-Tu por tu lado yo por el mio. Nos vemos aquí a las 12 para que no digan nada.
-Mi mamá quiere que te acompañe porque...
-Tu mamá no entiende nada, si me disculpas tengo chicos que atender.
Y lo dejé con la palabra en la boca y comencé a caminar para llegar pronto al orfanato.
Las lágrimas quemaban detrás de mis ojos todo el camino, ¿cómo puede estar tan normal después de lo que dijo? Al parecer la única que estuvo pensando todo este tiempo que se iba a disculpar fui yo, el ni se le pasó por la cabeza que me iba a pegar tanto su maldito vocabulario.
Al llegar me detuve delante la puerta. Se escuchaban los niños jugando y cantando adentro y Sonreí, ellos no merecen que yo esté triste, merecen a alguien feliz hoy.
Entré y mi corazón palpitó de alegría al verlos a todos riendo y siendo felices, siendo niños.
Cenamos juntos, cantamos villancicos y contamos cuentos, la felicidad se irradiaba a donde quiera que volteara y eso me alegraba mucho. Sentía que pertenecía ahí. A ese grupo.
-¡Hay alguien afuera!
Gritó un niño asomándose por la ventana, el aura de paz y amor se desvaneció por un minuto y nos asomamos preocupados, la nieve estaba cayendo y la temperatura disminuía mucho.
-Debemos ayudarlo.
Fui yo quien salió y pude ver una persona sentada en la puerta del edificio. Un abrigo negro y un gorro era lo único que veía... Sabía bien a quien pertenecían.
-¿Qué haces aquí? Te dije a las 12 en casa no aquí, además no son las 12 aun.
-No quería dejarte sola.
Me quedé en silencio y entré de nuevo dejando la puerta abierta, enseguida el entró.
-Hay chocolate caliente y pastel por si quieres cenar. Sabes donde está la cocina.
-Ivania...
-Voy con los demás.
Y lo dejé parado ahí en medio de la recepción, no podía mirarlo mas de 2 minutos y no querer llorar. Porque en realidad me dolía saber lo que había dicho. Porque seguía repitiendomelo cada noche antes de dormir y no me dejaba en paz.
