08. Me lleva la verga

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Siempre he pensado que tener hijos sería muy complicado para mí. Los considero como perros que aprenden a hablar y moverse autónomamente ni bien cumplen la mayoría de edad, pero esa pequeña etapa en que uno los ve crecer me asusta. Es verdad que yo no tengo hijos por el momento, aunque gracias al diablillo que tengo que cuidar, he llegado a la conclusión que no quiero ninguno.

—¿Podrías comportarte como un ser decente con una mentalidad de un joven de tu edad? ¿Es mucho pedir? —renegué, sacudiendo mi pierna para que me soltase—. Si sigues así, continuaré arrastrándote hasta la puerta del edificio.

—¿Por qué no te quedas, Milanesa? No me quiero quedar en este cuarto de triplay. Me hace sentir como cuy de tómbola —suplicó con ojos llorosos y una mueca de mono herido—. La única diferencia es que no me dan vueltas como para marearme.

—No. Ya te he dicho que no. Tengo que reunirme con un colega —repliqué decididamente—. Es mejor que te quedes aquí e intentes contactar con tu familiar. Lo he llamado varias veces y no me contesta. Él se quedará contigo.

—¡Por favor! No te vayas —insistió, apretando mi muslo con más fuerza. En cualquier momento me lo quebraría—. ¿Qué sucede si nunca viene? ¿Volverás? ¿A quién pediría ayuda?

—¿Qué quieres que haga?

Yuuichiro Ichinose ha probado ser uno de los vampiros más exasperantes que he conocido y ningún crio se le puede igualar. Él es la definición de caca. Es una caca chupa sangre caminante que solo sabe bailar, pedir que le cumpla todas sus órdenes como niño maleducado que es, y chillar como descocido cuando me tengo que ir a descansar a mi hogar.

Después de aquella terrible pelea, llegué a casa. Antes de desplomarme de cansancio, logré recostarme sobre uno de mis muebles. No sé en qué momento me quedé dormido. Cuando abrí los ojos, supe de inmediato que era él. No deseaba levantarme por lo cómodo que estaba. Él volvió a llamar y lo ignoré. A la sexta llamada, me incorporé y arrastré toda mi humanidad entre los cojines verde limón que había dejado en el alfombrado. Abriéndome paso entre todos ellos, llegué hasta la mesita de café ovalada y presioné uno de los botones rápidamente. Quería seguir recostado, esperanzado en que todo ese dolor muscular se esfumase.

—¿Qué demonios quieres, Ichinose? ¿Necesitas que te lave el culo? —siseé, acomodándome mi camisa mientras que el holograma demoraba en cargar. No creí que fuera a malograrse. Debe de haber sido la descarga eléctrica—. ¿Hola?

Esperé unos segundos más y como no hubo respuesta, colgué.

Me mantuve echado en mi pequeña sala de estar, cabeceando de lado a lado sobre uno de los confortables cojines, mirando de reojo el counter de la división de la cocina. Usualmente dejo una jarra llena de té de limón, pero se encontraba vacía. Tendría que preparar más y absorberme medio litro. Estaba sediento. Con todo el esfuerzo del mundo, me levanté y me desvié con la intención de recoger algunas prendas que me removí en el camino. Alcé mi abrigo, mi corbata y mi mochila, y las llevé al comedor para colgarlas sobre una de las sillas. Luego me encaminé a una de las alacenas inferiores, rebuscando todas las cajitas de hierbas hasta que mis dedos se toparon con la que buscaba.

—Té verde.

Súbitamente, mi teléfono sonó. Sorprendido, fui trotando a la esquina extrema y sin darme cuenta, me golpeé el dedo con una de las patas de la mesa. Saltando en un solo pie, maldiciendo mi infortunio y a Yuuichiro por llamar a estas horas, logré contestar a la penúltima timbrada.

—¡Pero qué mierda te pasa! ¿Tienes que llamarme a cada rato?

Estaba rabioso, gritándole al holograma que seguía cargando lentamente y soltando todas las lisuras habidas y por haber. Quise desquitarme con él, aunque se me cruzó por la mente que cabe la posibilidad que fuese una emergencia.

¿Quién asesinó a Guren Ichinose?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora