Un infierno de Paraíso (segunda parte)

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«Eres un idiota. Eres el mayor idiota del universo. De todas partes vendrán peregrinos para reverenciar tu inconmensurable estupidez. ¡En qué estabas pensando, pedazo de capullo! Ah, sí, ya lo sé, no me lo digas: no pensabas en nada. Mierda, Tesla, ¿dónde te has metido?».

Un grito le respondió.

***

Quizás no debería haber gritado, pero el hombre la asustó. Parecía un loco: los ojos en blanco cubiertos de legañas, babeaba por la comisura de la boca, tenía los labios destrozados y el cuerpo cubierto por pústulas blanquinosas. Su piel no tenía nada de verde aunque se podía apreciar algunas zonas de coloración amarillenta. Se arrastró hacia ella y se agarró a su vestido en actitud de súplica.

—Piedad, señora, sálveme —acertó a pronunciar en su desesperación.

—Suélteme —suplicó Rebecca tirando de su falda—. Por favor —pidió de nuevo, sintiéndose culpable por no ser capaz de brindar ninguna ayuda.

Para su consternación, una mujer apareció en el umbral de la puerta de la casa que había tomado por abandonada. En su rostro, la misma mezcla de desesperación y locura, las mismas señales inequívocas de la enfermedad y la misma esperanza insana hacia su persona.

—No puedo ayudarles —gimoteó empezando a retroceder—. Déjenme, por favor.

Salían de todas partes y, antes de darse cuenta, estaba rodeada por una docena de personas dementes y enfermas que buscaba en ella un consuelo que no podía brindarles.

Trataba de ser educada y apartarlos sin malos modos, pero al cabo de unos segundos se encontró acorralada; subida en el banco en el que había buscado refugio mientras la pared impedía su retirada. Tenía miedo. Gritó solicitando ayuda y suplicando que se alejaran, mientras intentaba apartarlos con patadas y empujones que poco tenían ya de delicados.

No sirvió de nada.

—Señora, señora —repetían—. Ayúdenos.

Se cubrió el rostro con las manos y cerró los ojos. Alguien la agarró y la elevó del suelo. Rebecca gritó, golpeó y pataleó presa de la histeria.

—¡Estate quieta! —exclamó una voz familiar.

***

—Lo siento mucho, de verdad —dijo Tesla mordiéndose el labio inferior con nerviosismo.

—Ya, ya —dijo Riordan, indicando con una mano que lo dejara correr, mientras con la otra se limpiaba de sangre la comisura de la boca—. ¿Qué ha pasado allí detrás? —preguntó.

La había sacado en volandas y se la había llevado de allí sin girar la cabeza ni una sola vez. Solo cuando se aseguró que no había nadie cerca, la bajó del hombro y pudo deparar en los golpes que la muchacha le había propinado en su ciega desesperación.

—No lo sé —aseguró Tesla—. Estaba sentada y empezaron a salir por todas partes; querían que les ayudara. No lo entiendo.

—Puede que te confundieran con una princesa de Origen —dijo el joven, pensando en voz alta—. Pareces una de ellos. Y la única gente de Origen que vienen aquí son los amos de todo esto. Supongo que creyeron que podrías ayudarles con lo que sea que les pase.

—Parecen enfermos.

—Seguramente lo están —Echó una ojeada alrededor con una mueca de desagrado—. Es un mal sitio para ponerse enfermo. Sin sol y sin comida, están condenados.

—No puedo ayudarles, ¿verdad? —preguntó Tesla.

Tenía una expresión de súplica en su rostro; se sentía culpable. ¿Por qué? Eran unos desconocidos que además la habían puesto en peligro. ¿En serio los ayudaría si pudiera? La repuesta era sencilla y absurda: sí. Para alguien como él, educado con la única finalidad de sobrevivir, ese tipo de actitud no tenía ningún sentido.

Las Crónicas de Eos: ValkiriaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin