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Me senté en el sofá del lobby a esperar por Austin.

— Me ahorraste el mensaje — levanté la vista y vi a Austin sonriéndome.

— Ven aquí, idiota — le dije, ya de pie, señalando que me abrazara. Él entendió a la perfección.

Lo estreché con fuerza, él acarició mi espalda. Unas personas entraron al edificio y pasaron a nuestro lado murmurando con discreción. Suponía que todos los residentes se habían enterado de la enfermedad de su mamá.

— Vamos, en serio quiero que duermas y que te duches — jalé su brazo obligándolo a caminar. Ah, ojalá no se tirara al piso de nuevo. Nah, estaba exhausto y no hizo drama.

— Apesto, ¿cierto? — bajó la mirada y retrocedió un paso. Por suerte, lo sostenía con firmeza así que no escapó.

Lo estás ahuyentado, imbécil.

— No, tranquilo, hueles a rosas — dios mío, era una tonta. Mis palabras sonaron súper sarcásticas. Sonreí pidiendo disculpas sin decirlas. Él me pidió que me acercara con una seña de mano. En un abrir y cerrar de ojos, sentí sus dientes en mi oreja. Lo aparté haciendo una mueca. Uh, buena jugada, Jeremiah. Austin se encogió de hombros, no rió como yo esperaba. 

Ya que estuvimos en el departamento, él se dirigió al baño con una toalla en la mano. Alboroté su cabello antes de que se metiera.

— No me extrañes — bromeé y él sólo negó con la cabeza.

Pretendía ser divertida. ¿Se reiría de mis chistes? No, no lo creía. Caminé de un lado a otro pensando en qué hacer. Si volvía a ver otra falsa sonrisa de su parte, iba a gritar. Oh, ¿cómo llegué a la cocina? ¡Era una señal del cielo! Huh, qué mala señal. Odiaba cocinar, además de que no sabía. Okay, esto era por Austin, el momento de brillar ha llegado. Los huesos de mi cuello crujieron al ladear la cabeza, salté de un pie a otro, inhalé y exhalé. Perfecto, ¡manos a la comida!

Abrí el refrigerador, di un vistazo a lo que había. Revisé los gabinetes, puse ingredientes en la mesa, lo regresaba a su lugar. Repetí el mismo proceso hasta que me enfadé. ¿Por qué Austin no tenía nada congelado? O de esas sopas que sólo les agregabas agua hirviendo y ya estaban listas.

Decidí ir a preguntarle a Austin si estaba bien. Huh, no había nadie en el baño. Asomé la nariz en su habitación. En seguida, me adentré pisando de puntas. Mientras más sigilosa, mejor. Sip, dormía ocupando todo el espacio de la cama. Se vistió con una camiseta blanca y unos pantalones de chandal. Ohh, yo los conocía, eran los que me prestó.

Bellos recuerdos.

Aparté un mechón de cabello que cubría su rostro y no me permitía apreciarlo. Austin... era tan lindo. Rocé con las yemas de los dedos su mejilla. No lograba entender cómo fue que él, un chico guapo, amable y generoso, insistió en ser mi amigo apesar de mis burlas, el rechazo y mal humor.

Regresé a la cocina, puse agua a hervir en una tetera color azul cielo que encontré y acomodé en orden los ingredientes para un rico sándwich. Se me acabaron las ganas de pensar, por lo tanto opté por la opción fácil. Además, sería un déja vú. Él me invitó un día a comer, era mi turno. Revivir recuerdos.

Ojalá eso provocara un poco de alegría en su pequeño y herido corazón.

Fui a buscar algo para entretenerme. Olvidé mi celular en mi sala y era mucho camino para ir a recogerlo. Recorrí los muebles de su habitación. Husmeé levemente en algunos cajones. ¿Me arrepentía? Nah, mi conciencia me apoyaba y estaba de acuerdo. La nostalgia me invadió al ver unas fotos viejas. Bueno, no tanto. Parecía tener unos trece o catorce. Detrás de él, el mar tranquila brillaba a causa de la luz solar. Su mamá, a su lado, saludaba a la cámara. Ninguno sonreía, sin embargo, la felicidad se reflejaba en sus rostros.

The only reasonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora