Cuestión de Química (cuarta parte)

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Apenas había luz, unos pilotos luminiscentes que marcaban señales en el suelo no bastaban para iluminar todo el compartimiento. Riordan necesitó unos segundos para que sus ojos se acomodaran. Por primera vez, apreció la deficiencia visual a la que se había referido el doctor: en condiciones similares hubiera podido ver sin problemas a la muchacha agazapada que tenía a su lado y no habría tenido que acercarse a palpo.

—¿Estás bien? —le preguntó preocupado, tendiéndole la mano.

—S-sí —contestó Tesla agarrándola con fuerza. Estaba temblando—. ¿Qué ha pasado? —preguntó.

—No lo sé —confesó Riordan—. Me ha parecido algún tipo de explosión, quizás una bomba.

—¡Una bomba!

—Creo que no ha sido aquí o de lo contrario no estaríamos vivos. Quizás haya sido en la central de abastecimiento, nos hemos quedado sin energía. Tenemos que esperar a que se reestablezca la electricidad o a que vengan a rescatarnos.

En ese momento, las luces de emergencia se encendieron proveyendo de una iluminación mortecina el habitáculo que cada vez parecía más pequeño.

—¡Electricidad! —exclamó Tesla y se incorporó emocionada—. ¡Ha vuelto! ¡Ahora podremos salir de aquí!

Riordan se incorporó también pero, desilusionado, volvió a sentarse apoyándose contra la pared.

—Es la luz de emergencia, Tesla. Lo único que significa es que no estamos a oscuras.

—Pero… tiene que haber una forma de pedir ayuda —dijo la joven inspeccionando cada rincón de la cabina—. ¡Tiene que haber algo para decirles que estamos aquí!

—Ya lo saben —dijo el leónida con voz neutra. Todavía tenía la mente embotada por la cantidad de calmantes que había consumido—. El ascensor informa de todo el que entra y sale. Puedes gritar, si quieres, a lo mejor la IA te responde.

—¿La IA? —repitió extrañada.

—El ordenador de la estación —explicó—. Es como Val. Creo que se llama Francine, pero no puedo asegurarlo.

—¡Francine! ¡Francine! —gritó Tesla.

La joven estaba en un estado de nerviosismo creciente. Se notaba que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantener el control pero, aun así, temblaba como un flan y parecía a punto de romper a llorar.

«¿El miedo es por estar encerrada o por estar encerrada conmigo?», pensó Riordan con amargura. Seguramente, un poco de ambas cosas.

Tras un rato de moverse inquieta de un lado a otro, como un león enjaulado, Tesla se dio por vencida y se sentó enfrente de él, al otro extremo del compartimiento. Escondió la cabeza entre las rodillas y empezó a respirar profundamente. Riordan sonrió al recordar sus ejercicios de relajación. Cogió su frasco con calmantes y se lo pasó rodando. El cilindro cruzó la distancia y chocó contra el pie de la joven que levantó la cabeza sobresaltada.

—Oma me dio estos calmantes —le explicó el leónida.

—Gracias —dijo ella tomando el frasco. Lo observó un rato, dudando en su decisión, y al final no lo abrió. Se lo devolvió del mismo modo—. Ya estoy mejor. —Se excusó con una sonrisa tímida.

Riordan la miró a los ojos y ella rehuyó la mirada. No, no parecía estar mejor, pero era demasiado orgullosa como para admitir que estaba aterrada.

—Lo siento —dijo él tras un incómodo silencio.

—¿Por qué? —preguntó ella sorprendida.

—Pues… un poco de todo —dudó—. No debí haberte usado como cebo, lo primero; no fue justo. Tú ya tenías bastantes problemas y yo te utilicé como un pedazo de carne.  Y tenía que haber llegado a tiempo. —Sí, eso le torturaba y provocaba un nudo en sus entrañas. Porque si ella no hubiera demostrado la sangre fría necesaria, el final habría sido muy distinto y Riordan tendría otra muerte sobre su conciencia. Una que le pesaría—. Y siento… darte miedo. Pero no puedo cambiar lo que soy.

Las Crónicas de Eos: ValkiriaWhere stories live. Discover now