Capítulo 2- El pasado, el futuro

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ALEXANDER (Alex)  

Hoy es el día. Hoy nos desvelamos. Hoy somos libres, aunque esto implique guerra.  

Entré respaldado de mis diez condes y otros cuatro fornidos y algo violentos guardaespaldas.  

Me senté tranquilamente y sonreí a la cámara. Empecemos.

ELISABETH  

Terminé de afilar la última daga del cajón y dejé que el sol de la primavera rociase mi cara. Poco a poco, las cicatrices y los golpes desaparecieron de mi rostro. También coloqué mis brazos y mis piernas a la luz, y estas también curaron. No volverían a aparecer hasta mañana, cuando mi hermana y su novio me volverían a golpear.  

Siempre lo hacían por la tarde- noche, cuando nadie podía ni ver ni oír nada. No entendía por qué lo hacían, y cuando pedía explicaciones, más fuerte me pegaban.  

Mi antigua habitación se encontraba en la segunda planta de mi casa, pero desde hacía un año y pico, era el sótano.  

Me tumbé contra el duro y húmedo suelo de la habitación. Pronto el sueño me venció, y con él regresó la misma pesadilla- recuerdo.  

"Estaba lavando mis manos cuando un amigo íntimo de mi padre entró en la cocina. Yo le sonreí y él se quedó pálido al ver mis manos. Me cogió la mano derecha y la miró con detenimiento y asco. Furioso, me empujó contra el lavabo, y yo gemí fuertemente del dolor.  

Ví cómo subía las escaleras hacia el despacho de mi padre. Ya era de noche, y mi hermana había salido con su hijo.  

Me miré las manos, y dibujé con cierto cariño la marca de mi mano derecha. La tenía desde nacimiento, y me gustaba. Se trataba de un pequeño tatuaje de una rosa en líneas negras que tenía desde nacimiento.  

Oí los ruidos de golpes y de lucha en el piso de arriba. Subí y me encontré con mi padre peleando con su amigo.  

'Debes matarla, ¡es de ellos! ¡será como ellos! Eso si ya no lo es.'  

Mi padre le golpeó en la mandíbula con fuerza, que le hizo tambalearse hacia atrás, perdiendo el equilibrio.  

Su amigo le clavó, para mi horror, un cuchillo en el estómago a mi padre, que se escabulló hacia las escaleras.  

Su amigo, también malherido, le siguió. De imprevisto, mi padre se sacó el cuchillo y se lo clavó a su amigo.  

'T-tú no to-tocarás n-nunca a mi hi-hija'  

Los dos cayeron por las escaleras, caída que mató primero a mi padre y dejo moribundo a su amigo.  

Cogí el teléfono de la cocina y marqué el número de mi hermana.  

Ella respondió de mala manera, pero cuando le relaté brevemente la pelea, me dijo que vendría inmediatamente a mi casa con su novio.  

El amigo de mi padre sangraba abundantemente, pero no apartaba su mirada de mí.  

'Tú eres...' Cerró los ojos del esfuerzo, pero seguía respirando forzosamente.  

Me levanté del suelo y fui como una posesa a la cocina en busca de trapos limpios para taponar las heridas.  

Regresé junto a él, no sin antes mirar al ahora pacífico rostro de mi difunto padre. Un padre que no lo volvería a ver. Me había convertido en huérfana.  

Las respiraciones forzosas y regulares de su amigo- asesino resonaron en mis oídos, y pensé en dejarlo morir, pero seguramente mi padre y mi profesor de Literatura (que adoraba) no aprobando tal comportamiento, empecé a taponarle las heridas.  

Pero la sangre no paraba de emanar y emanar, estaba hasta arriba de ella.  

Deseé que las heridas se cerrasen. Fue cuando sentí un pequeño cosquilleo entre mis dedos, ¡la herida se cerraba!  

Pronto oí los ruidos de las sirenas, la voz de mi hermana en mis oídos, la gente entrando y saliendo de mi casa, una mujer limpiando mi sangre...  

Cuando me recuperé del shock, lloré por fin tranquila en silencio.  

Mi hermana no preguntó nada de lo ocurrido, me dejó llorar sola.  

Dos días más tarde se enterró a mi padre y a su amigo (finalmente murió por la pérdida de sangre).  

Dejé de llorar, mi padre quería que en su entierro no llorase, que daba muy mala suerte al difunto.  

Esa misma noche me quedé contemplando mis manos, ¡podía curar heridas!  

Durante aquella semana visité el hospital de nuestro pueblo. Allí desarrollé mi don, podía curar cualquier herida o mal de cualquier cuerpo, siempre y cuando esa persona o animal tuviese cierta cantidad de sangre. En secreto me llamaban ~el ángel de los Dolores~.  

Aprendí que era más rápida de noche, y que de día necesitaba un poco de luz para curar.  

Mi don era maravilloso, y estaba orgullosa de él.  

A final de esa semana le conté con pelos y señales a mi hermana lo ocurrido. Y ahí fue cuando empezó todo.  

Me miró la mano derecha y la soltó al segundo. Luego dirigió su mirada a su novio, y él, sin verlo ni beberlo, me pegó por primera vez. No una vez, ni dos, tantas que perdí la cuenta.  

Mi hermana suplicaba de que no me mátase, que me dejase vivir, que yo no vería la luz del día si no era para asistir al instituto,y más cosas que no pude ni recordar. Esa misma tarde me llevaron a mi futura habitación; el sótano."

Marca de SangreWhere stories live. Discover now