[24] Thomas

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Thomas.
El coronel Mark nos observa desde la azotea del edificio más cercano, empuñando el amplificador de voz. Mi gente se remueve inquieta. En la lanzadera había una línea invisible que separaba a los nacidos en la Tierra de los nacidos en la nave. Ahora, los científicos están de pie delante de los edificios y los militares se alinean frente al bosque, atrapando a mi gente en medio.
–Atención, miembros de la colonia –comienza el coronel, y mis labios se tuercen en una sonrisa amarga.
Sí, ha sido muy astuto al llamarnos colonia como si todos formáramos parte de lo mismo.
–Es mi deber informarles de un acontecimiento lamentable –continúa–. Ayer por la noche, encontramos a dos miembros de nuestro grupo que se habían extraviado: una era terrícola, y la otra era nativa de la Fortuna. Ambas estaban muertas.
Se levanta un coro de exclamaciones, y el coronel alza una mano para pedir silencio. Toda la gente de la nave estaba al corriente de que Lorin había desaparecido, pero eso no es lo mismo que enterarse de que ha muerto.
–Este terrible accidente nos recuerda que nuestro nuevo planeta está lleno de amenazas por descubrir. Algo tan simple como oler una flor puede hacerles perder el conocimiento; alejarse del grupo puede conducirlos a las fauces de una bestia salvaje y despiadada.
Miro a mi alrededor. Todos observan al coronel con el rostro demudado por el terror. Me pregunto si es consciente de lo que acaba de hacer. No hay peor miedo que el miedo a lo desconocido, y gracias a sus palabras, mi gente está convencida de que el planeta entero está erizado de peligros incógnitos.
–Para minimizar los riesgos –prosigue–, el personal militar que tengo a mi cargo impondrá una serie de medidas: toque de queda, normas que regulen los movimientos de los colonos, etcétera.
Me doy cuenta de que estoy conteniendo el aliento. No sé si desconfío de sus palabras por los años que he pasado con Eldest, por mi experiencia con Bartie o por el hecho de que, en un rincón de mi mente, puedo oír lo que diría Orion si estuviera aquí. Sea como sea, no logro despejar el recelo que me revuelve el estómago.
–Hemos logrado abrir de nuevo la lanzadera, pero si algo nos ha enseñado nuestra evacuación forzosa, es que no resulta aconsejable confinar a toda la colonia en un espacio tan reducido. Así que, de ahora en adelante solo usaremos la lanzadera como espacio para el almacenaje y la investigación científica. Todos nosotros, tanto los terrícolas como los nativos de la Fortuna, nos instalaremos en este poblado. Aunque tendremos que repartirnos el espacio, gozaremos de una privacidad mucho mayor que la que nos ofrecería la lanzadera.
En este punto estoy de acuerdo con él. La primera noche fue horrible para todos.
–Mañana, a primera hora, empezaremos a instalarnos. Recojan todo lo que crean que van a necesitar para la vida diaria y llévenlo al alojamiento que les sea asignado. Mi personal distribuirá alimentos a mediodía, y al mismo tiempo les comunicará sus nuevas tareas.
Entrecierro los ojos.
–Todos tendremos que poner algo de nuestra parte. Para sobrevivir necesitamos cubrir nuestras necesidades básicas, y eso requiere de un esfuerzo conjunto.
Creo firmemente que lo que dice es verdad, pero también creo que es el primer paso para que se cumpla la predicción de Orion.
Carne de cañón, me advirtió. O esclavos.
Cuando la gente empieza a desfilar hacia la lanzadera, guiados por una patrulla, yo me dirijo al poblado para hablar con el coronel. Lo encuentro saliendo del edificio en el que se aloja.
–Ah, Thomas –me saluda–. Hubiera querido hablar contigo antes del discurso, pero no te encontré.
Asiento sin darle importancia. Prefiero ir al grano.
–¿Cómo piensa dividir el trabajo? –le pregunto.
Él extiende una mano y Emma, que está a su espalda, le entrega un cuaderno.
–He hablado con Cat, su médico... –empieza.
–Kit –le corrijo automáticamente.
–Eso, Kit. Me dijo que había recopilado en una lista las capacidades de cada uno de los nativos de la nave, y accedió amablemente a compartirla conmigo. Me gustaría que los granjeros comenzaran a trabajar de inmediato; creo que en esta zona es verano, pero tal vez estemos a tiempo de plantar alguna cosecha tardía.
–Me parece bien –digo, sorprendido por lo razonable de su enfoque.
–Las demás tareas que necesitamos abordar ahora mismo son de carácter manual –prosigue–. Hay que despejar un camino entre la lanzadera y el poblado. También debemos instalar letrinas urgentemente. Por último, antes de salir de la lanzadera vi que había una bomba de agua y tuberías, y me gustaría usarlas para traer agua al asentamiento.
Asiento con la cabeza.
–Puedo ayudar a distribuir las tareas entre mi gente –digo–. Sin embargo, antes quiero saber qué hará su gente, coronel.
–La principal tarea que encomendó el FREX a nuestra colonia era descubrir nuevas fuentes de materias primas, así que me gustaría que hubiera presentes algunos geólogos durante la excavación de las letrinas. Los demás científicos se ocuparán de trabajar en sus áreas respectivas, y el personal militar se distribuirá por la zona para proteger a todos los colonos.
–¿Protegerlos de qué? ¿De los pteros?
–Exacto.
El coronel se pone en jarras y me mira interrogante, como si quisiera oír mi opinión sobre las medidas que propone. Tengo la incómoda sensación de que está usando las palabras para envolverme, como una araña con su tela.
–¿Y no cree que tal vez haga falta protegernos de lo que construyó estos edificios?
–Te recuerdo que fuiste tú quien propuso que nos refugiáramos aquí –replica sin perder comba–. Y he de reconocer que fue buena idea. Por lo demás, nada nos lleva a pensar que las formas de vida que crearon estas estructuras sean hostiles hacia nosotros; de hecho, es muy posible que hayan desaparecido del planeta.
Lo miro y aguardo a que continúe, pero no parece tener nada más que decir.
–¿Ni siquiera le intriga saber cómo eran, o son? –pregunto, sin disimular el asombro que me produce su indiferencia–. Eran de tamaño humano, construyeron edificios que se adaptan perfectamente a nuestras necesidades y no queda ningún rastro de ellos. ¿Me va a decir que no le importa?
–Lo que me importa –repone con voz grave– es el futuro de esta colonia. El pasado de este planeta me parece secundario.
–De modo que quiere letrinas y muestras de suelo –gruño–. Y, corríjame si me equivoco, no cuenta con que nadie de su gente agarre una pala.
–Podemos proporcionarles herramientas adecuadas, pero no tenemos mano de obra suficiente para...
Lo interrumpo con un ademán. Tendrías que haberlo supuesto, resuena la voz de Orion en mis oídos.
–Entonces, solo trabajará mi gente. ¿Es eso?
–Nosotros solo somos cien... Noventa y siete, de hecho.
–Ya. Y los noventa y siete querrán orinar en las letrinas, ¿no?
–Los ayudaremos. Asignaré algunos hombres para que colaboren en la instalación de las tuberías y, como dije antes, los geólogos trabajarán mano a mano con quienes caven las fosas para recoger muestras de suelo. Tenemos que unir nuestras fuerzas, Thomas.
Lo observo. No detecto condescendencia en su tono; hay una preocupación auténtica en su voz, y su expresión sincera es la misma que he visto en la cara de Newt cada vez que me ha hecho una promesa.
Está diciendo la verdad.
Suspiro. ¿Me mostraría tan desconfiado si las palabras de Orion no resonaran en mi cabeza, si no lo hubiera visto morir hace un rato atrás?
–De acuerdo –murmuro–. Lo entiendo. Debemos cooperar.
Pero desearía que esas palabras no sonaran tan ominosas.

Godspeed: Sombras de la Tierra|NewtmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora