienta me coloco el vestido, me cepilló el cabello y me dejo en mi habitación, únicamente acompañada por mis hermanas después de que mis padres se marcharon dándonos la orden de que terminásemos nuestros preparativos y más tarde bajáramos las escaleras hasta el comedor para recibir a nuestra visita.
-Es un pintor, he escuchado que también en muy bueno en la fotografía- dijo mi hermana mayor. Lavinia, de quince años de edad, siempre sabía todo acerca de todo y los mejores chismes siempre eran comunicados por ella para nosotras.
Lavinia aun era joven, pero poseía el don del encanto, con su cabello tan obscuro, y sus ojos celestes, lucia como la hija de un rey. A diferencia de mi, que me consideraba aun como el patito feo. Demasiado pequeña, escuálida, el cabello rubio enmarañado, con ojos demasiado grandes y desproporcionados. Pero bien. Claro estaba que yo no era como Lavinia, ni en la apariencia, ni en el pensamiento. Ella parecía estar ansiosa por pertenecer a la sociedad empedernida de aristócratas, condes y bi-reyes, los cuales para mi, no eran mas que un grupo de seres aburridos con temas aburridos que debatían en mesas de banquete.
Pero por el momento el único tema que surgía, era el de mis hermanas, quienes hablaban acerca de lo que yo había pasado por alto antes. Un joven misterioso que visitaría nuestro palacio esa tarde.
Ellas decían que se trataba de un popular retratista que hacia maravillosas obras de arte y retratos encantadores.
-Nuestra vecina dijo que es considerado un hombre escandaloso- murmuro Maddey, de trece años, quien seguía los pasos de Lavinia, ambas desesperadas por obtener atención y por sumergirse hasta el fondo en el cotilleo.
Maddey, sonrió, sacudiendo su largo cabello chocolate, antes de tomar a prisa los abanicos de plumas y brillantes ocultos bajo la cama.
Únicamente jugábamos con esos abanicos cuando nadie mas nos veía, ya que mi padre siempre decía que dichos artefactos no eran un accesorio apropiado para las niñas tan pequeñas, debido a que eran objetos que incitaba a la lujuria, el cortejo y el coqueteo.
-Los pintores y los novelistas siempre son considerados escandalosos, porque muy pocos comprenden su arte- recite tal palabrería que una institutriz me había dicho una vez, pero Maddey negó.
-Lo se... Pero este hombre es de verdad escandaloso, porque se dice que retrata mujeres desnudas- alego con voz quedita como sí temiera ser escuchada por alguien como mi conservador padre.
-¿Las retrata desnudas?- pregunte sorprendida. Había visto algunas pinturas en las galerías que visite cuando viajamos a las ciudades más populares de Europa, algunas de ellas eran mujeres semi-desnudas, pero no eran mujeres reales. Eran representaciones de diosas, ninfas y deidades que el pintor imaginaba antes de darles vida en el lienzo. Por tanto, pensar que una mujer posaría desnuda para ser retratada era algo extraño. ¿Acaso no sentirían vergüenza de su desnudez?
Hablamos del tema que nos ocupaba y mirábamos curiosas por el ventanal de la habitación donde pronto apareció el hombre del que tanto hablábamos.
Un joven que camino a lo largo de los jardines llevando en una mano un gran maletín.
-Es el- exclamo Maddey, tomando un abanico y meneándolo con una mano, cubriendo su boca al momento en que sus mejillas se teñían de rojo- Es apuesto... Será vergonzoso que nos vea desnudas- dijo con una risita y yo me estremecí ante tal dato.
-¿Posaremos desnudas?- perdí el aliento y sujete las prendas que cubrían mi cuerpo, temiendo que en cualquier momento fuera expuesta ante un extraño.
Mis hermanas carcajearon pero yo no comprendía la gracia, más no hubo tiempo de explicaciones y en un segundo la puerta de la habitación se abrió repentinamente, dejando a la vista la presencia de mi padre.
-Vamos niñas, el pintor ha llegado- señalo pero yo estaba tan nerviosa que apenas podía contener mis imprudentes palabras.
-Papa, no quiero posar desnuda- musite tan apenada por la simple idea y el hombre me miro de inmediato, demostrando la sorpresa en su rostro atónito.
-¡Desnuda!- exclamo y mis hermanas por detrás soltaban fuertes risotadas.
-Oh Alissa, eres tan tonta- dijeron y yo continuaba confundida sintiendo el rubor en mis mejillas, hasta que mi padre dedico una mirada severa a mis hermanas, quienes de inmediato cesaron sus burlas.
-Hablaremos de esto más tarde- sentencio como una advertencia al par de chicas que habían estado riendo y ahora el hombre tomaba mi mano para llevarme consigo, en dirección a donde quizás el destino aguardaba, pero yo estaba aterrada.
-El joven Styles ya les espera en la terraza principal- señalo una de las sirvientas y mi padre asintió, justo antes de cruzar las puertas de cristal y herrería que nos conducían al jardín posterior. Una monumental explanada donde cualquiera podría perderse. Pero a tan solo un par de metros, la terraza de visitas estaba bajo la sombra de un roble, adornada por mesas, candelabros, y a un extremo, los arbustos en formas de animales, mantenidas en perfectas condiciones gracias a la labor de nuestro experto jardinero.
Estaba nerviosa y mi pequeño cuerpecito vibraba de pies a cabeza al caminar por el pasto donde lo primero que percibí fue la colonia dulce y varonil del invitado de honor que había arribado esa tarde.
-Está es mi princesa más pequeña- dijo mi padre, quien no perdía el tiempo para presumirme como sí yo fuese un miembro de la realeza.
-Buen día, princesa- saludo el invitado de grandes ojos verdes y yo me apresure a corresponder educadamente, haciendo una pequeña reverencia, sosteniendo mi faldón de lado a lado.
-Buen día, señor, es un placer- musite y el sujeto sonrió, al tiempo en que papa me llevaba hasta donde los tenues rayos del sol no tocarían mi piel.
Me coloco en una banca de roca, cerca del roble de flores rosas, junte mis piernas con fuerza y cruce mis talones, en un intento por mantener un porte educado al estar sentada ahí.
-Alissa aún no tiene un retrato propio, considerábamos que era demasiado joven para lo tedioso que es permanecer inmóvil por tanto tiempo, pero su madre es impaciente y dice que no quiere que pierda la inocencia de su niñez sin ser retratada- explico mi padre y el joven pintor asintió.
-Por supuesto- se limitó a decir, mientras preparaba lo que necesitaría para lo obra mientras papa tomaba un par de pastelillos de la bandeja en la mesa preparada a unos metros de distancia.
Me miro después por un momento y sonrió, quizás por percibir mi gesto de temor.
-Me asegurare de que tu madre y tus hermanas estén listas para el retrato familiar- dijo y luego sin más, se marchó, dejándome sola para que se lleve a cabo mi retrato individual.
Por mi parte continúe sí moverme. El pintor regresó su atención a mi y me observo fijamente con sus verdes ojos esmeralda.
-¿Podrías sonreír, pequeña?- me ordeno al ponerse de pie ante el lienzo donde me retrataría.
Obedecí y estire los labios sin mostrar los dientes, sabiendo que estos en la actualidad eran incompletos. Me faltaban un par de ellos al frente y eso por supuesto sería inapropiado para ser retratado- Mm... Bien, mejor no sonrías- dijo luego a causa de mi sonrisa poco encantadora, más similar a una mueca.
Nuevamente obedecí y luego suspire, analizando a aquel pintor que periódicamente comenzaba con su labor. ¿Cuándo me pediría que me quitase el vestido, las enaguas y cada prenda? ¿En verdad haría tal cosa? ¿Acaso ese joven en verdad retrataba mujeres desnudas?
La curiosidad me mataba y estaba deseosa por saberlo todo.
Mire cuidadosamente por detrás, asegurándome de que papa se había marchado, y nadie estaba cerca, para atreverme a abrir la bocota.
-¿Lleva mucho tiempo pintando?- pregunte, columpiando las piernas en el aire. Al estar sentada en esa banca, mis pies no alcanzaban el suelo, y mi faldón se movía con de un lado a otro mientras mis manos y mis ojos se centraban únicamente en las florecillas que estaban cerca de mi. Subían entre los arbustos que me rodeaban lado a lado, y trataba de evadir la mirada de ese joven, pero este insistía en que no debía moverme, y debía mirarlo.
-Tan solo un par de años, aun estoy comenzando, muchos dicen que soy demasiado joven para tener una carrera estelar, recién cumplí los diecinueve el mes pasado... pero aprendí a dibujar desde que soy tan joven como tú- señalo e hice otra mueca, intento de sonrisa, para tragarme la inseguridad y ceder mas a mi alma curiosa.
-¿Qué clase de dibujos?- pregunte con interés y el se encogió de hombros, manteniendo los ojos en el lienzo que delineaba con delicadeza y dulzura.
-De toda clase, me gustan los paisajes y las mujeres- alego y casi como un descubrimiento, o como una partida de pocker ganada, abrí la boca para hablar enseguida.
-¿Mujeres desnudas?- exclame como una completa tarada entrometida y el joven volvió sus ojos verdes de inmediato a mi.
El rubor me ataco un segundo después y trague con fuerza mientras el sujeto sonreía divertido por verme tan avergonzada de mis propias palabras.
-Lo lamento- titubee- por favor, le ruego perdone mi atrevimiento, no ha sido mi intención ser impertinente- explique con un murmullo, sintiendo que en verdad moriría por la vergüenza, mientras el pintor, Harry, de sonrisa despampanante, reía quedito.
-Tranquila, esta bien, no has sido atrevida ni impertinente- resoplo y luego prosiguió con el retrato, sin demostrar inseguridad al hablar- en realidad, si he dibujado muchas mujeres, pero no están desnudas, ellas traen siempre vestidos que yo elijo- dijo con serenidad.
-¿Vestidos?- pregunte curiosa y el asintió.
-Hermosos vestidos hechos de nada- musito y yo callé de nuevo. ¿Entonces era cierto? En verdad hacia retratos de mujeres que desnudaban sus cuerpos y posaban para él- debes saber pequeña, que hay mucha gente que habla habladurías, pero el arte de un desnudo no cualquiera lo comprende, por eso es tan especial, ¿Sabes por qué me gusta a mí?- me interrogo y pensé en varias razones. Todas relacionadas al hecho de que suponía que ese hombre era un pervertido, pero me abstuve a decirlo- una mujer desnuda no se ve todos los días, a las mujeres no podemos verles ni las piernas por debajo de esos vestidos que utilizan, pero un vestido hecho de nada, es como portar un alma, una capa tan delicada que deja a la vista todo lo que nadie nunca se toma el tiempo a valorar... nuestras mujeres son hermosas, pero son tan pudorosas, tan inseguras, tan tímidas... pienso que no debería ser así, ¿Tu que piensas?- me pregunto y yo negué con la cabeza. Esa no era una conversación donde yo pudiera decir algo.
-Mi opinión no importa en absoluto, tan solo soy una niña- asegure con un apice inaudible y él rió.
-La opinión de todos importa y más la de una princesa- replico el astuto hombre y supe que se refería a mi, aun cuando yo no fuera una princesa, ni estuviera remotamente cerca de serlo.
-Es muy amable señor, pero no soy tal cosa... tan solo mi padre me llama así, porque soy su heredera más pequeña- negué alagada pero apenada, sintiendo un rubor en mis mejillas y el chico continuaba dibujando en el lienzo, sin deshacer esa singular sonrisa suya.
-Todas las mujeres son princesas Alissa, sin importar si son de la realeza, o de la herencia, o de la calle sin hogar- me dijo y aquello me pareció hermoso, pero no dije nada mas. Tan solo continué mirándolo y en ocasiones sus ojos brillantes como esmeraldas volvían a mi, me analizaban y luego continuaba detallando el retrato en el cual yo esperaba en secreto que luciera como una verdadera princesa.~Isa-S~
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Mi Musa Rebelde ❁Harry Styles ❁
FanfictionInspirada en la historia real tras el cuento de "Alicia en el país de las maravillas." ¿Quien fue la verdadera niña del vestido azul? [Novela ORIGINAL con Harry Styles] ~Isa-S~