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Francesca parpadeó las lágrimas que le picaban los ojos y suspiró en derrota.

     Jacob había guardado el ramillete de flores que le dio para ella usara en su muñeca la noche del baile de graduación. Eran rosas rococó, arregladas de una manera tan hermosa que ni siquiera le había molestado usarlo.

     Había mantenido el ramillete guardado en la caja de plástico transparente en la que había venido, siempre en el primer cajón de su mesa de noche. Siempre en su bolso cuando necesitaba suerte. Siempre bajo su almohada cuando Jacob debía viajar por trabajo, pues estaba tan acostumbrada a dormir con él que se sentía miserable al hacerlo sola.

     Pensar que todo este tiempo estuvo sin ese pequeño ramo. Abrió la caja y metió su nariz, inhalando el aroma tan ligero que aún persistía a pesar del tiempo. Ahora su amuleto de la suerte estaba devuelta y Francesca no sabía cómo sentirse.

     Lo había olvidado al irse de su hogar, más preocupada por guardar las cosas necesarias de sus hijos más que de sus propias pertenencias. Por eso la mitad de su ropa seguía con Jacob. Sus inseguridades nacían en el hecho de que podría haber armado algún plan siniestro para atraerla de nuevo hacia él, convencerla de que todo sería más fácil si tuviera todas sus cosas devuelta.

     En lugar de eso, solo se la envió en la mochila de su hija.

     Un rato más tarde, cuando sonó la hora de poner a los niños en la cama, decidió que dormiría con ellos. Se dio cuenta de que estuvo todo ese tiempo sin su amuleto, porque a pesar de que pensaba en las rosas rococó a diario, eran ellos quienes  ocupaban su mente todo el tiempo.

     Porque esas tres criaturas eran su pilar sonriente.

     Sheridan y Serena estaban extasiados de poder dormir en la cama grande. Sierra estaba bastante enojada, pues debía compartir y estaba en esa etapa en la que no compartía con nadie. A Francesca, especialmente.

     Así que mientras sus hijos mayores miraban una película, susurraban entre ellos y se quedaban dormidos, la menor los observaba con el entrecejo fruncido desde el regazo de su madre. Con esa expresión se parecía tanto a Jacob que daba miedo.

     Francesca estaba cansada, pero nada le gustaba más que observar cada detalle en los rostros de sus hijos. Más cuando estaban dormidos, tan relajados en su subconsciente que no gruñían ni gimoteaban cuando ella les besaba las mejillas. O cualquier parte de su rostro. Así que esperaría a que estuvieran profundamente dormidos.

     Sierra se despegó de su pecho de pronto, y dirigió su mirada seria a su madre. La apuntó con su índice y le dio un golpecito en el esternón.

     —Mía.

     Reí en voz baja.

     —Es nuestra también, Sierra —comentó Sheridan.

     —Mami es de los tres. Y de papi —añadió Serena.

     La arruga en medio de las cejas de Sierra se pronunció.

     —Míamíamía.

     Volví a reír de manera disimulada y la atraje hacia mi pecho, besando la piel suave de su cuello y haciéndole cosquillas. Eso hizo que se olvidara de la pelea. Metió el chupete en su boca y volteó a ver la película.

     Serena se quedó dormida poco después. Sheridan tenía los brazos detrás de su cabeza, aún despierto. Sierra estaba luchando contra su cansancio, tallándose los ojos e intercambiando sus ojos azules entre su hermano y la televisión. Se acomodó contra Francesca, metiendo su manito entre su brazo para ponerla sobre sus costillas y su otra mano la puso sobre su cuello.

     Luego comenzó a tirar de su camiseta, queriendo descubrir su seno. Sonrió, tan agradecida y aliviada que todavía deseara tener esa conexión con su madre. Francesca corrió la tela y acomodó la cabeza de Sierra sobre su brazo. Sus ojos se cerraron apenas tuvo el pezón dentro de su boca, y su respiración se volvió regular cuando acaricio su cabello castaño claro con la mano libre. Se durmió en cuestión de segundos.

     Al girar a ver a Sheridan, vio que él también estaba dormido. Apagó el televisor, se acurrucó contra las almohadas y dejó que mi mente vagara, a pesar de que sus ojos estaban deseando descansar.

     Mientras miraba cada rincón de las facciones de las tres personas más importantes en su vida, llegó a una conclusión: esto habría sido mil veces mejor si Jacob estuviera allí, con sus brazos alrededor de cada uno de ellos en un abrazo gigante.

     Francesca apagó la luz y decidió que visitaría a Jacob al día siguiente.

No me digas que me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora