[34] Thomas

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Thomas.
Traen el cuerpo de Kit directamente a la lanzadera, y me alegro absurdamente de estar ya aquí para recibirlo.
Tiene el pelo enredado, lleno de tierra, hojas y ramitas. Una mancha de lodo marrón oscuro recorre un lado de su cara y desciende por la bata de laboratorio, antes tan blanca. Estaba tan orgullosa de esa bata que le habían regalado los terrícolas... Al verla así de contenta, pensé que acabaríamos por entendernos, por colaborar en armonía. Ahora esa idea se ha saltado en pedazos. Y no es lo único: en el pecho de Kit se abre un cráter rojo y negro, como si su corazón hubiera estallado.
No ha sido una muerte accidental.
Kit no ha muerto en las garras de un monstruo, no ha sido devorada.
La ha matado un arma, y alguien ha tenido que empuñarla.
Un asesino.
–¿Quién ha hecho esto? –pregunto, encarándome con el coronel.
Él levanta las manos en son de paz.
–No lo sabemos.
–¡Mi gente no ha podido hacerle una herida así! –grito, y señalo la herida que se abre en el tórax de Kit como una boca hambrienta–. Alguno de los militares... En la sala de armas...
–Thomas –dice el coronel con voz solemne–, ninguna de nuestras armas podría causar una herida como esa.
Me vuelvo para mirar a Newt y él asiente en silencio para corroborar la afirmación.
Los portadores dejan el cuerpo de Kit en una camilla metálica, cerca del ptero que Newt mató. Los ojos me arden tanto que lo veo todo borroso. Kit era amable y bondadosa, y su único propósito en la vida era ayudar a los demás. Como yo, se vio obligada a asumir responsabilidades antes de estar preparada para ello, e hizo todo lo que pudo para compensar el legado de un predecesor que abusó de su autoridad.
Y todo, ¿para qué? Ahora está muerta.
No es justo. Me doy cuenta de que es un pensamiento pueril, una rabieta, pero no puedo evitarlo. No. Es. Justo.
–Fíjense en la lesión –dice la madre de Newt inclinándose sobre el cadáver.
–Es casi como si le hubieran disparado una bala explosiva –indica Newt.
Me lanza una mirada huidiza y sé que está pensando en lo mismo que yo. Aunque no haya ningún arma capaz de hacer algo así en el arsenal de la lanzadera, tal vez sí la haya en el complejo que descubrimos. O entre las manos del alienígena que nos acecha ahí fuera.
La madre de Newt se afana en silencio, preparando el instrumental para una nueva autopsia. El coronel y sus hombres se excusan y se van, pero yo me quedo. Quiero ver esto. Quiero saber qué –quién– asesinó a Kit.
Chris se queda también; al fin y al cabo, tiene que proteger a Newt y a su madre. Pero no me gusta el modo en que mira a Newt, como si lo considerara suyo. Cuando a mitad de la autopsia su cara se pone casi verde, no puedo evitar una sonrisa maliciosa.
La madre de Newt examina cuidadosamente la superficie del cuerpo, recogiendo muestras con bastoncillos de algodón, recortando trozos de uña y raspando la piel en algunos puntos. Guarda todas las muestras con cuidado, las etiqueta y se las va pasando a Newt, quien las almacena sin decir nada.
De vez en cuando, la mirada de Newt se encuentra con la mía desde el otro lado de la camilla. No nos hace falta hablar para saber lo que sentimos: compasión, ira. Kit no hubiera debido morir de este modo.
Los ojos del cadáver se abren una y otra vez, a pesar de los esfuerzos de la doctora Bertram por cerrarlos. Cuando le abre la herida para examinar el interior, la boca de Kit se abre como si fuera a gritar.
Trato de emborronar conscientemente mi visión; no quiero identificar las formas y colores de los órganos, los huesos, los vasos sanguíneos, los músculos, la grasa, todas esas cosas que nunca deberían aparecer a la luz, que deberían quedar siempre ocultas bajo la piel viva. Mis ojos vagan una y otra vez hacia el pecho de Kit, ahora un hueco de carne quemada y sangre ennegrecida en el que podría meter la cabeza.
La doctora Bertram ilumina la herida con una pequeña linterna y le pide a Newt que le alcance unas pinzas. Extrae algo que no logro distinguir, lo guarda en una bolsita y se lo entrega a su hijo.
–A ver si puedes averiguar qué es esto –le dice.
Newt se lleva la muestra a la mesa de trabajo y yo voy tras él. Es un gesto de cobardía, pero creo que no puedo soportar ni un segundo más la visión de esta Kit sin vida.
–¿Qué es? –pregunto.
–Una especie de astilla –responde, usando otras pinzas para extraer lo que parece un trozo alargado de cristal.
Sus bordes parecen muy afilados, y su punta es tan fina como la de una aguja. Newt la sujeta en alto, procurando no apretar para que no se rompa. De pronto, la astilla resbala de las pinzas y cae en la superficie de metal. Contengo el aliento, esperando oír un tintineo de cristal roto... pero no se rompe.
Newt la recoge con las pinzas; ahora la aprieta tanto que las manos le tiemblan por el esfuerzo. La astilla sigue intacta.
La deja en la mesa y saca un destornillador de un hueco en la pared. Apoya la punta en el centro del cristal y presiona la empuñadura con una mano; luego con las dos; después con todo su peso.
Y el cristal no se rompe.
Finalmente, Newt coloca la astilla sobre una placa de metal y la sitúa bajo la lente de un microscopio. La examina un momento y se aparta para dejarme a mí. Podría ser un cristal normal y corriente, si no fuera por las finísimas vetas doradas que lo recorren. Son tan delgadas que ni siquiera se aprecian bien por el microscopio. Me recuerdan a algo...
–Desde luego, ninguna de nuestras armas puede causar una herida así ni deja astillas de cristal incrustadas –dice Newt en voz baja para que no lo oigan su madre ni Chris.
–Entonces, los que la han matado tienen armas más eficaces que las nuestras. ¿Es eso lo que quieres decir? –susurro.
Él asiente en silencio, con la cara crispada por la preocupación.
Empiezo a pasear de un lado a otro, una costumbre que me ha pegado él. Nos enfrentamos a un enemigo más inteligente y veloz que nosotros, un enemigo que dispone de armas letales y no duda en usarlas. Y no me refiero solo a la bala explosiva que ha matado a Kit: creo que también controlan a los pteros.
Pero si son tan astutos como parece, deben de tener alguna razón para eliminar a unas personas y no a otras. Ayer noche podrían habernos matado a Newt y a mí, pero en vez de hacerlo, se llevaron a Kit.
¿Por qué?
Han matado al doctor Gupta, un médico que no participaba en los análisis científicos. A Juliana Robertson, que era militar. Y a Lorin, la pobre Lorin, que ni siquiera debió de enterarse porque estaba drogada con fidus.
Paro en seco.
La ropa ensangrentada y embarrada de Kit está tirada en una esquina. Echo a correr hacia ella, en un arranque tan repentino que la madre de Newt suelta un gritito de sorpresa. Los tres me observan, desconcertados, mientras registro los bolsillos de la bata blanca. Los dos más grandes están llenos de mediparches de distintos colores. Malvas para el dolor, amarillos para la ansiedad, azules para los trastornos estomacales...
No hay ninguno verde.
Sin embargo, me consta que Kit tenía docenas de parches de fidus; los vi ayer, sin ir más lejos. Los llevaba siempre encima porque aún se los aplicaba a quien se lo pedía, a pesar de mis débiles protestas.
Ahora no queda ni uno solo.
Lorin llevaba un parche de fidus. El doctor Gupta estuvo hablando con Kit acerca del fidus mientras atravesábamos el bosque en dirección al poblado. Quizá los alienígenas –porque, cuanto más lo pienso, más me convenzo de que nos enfrentamos a un enemigo no humano– se dieran cuenta de que Lorin estaba drogada y se la llevaran por eso. Como el doctor Gupta estaba con ella, tal vez lo secuestraran para sacarle información sobre el fidus. En cuanto a la sargento Robertson... Bueno, ella salió para buscarlos.
Puede que los encontrara y muriera por ello.
Pero ninguno de ellos pudo dar mucha información a los alienígenas acerca de la droga que mantenía a Lorin en su estado de docilidad.
Kit sí que conocía el tema. Sabía exactamente lo que ocurre cuando se aplica un parche verde claro en la piel de una persona.
He conseguido llegar al planeta, pero no logro escapar del fidus.

*     *     *     *     *
Mataron a nuestra -mi- Kit. Esto es imperdonable. Ahora se van directamente a la mierda. Se joden. Ojalá Thomas agarre todas las granadas del arsenal y se las lance a cuanta persona se le cruce en su camino.
Kit era tan buena, no le hacía ningún mal a nadie... y la manera en que la mataron fue horrible. Quiero decir, ¡le abrieron un maldito agujero en el pecho! ¡Le explotaron el corazón! Yo qué sé. No puedes matar a una bebé tan linda como ella de una manera tan fea, inhumana, sangrienta, dolorosa.
Ella merecía tanto, frexo.
Adiós, Kit.

Godspeed: Sombras de la Tierra|NewtmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora