2. Adelante

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Estoy en un nuevo lugar desde hace dos semanas. Atlanta es una linda, acogedora y gran ciudad en el estado de Georgia y un buen lugar para estar antes de ir con mi madre, porque luego de eso, tengo que poner los pies en la tierra y empezar a forjarme un futuro. Como ya ha empezado el verano, el clima es genial y disfruto de la calidez del lugar. Ya pronto llegaré con mamá. Ya hace diez meses desde que me fui de Seattle y debo aceptar que en los últimos meses me he sentido más ligera y tranquila. He terminado mi libro de 378 hojas y me siento emocionada por ello. Básicamente, es sobre mi amor por Christian, pero por obvias razones, he descartado todo lo referente a sus oscuros gustos. Recuerdo esa vez en el Heathman, al día siguiente de mi primera vez ebria, cuando me dijo que, si fuera un caballero, sería uno oscuro. En ese tiempo me negué a admitirlo, pero ahora lo he confirmado y vaya que sí le creo.

A diferencia de lo que vivo desde ese día, en mi libro, los protagonistas son capaces de superar juntos las adversidades y luchar por su amor. A pesar de la frialdad de él, sabe que la ama y hace todo para hacerla feliz, y ella le corresponde de la mejor manera. Por lo menos mi libro tiene un final feliz. Soy una romántica empedernida, como me llamó una vez.

¿Por qué tendré que tenerlo en mi mente para todo? Esto es desesperante.

Hace una semana empecé a trabajar en una pequeña librería que le pertenece a una señora de unos cuarenta años, muy amable y sencilla. La señora Lauren Tower es muy dulce y adoro que me cuente sus historias, de lo mucho que amaba a su esposo y sobre que, a pesar de que nunca pudieron tener hijos, él jamás la defraudó y hasta el último momento se desvivió por hacerla feliz. Creo que todas soñamos con conocer un amor incondicional como ese. Que no sea atado o forzado como lo fue el mío con Christian por sus absurdas reglas.

Ya hablo como si realmente lo hubiera olvidado.

Me despido de la señora Tower luego de ayudarle a cerrar y me voy a caminar un rato. Es una suerte que ella viva en el piso de arriba de la librería y aún más suerte de que me haya ofrecido posada. Me pareció increíble lo que hizo, si Christian lo supiera la regañaría por abrirle las puertas a una desconocida. Aunque tampoco es que yo le vaya a hacer algo malo a esa señora que tan bien se ha portado conmigo. Empiezo a caminar por las calles de Atlanta aprovechando que todavía es temprano, para así, regresar temprano a casa y preparar la cena de ambas.

—¡Ana! —escucho una voz masculina que me llama, pero al voltear no reconozco a nadie.

Deben ser imaginaciones mías. Encojo mis hombros y sigo mi paseo mientras pienso en qué podría preparar para cenar esta noche.

—¡Anastasia! —grita una vez más y volteo asustada.

Al no ver a nadie empiezo a caminar con algo de afán. No conozco a nadie en esta ciudad y creo que me he vuelto algo paranoica. ¿Quién podría estarme llamando?

—Joder, Ana, ¿por qué no esperas?

Alguien se sitúa frente a mí y frunzo el entrecejo extrañada ante el hombre que me habla con tanta familiaridad. Aunque parece que lo conozco, no logro recordar de dónde donde he visto esos ojos verdes que me observan con diversión.

—¿Perdona? ¿De dónde me conoces? —le pregunto extrañada y me sonríe, por raro que suene, me gusta esa sonrisa.

—Así que es cierto. —Niega fingiendo estar decepcionado.

—¿Qué es cierto? —La urgencia de mi voz me extraña.

—Que te olvidaste de nosotros —dice con una sonrisa melancólica—. Me alegra ver que estés bien. —Me toma por sorpresa con su abrazo y desliza su mano por mi espalda de arriba a abajo, pero no de manera pervertida o pretenciosa—. Hermanita Anita.

Destruida Entre SombrasWhere stories live. Discover now