Cuestión de Química (segunda parte)

218 19 8
                                    

Rebecca se sonrojó y pensó en regresar más tarde, pero no le dio tiempo a girarse cuando la puerta se abrió. Apartó la vista tan pronto como vislumbró la silueta desnuda. En lo poco que había percibido había visto un cuerpo masculino que no era verde. Eso significaba… «¡Oh, cielos! Es él…» Tragó saliva y empezó a retroceder con cuidado.

—Ahora acabo —dijo el leónida al percatarse de su presencia. No parecía muy contento; su tono de voz era tan frío como el hielo.

—Puedo volver más tarde —acertó a pronunciar.

—No te voy a comer. —Parecía un comentario inofensivo, pero a Rebecca se le erizó el vello de la nuca.

A pesar de eso, reunió valor y se quedó. Tampoco era que la fuera a comer de verdad, ¿no? El leónida continuaba a lo suyo y parecía ignorarla por completo. Rebecca alzó la mirada poco a poco; Riordan llevaba una de esas toallas de gamuza atada en la cintura. Era tan larga que casi llegaba al suelo así que no mostraba nada que una dama no debiera ver. Estaba ocupado secando su cabello, espeso y rojizo, con otra toalla de menor tamaño. A él tampoco parecía convencerle el secado automático.

Rebecca esbozó una sonrisa traviesa mientras inspeccionaba con curiosidad científica la anatomía del joven. Y no era difícil. Cada una de las líneas de su cuerpo dibujaba unos músculos que parecían esculpidos por el mismísimo cincel de Miguel Ángel, sobre una piel sin imperfecciones, lisa y tersa como el mármol pulido. Solo las cicatrices rompían la armonía del conjunto invitándola a hablar de ellas y conocer su historia. Dudó unos segundos si aceptar la invitación pero al final la rechazó, conformándose con el escrutinio furtivo.

«Una señorita educada no debe de hacer esas cosas». La voz de la señora Astor la reñía incluso con siglos y galaxias de por medio. Rebecca se mordió el labio inferior al recordarlo, pero no por ello apartó la mirada. Riordan inclinó la cabeza y, al hacerlo, dejó visible durante un par de segundos un tatuaje en la base del cuello: una luna roja.

«Luna-Roja». La visión del tatuaje desenterró los recuerdos de Rebecca del reciente asalto de los piratas, las pesadillas… y el miedo.

—¿Qué? —preguntó Riordan, mirándola fijamente. La escasa iluminación acentuaba el reflejo plateado en sus ojos negros.

—¿Qué de qué? —preguntó Rebecca tragando saliva.

—Me estabas mirando, ¿pasa algo?

—Solo… esperaba a que acabaras —dijo, intentando concentrar la mirada en cualquier cosa que no fuera el joven semidesnudo.

—Hay otra ducha, si tanta prisa tienes. —Con un golpe seco, abrió la puerta para mostrársela—. No te preocupes —añadió poniendo un gesto condescendiente—, no miraré.

—¿Por qué no mirarás? —preguntó Rebecca en tono suspicaz. «¡Por qué has dicho eso!»

—¿Por qué? ¿Quieres que mire?

—No quiero que mires, quiero saber por qué no quieres mirar.

—¿Qué pregunta es esa? —inquirió Riordan con un gesto de extrañeza—. Cuando hablo contigo creo que mi receptor Wernicke no funciona bien; no entiendo la mitad de las cosas que dices.

«Yo tampoco…»

—Mira —continuó—, me visto y me voy y te dejo sola con tus fantasmas. De todas formas —masculló desviando la mirada—, tengo prohibido acercarme a ti.

—Ah, sí —Rebecca recordó las advertencias de Guille en la cubierta solar—, el brazalete no funciona bien y… estás de mal humor. —No era eso lo que iba a decir, pero logró controlarse antes de que su boca la delatara.

Las Crónicas de Eos: ValkiriaWhere stories live. Discover now