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— MAMÁ — grité y salí de mi habitación para buscarla. Estaba en la sala tejiendo lo que parecía una larga bufanda mientras mi padre veía la televisión muy serio. — ¿Sabes dónde está mi blusa amarilla?

— No — se limitó a responder.

Gran ayuda, madre.

La miré con cara de pocos amigos y regresé a seguir con la búsqueda entre mi ropa. Faltaba una hora para la reunión y estaba segura que me daría un ataque de pánico. No me había comunicado con ellos, excepto para confirmar mi asistencia. Esperaba no decepcionarlos. No quería arruinar la amistad que habíamos creado.

Sin embargo, eso sería lo normal, ¿no? Yo siempre arruinaba todo. Quizás era demasiado negativa, pero tenía miedo. Estos chicos significaban muchísimo para mí.

Okay, Theresa, debes ser agradable.

Ay, era un reto difícil. Además, tenía que hablar. Por dios, no sabía cómo comportarme cuando estuviera con ellos. El miedo comenzó a atacarme. Entonces, encontré la blusa amarilla.

— YAY — exclamé sintiendo una oleada de alivio.

Me cambié lo más rápido que pude, cepillé mi cabello hasta que me pareció lindo. Y mientras me lavaba los dientes, me observé detenidamente. Tenía el cabello sobre los hombros, no totalmente lacio, un poco alborotado, el flequillo caía por mi frente cubriendo mis cejas de una manera linda. Mis ojos eran cafés y mi piel morena pálida. Recorrí mi ropa. Jeans, blusa amarilla, suéter negro desabotonado y tenis converse. Estaba lista.

Perfecto, me sentía confiada.

Avisé con un grito que iba a salir y cerré la puerta sin esperar respuesta. El elevador se detuvo en el tercer piso, Austin subió.

— Hola, Theresa — saludó con una sonrisa afable.

Oh, quería borrarle su maldita sonrisa. Era adorable y odiaba eso. Pero como estaba demasiado nerviosa, actué normalmente.

— ¡Hola! — me incliné y pellizqué sus mejillas.

Bien, súper normal.

Maldita sea, muévete más rápido, elevador. Las manos me temblaban y quería llorar sin razón. Las puertas se abrieron y salí corriendo.

— ¿Adónde vas? — preguntó con curiosidad.

Levanté los brazos y reí.

— A mi futuro — respondí y el viento fresco me erizó la piel.

Acababa de decirle algo tonto, pero casi la verdad.

— ¿Tienes una máquina del tiempo o algo así? — preguntó con curiosidad. ¡Basta, Austin! Era tierno, demonios.

— No, pero haré algo que probablemente me cambie por completo — puntualicé alzando el dedo índice.

— Suerte, Theresa — asintió. Sonó tan honesto, que me aproximé a él, le indiqué que se agachara y despeiné levemente su cabello.

— Gracias, Austin — sonreí nerviosa.

Abrí los mapas en mi celular y seguí las instrucciones. Creí que tal vez debía tomar un taxi, pero al parecer, el autobús era mejor. Observé por la ventanilla todo el camino mientras me repetía en la mente que todo estaría bien. Bajé en un pequeño parque en el cual, había juegos para niños en el centro. Sonreí al ver unos columpios.

The only reasonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora