[33] Newt

434 60 8
                                    

Newt.
Estoy observando cómo Thomas da instrucciones a los primeros grupos cuando mi padre me agarra del brazo.
–Tú te quedas, Newt –dice.
Lo miro a los ojos, demasiado asombrado para contestar.
–Puedes ayudar de otras maneras –argumenta–. No quiero que vayas con ellos.
–Pero es que yo sí quiero –rebato, furioso–. Kit es amiga mía.
Mi padre me mira con incredulidad, como si no creyera que su hijo pueda ser amigo de una chica de la nave. Es la misma mueca que adopta cuando me ve con Thomas.
Cierro los puños, indignado.
–¿Vas a pasar de Kit solo porque no es de tu gente? –gruño.
–No es eso, hijo –responde él en un tono que no sé descifrar, tal vez de pena o de remordimiento–. Ya he estado una vez a punto de perderte, Newt –añade acercándose más a mí–. Cuando Thomas te trajo después de que olieras la flor, creí que te había perdido. No voy a dejar que eso ocurra otra vez.
Me vuelve a abrazar casi tan fuerte como ayer.
–Anda, ve al laboratorio con tu madre –añade después de soltarme–. Chris se quedará con ustedes para que estén a salvo –levanta la cara para mirar algo a mi espalda y, al girarme, veo que mi madre se acerca–. Cuídense mucho, ¿bueno?
Los grupos ya han empezado a dispersarse. Suelto un suspiro y voy con mi madre al edificio en el que nos alojamos. Mientras ella se prepara para otra jornada en el laboratorio, yo me pregunto si mi padre pensará ir al complejo que descubrimos ayer. ¿Habrá algo allí que permita localizar a Kit? Espero que sí; me da igual que mi padre nos lo haya ocultado, siempre y cuando nos ayude a encontrar a Kit y traerla sana y salva.
–Bueno, antes de meterme en el laboratorio voy a revisar lo que hicieron ayer los geólogos –dice mi madre–. Newt, ¿quieres acompañarme?
Niego con la cabeza.
–Yo iré con usted, doctora Bertram –se ofrece Chris.
Aunque me reconforta tenerlo con mi madre y conmigo, no deja de resultarme extraño que nuestro protector sea poco mayor que yo.
Apenas han salido del edificio, Emma Bledsoe entra en la sala.
–¿Estás solo? –pregunta con su acento cantarín, y yo asiento.
Cruza la estancia de tres zancadas y me pone algo en las manos. Lo examino. Es un cubo transparente que me cabe justo en la palma de la mano.
–Quiero que lo tengas tú –me dice–. Escóndelo.
–¿Por qué? –pregunto, empezando a analizarlo.
Parece hecho de cristal, pero en su interior hay unas manchitas doradas que resplandecen al sol creando un torbellino hipnótico.
–Estos días los he observado a Thomas y a ti –responde, y lanza una mirada rápida a la puerta–. Sé que no están dispuestos a creerse sin más todo lo que les cuenten, y me da la impresión de que ahora mismo nos hace falta más gente como ustedes.
–¿Lo dices por...? –mi voz se apaga; no estoy seguro de querer oír esta verdad–. ¿Lo dices por mi padre?
–Tu padre es un buen militar –repone–. Y, como tal, está tratando de cumplir la misión que se le encomendó.
Cierro los dedos alrededor del cubo. ¿Qué tiene que ver esta cosa con nuestra misión?
–A lo largo de mi vida he estado en muchos países –prosigue Emma, cambiando de tema repentinamente–. Y ahora estoy en un mundo diferente. Sin embargo, nunca he sentido dépaysement.
–¿Depes... qué? –farfullo.
–Dépaysement. Es una palabra francesa que significa... estar desubicado, o algo así –Emma sacude la cabeza y sus rizos oscuros rebotan contra sus mejillas–. No, no es eso exactamente. Se refiere a lo que uno siente cuando no está en su tierra, en su hogar.
–No lo entiendo –repongo; no es que no comprenda la palabra, es que no entiendo a qué viene todo esto.
–Ya hace muchos años que me di cuenta de que la palabra hogar no designa un sitio, sino un grupo de gente. Por eso no me importó enrolarme en esta misión. Lo importante no era adónde iba, sino con quién estaría.
Se queda callada e inclina la cabeza. Sí, yo también lo oigo... Mi madre y Chris vienen de vuelta.
–Te doy esto –explica Emma mientras señala el cubo que aún tengo en la mano– porque a ti y a ese chico no les importa ni la misión militar ni los intereses del FREX. Lo único que les importa es convertir este mundo en su hogar.
–Y a ti, ¿qué es lo que te importa? –digo, tratando de encontrar su mirada.
–Eso no es relevante –contesta con tristeza–. Yo soy militar: debo obedecer las órdenes. Ustedes no –lanza una mirada furtiva a su espalda–. Date prisa, escóndelo.
En su voz hay tal urgencia que giro sobre mis talones y me precipito a mi habitación hecha de tiendas de campaña. Una vez ahí, observo todo rápidamente y oculto el cubo dentro de mi saco de dormir.
–Newt, ¿dónde estás?
Salgo de mi habitación. Emma ya no está.
–¿Preparado, hijo?

Godspeed: Sombras de la Tierra|NewtmasWhere stories live. Discover now