Revisaste la hora por cuarta vez. Casi cuarenta minutos tarde. Tomaste un poco más de agua de tu vaso y miraste alrededor del restaurante, a la gente charlando y disfrutando su cena, mientras tu esperabas solitaria al tarado de tu novio a que se presentase.
La camarera volvió, preguntandote si estabas lista para ordenar. Con una sonrisa forzada, le pediste un poco más de tiempo, con la esperanza de que sólo se esté tardando. La gente comenzó a mirarte con caras de disculpa y lástima. Tanto ellos cómo tú sabían que él no llegaría.
Te habían plantado.
Te empezaste a sentir peor y peor, absolutamente incomoda y molesta. Bufaste molesta y tomaste tu bolso. Justo cuando te levantaste, un chico al cual nunca habías visto se sienta en la silla enfrente tuyo y dice:
—Lo lamento, nena. El trafico es una locura a estas horas—dice sonriente. Bajando su voz, agrega—Soy Shawn, sólo sigueme el rollo, ¿De acuerdo?—se acomodó en su asiento—El que no se molestó en venir es un imbécil.
Animada por la compañía y su idea, te sientas nuevamente con una sonrisa. Es un gesto muy dulce de su parte el que te salve de este aprieto. Además, es un encanto y la persona más tierna y atractiva que viste. Su sonrisa era sincera e inocente.
Para cuando la improvisada e imprevista cita terminó, Shawn te invitó en una cita real y cómo último gesto de la noche, se ofreció acompañarte hasta tu casa.
