la pequeña promesa.

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Recuerdo mi primer día de clases, recuerdo solo pequeños fragmentos oscuros, recuerdo que habían niños llorando y madres nostálgicas. Yo no comprendía nada, sabía que tenía que estar ahí, que era parte de la vida tener que estudiar.

Me despedí de mi madre y entré en el salón de clases. Todos lloraban menos yo. Me senté en silencio y esperé. No sentí ningún tipo de emociones, simplemente estaba cumpliendo con mi deber.

El mejor alumno y ni yo lo sabia. Sólo ahora que me pongo a tratar de recordar esa estapa caigo en cuenta de que nunca sentí ninguna presión por tratar de ser el mejor alumno, no recuerdo haber hecho algo más de lo normal, simplemente lo era.

Mi madre suele decirme que yo era el único que sabía leer en mi clase, yo realmente no recuerdo el momento exacto en el que empecé a leer, pero recuerdo una feria de ciencias en la que veía como todo el mundo se memoriza sus diálogos excepto yo, tenia un lindo cartel detrás de mí, con letras grandes en el cual leía plácidamente cada una de las palabras, pareciera que siempre me lleve bien con las palabras. Todos me veían asombrados y yo no sabía el porqué, yo sólo hacia lo que sentía que tenía que hacer. Recuerdo a mi madre, estaba orgullosa de mí y yo me sentía tan bien al verla. Al final mi curso ganó la feria de ciencia, a lo cual mi madre alega que se debió mi lectura a corta edad. Desde ese día creo que amé más a las palabras.

Acabó el jardín y siguieron llegando nuevos años lectivos. Yo seguía sin sentir ninguna presión por los estudios. Mis notas eran perfectas al igual que mi disciplina. Mi disciplina... el niño callado y tranquilo...

Recuerdo haber contado que crecí en un lugar sin niños, supongo que ese era el motivo por el cual me costaba hacer amigos a donde sea que iba, por eso y porque todos los niños se dedicaban a jugar el bendito fútbol en sus tiempos libres. Mis únicas amigas eran las palabras.

Recuerdo, en la escuela, a lado de mi curso había una grada donde yo solía asistir casi religiosamente a observar a todos los niños jugar al fútbol en el receso. Quería ir con ellos y patear o al menos intentarlo, pero sabía que si me unía a ellos se iban a burlar de mí por no ser bueno con las piernas.

Era un día cualquiera, el cielo azul y el sol en lo alto. Tanto los niños como sus sombras corrían ágilmente detrás de una mágica esfera blanca y negra, detrás de un balón de fútbol. Yo sentando junto con mi sombra los observabamos desde la grada, ya me había acostumbrado a todo eso, me era monótono, nunca me sentí mal en ese tiempo, ya estaba acostumbrado a la soledad. Sólo ahora caigo en cuenta de lo triste y digna de lastima que fue esa parte de mi vida, sin duda esa soledad me hizo amar aún más lo que a continuación sucedió...

Lo dije antes, no era un día especial, al menos no lo era hasta que ella apareció... Miré al suelo y mi sombra tenia compañía.

La tortuga.Where stories live. Discover now