06. Fiebre infernal

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Habíamos llegado a casa, si se le podía llamar así. Al recibir las llaves, el propietario se mantuvo reservado sobre el misterioso quinto piso. Al principio pensé que estaba bromeando, pues al descender de la patrulla, sólo conté cuatro niveles. Y una vez arriba, entendí el porqué.

Legalmente se habían edificado la cantidad que había notado; sin embargo, se las arregló para construir otra vivienda en la azotea. La casita abarcaba un espacio minúsculo en medio de ésta, donde alzaron una especie de choza con madera de triplay y policarbonato. La puerta era una plancha reforzada de aluminio, y tenía una pesada vara de metal que funcionaba como una flácida medida de seguridad. ¿Qué decir del candado? Oxidado y barato.

Giré alrededor de la estructura y pesqué una abertura minúscula con rejas. ¿Debería pensar que se trataba de una ventana? ¿Por qué el primo de Yuuichiro viviría en tal estado? Todo el lugar era un fiasco, y se le podría considerar inhabitable. Supuse que si hubiese una ventisca, el pobre domicilio se vendría abajo como naipes. Espero que no suceda eso durante mi ausencia. No desearía tener que buscar a Yuuichiro entre los escombros.

Saqué la llave del bolsillo y la ingresé en la cerradura del candado. Éste demoró en ceder por los residuos oxidados y por la falta de aceite. Después de un breve forcejeo, la abrí y la deposité a un costado de la puerta. Pasé la barra de metal para el costado izquierdo y enganché la longitud sobre un delgado alambre. Finalmente, me volví hacia el inconsciente vampiro. Yuuichiro me había dado un susto terrible. Lo tenía bañado en sudor y temblaba como si estuviésemos en medio de un sismo. Ni bien obtuve las llaves, me dirigí a apoyarlo. Nos demoramos una eternidad subiendo las escaleras, peldaño por peldaño. Con la entrada abierta, me coloqué de cuclillas y lo sujeté lo mejor que pude.

Una vez en el interior, el hogar del primo no tenía tan mal aspecto. Era una habitación con una cocinita portátil, un grifo y una cama. Y en un rincón, escondido con una cortina de baño a medio abrir, se encontraba el inodoro y una ducha humilde. Puede que sea estrecho, aunque se mantenía impecable.

Con la poca fuerza que tenía, deslicé mis brazos bajo sus axilas y lo arrastré hasta la cama. Lo ubiqué con suavidad y lo tapé con un par de frazadas hasta la cintura para no darle tanto calor; fui directamente al grifo para llenar un recipiente con agua helada; agarré el primer secador que encontré en una de sus cajas de plástico y lo remojé.

Yuuichiro abrió sus ojos cuando sintió su cuerpo ladearse por el peso que ejercí sobre la cama. Exprimí la tela y se lo puse sobre la frente.

—Gracias. —Me sonrió a medias.

—Descansa.

Me levanté de su lado para retirarme al laboratorio, pero me detuvo de la muñeca de un leve jaloneo.

—¿Volverás? No quiero quedarme solo.

Quería salir pitando de ahí por el posible contagio de sus asquerosos gérmenes, darle una fuerte palmada a su infectada mano y lavarme con alcohol médico, pero parte de mi duro corazón se vio ligeramente generoso como para no hacerlo. Tan solo me desprendí de él al retroceder.

—Tengo algo pendiente con un colega. Iré a traerte un poco de medicina después de eso, ¿de acuerdo? Sólo quédate quieto y no hagas nada estúpido. Y por estúpido, quiero decir que no me salgas a bailar esa pachotada. Debes de haber pescado un resfriado por andar con el culo al aire.

Ichinose suspiró y asintió.

—Entonces te esperaré.

No mucho después, mientras me acomodaba el uniforme, lo escuché roncar.

A comparación de la pocilga en la que estaba, el estudio de un forense era mucho más agradable y moderno gracias a los financiamientos del estado, o mejor dicho, de los impuestos de todos los ciudadanos. Existían varios laboratorios en el país, y el que se le fue otorgado a René se encontraba en el quinto piso subterráneo.

¿Quién asesinó a Guren Ichinose?Where stories live. Discover now