Cuestión de Química (tercera parte)

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Las noticias que llegaban desde París no podían ser más desalentadoras. Una serie de detonaciones habían puesto en alerta a la comunidad fotosintética. No era la primera vez que sucedía ese tipo de atentados en una de las lunas de Origen, el terrorismo racial era algo tristemente frecuente en toda la órbita del planeta. Como si no tuvieran bastante con monopolizar la mayoría de compañías del sistema, parecía que un grupo de ellos quería eliminar por completo a todas las otras razas. Cosa estúpida a más no poder, ya que con ello eliminaban su propia mano de obra y la razón de sus ingresos. Pero claro, eso no se le podía explicar a un grupo de jóvenes aburridos. Sangre Pura no tenía pretensiones sociales ni políticas, pero causaban mucho ruido, y muchas molestias, y en algunas ocasiones, como ya habían podido constatar en la Valkiria, mucho dolor.

—Entonces, ¿se supone que no podemos salir de la nave? —preguntó Guille tras escuchar las noticias y los mensajes de la seguridad portuaria.

—No quieren ni que atraquemos —dijo Marcos temblando de ira mal disimulada—. ¡Joder! Bastardos hijos de puta…

—¡Pero tenemos que atracar! —exclamó Riordan empezando a hiperventilar. Tenía que arreglar el maldito brazalete, no podía estar así eternamente, llevaba encima suficientes calmantes como para tumbar a un yugul, pero sentía que no conseguía mantener el control.

—Sí, sí, sí… —asintió el orondo mecánico—. Ya lo sé. Val, ¿puedes intentar localizar a Julio?

***

Capitán.

—Ahora no, Val —dijo Julio mientras cerraba los ojos e intentaba aguantar todo el torrente que amenazaba con estallar en cualquier momento.

Agarró con fuerza las nalgas de Oma y la embistió con fuerza. Su esposa chilló extasiada y se retorció bajo su peso, acercándose a él y estrechando la cavidad. Julio sintió como su miembro era estrangulado provocándole una oleada de placer. De nuevo, tuvo que hacer acopio de voluntad para no dejarse llevar por la marea que lo inundaba. Puso los ojos en blanco y embistió de nuevo, una vez y otra. Cada golpe iba acompañado de un nuevo gritito y un sonido de chapoteo húmedo.

—Capitán.

—¡Ahora no, Val! —rugió Oma.

La mujer empezó a agitarse y a resoplar. Julio embistió una última vez. Sintió que los férreos diques de su voluntad se derrumbaban y la corriente lo arrastraba inexorablemente haciéndole naufragar en las turbulentas aguas del placer no contenido. Oma gritó acompañándolo en el momento de éxtasis: sus piernas temblaron como si electricidad las recorriera. Julio sintió sus vibraciones y se hizo eco de ellas, antes de dejarse caer sobre la espalda de su esposa con un suspiro ahogado de genuina felicidad.

—No me aplastes —dijo Oma con la voz entrecortada por el esfuerzo, recordándole su avanzado estado.

—Perdona —dijo Julio echándose a un lado.

Capitán —dijo Val, por enésima vez.

—¿Qué, Val? —contestó el capitán, intentando recuperar el aliento.

—Le requieren en el puente de mando, hay problemas con los permisos de amarre.

—Joder…

—Val, —preguntó Oma— ¿Cuánto falta para entrar en el espacio de París?

—Treinta y tres minutos con la velocidad actual.

—Diles que el Capitán irá en… —miró a Julio con complicidad— ¿quince minutos?

Julio se incorporó de nuevo. Con delicadeza y energía, apartó las piernas de su señora, se colocó entre ellas y miró lo que escondían esbozando una sonrisa depredadora.

Las Crónicas de Eos: ValkiriaNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ