Prólogo

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  La lluvia no dejaba de caer afuera, y los árboles se movían contra el viento. Me hubiese encantado sentarme en mi ventana y admirar la tormenta, siempre me había gustado la lluvia, pero el dolor en mi cabeza no me lo permitía esta vez. Había estado enferma desde hacía dos días, y cada vez me sentía peor; era como si golpearan mi cabeza con un martillo. Mi garganta ardía cada vez que tragaba, por lo que evitaba todo lo posible hacerlo. Y no hablar de mi nariz congestionada, roja e hinchada.

No era así como había planeado pasar mi fin de semana, pero no esperaba caer enferma tan de repente.

Suspirando en resignación, me levanté de la cama y fui hasta el baño, tenía píldoras para dormir allí, tendría que tomarme una antes de que se volviera peor, no lograba dormir y lo necesitaba de inmediato. Mi padre no estaba en casa, como siempre y Dominic, mi novio, debía estar en su bar, seguramente coqueteando con chicas hermosas.

Bajé a la cocina después de tomar mis píldoras y tomé un poco de agua. Cuando estaba a punto de subir las escaleras hasta mi habitación, el timbre de la casa sonó. ¿Quién podría ser? Era muy tarde, y había una tormenta fuera. La única persona que se atrevería sería mi padre, pero era muy temprano para que volviera, siempre venía después de las doce, cuando estaba tan borracho que no podía encontrar sus propias llaves.

Dejé el vaso en la encimera de la cocina y fui hasta la puerta, tratando de no estornudar en el camino. ¡Jodido infierno! Odiaba la gripe, es molesta, dolorosa y asquerosa. Regularmente se me pasaba con antigripales y aspirinas, pero no saldría con este clima a la farmacia, solo tomaría un resfriado peor. Prefería dormir y esperar hasta mañana, seguramente se me pasaría.

Cuando llegué a la puerta le quité el seguro y la abrí. Mi boca se abrió en asombro, Dom estaba parado en mi porche, mojado por la lluvia, su chaqueta negra pegada a su cuello. Me dio una sonrisa en cuanto me vio, como si venir a visitarme a esta hora era lo más normal del mundo.

Mostró una bolsa en su mano derecha a modo de explicación, pero no entendía nada. La última vez que hablamos fue hace media hora, cuando le dije que estaba enferma, y que no podría ir hoy al bar. Él solo me respondió con un OK, así que había pensado que simplemente no le importaba.

— ¿Me vas a dejar pasar o tendré que estar aquí toda la noche? —Preguntó con esa ronca y sexy voz de él.

Me hice a un lado y lo dejé entrar a mi pequeña casa, no había ninguna luz encendida, pero podía verlo claramente; sus hermosos ojos azules brillando. Dom era del tipo sexy y sensual, su cabello negro azabache siempre parecía resaltar, y me encantaba pasar mis manos por el mientras nos besábamos. Por eso era tan posesiva a su lado, había demasiada mujeres en su bar que lo cazaban como halcones, esperando que él les diera algo.

— ¿Qué haces aquí? —pregunté abrigándome más con mi albornoz de seda, hacia demasiado frío.

—Me dijiste que estabas enferma —se encogió de hombros— Así que decidí venir y traerte aspirinas. Te ayudarán con la gripe.

Me quede mirándolo, sorprendida. Cuando le dije que estaba resfriada, no había esperado que dejara de trabajar para venir en medio de una tormenta y traerme medicinas. ¿Acaso estaba loco? Nadie hacía eso por su chica, simplemente era peligroso y estúpido. Las calles y autopistas estaban muy oscuras y mojadas por la lluvia, sin contar la brisa de muerte que hacía.

Sin embargo, eso sólo hizo que mi corazón se inflara. Podía llegar a ser tan jodidamente dulce algunas veces.

—Pensé que estabas trabajando —respondí cruzándome de brazos—. Cuando te llamé escuché chicas que te llamaban.

Dulce ChantajeWhere stories live. Discover now