[54] Thomas

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Thomas.
La lanzadera asciende mucho más rápido de lo que hubiera creído posible. Sube y sube hasta que gano la carrera a los soles ponientes. Mientras ellos se hunden en el horizonte, yo lo cruzo en un suspiro y entro en un ocaso uniforme hasta que salgo de la atmósfera. Antes de que arranque el sistema de gravedad artificial, hay un momento de ingravidez en el que el estómago se me sube a la garganta y el pelo me flota alrededor de la cara.
El corazón se me quiere salir del pecho. Voy a volver junto a Newt, me repito una y otra vez. No es solo una promesa que le he hecho a él, también es un compromiso que quiero contraer conmigo mismo.
La velocidad de la lanzadera aminora al entrar en órbita. En el panel de control se ilumina una pantalla pequeña, con una curva roja en la parte inferior que representa el planeta y dos puntos que destellan encima. Debe de ser un sistema de posicionamiento. Bajo uno de los puntos pone Estación de Preparación Interplanetaria Centauri – FREX. Bajo el otro, Satélite No Identificado.
Tiene que ser la Fortuna. Menuda degradación... de misión interespacial a satélite sin nombre.
Miro por la cristalera del puente. Cuando aterrizamos, recuerdo que hice lo mismo y vi un destello en el horizonte; ahora, avanzando en sentido opuesto, solo veo una oscuridad salpicada de estrellas, sin rastro de la estación espacial ni de la nave. A juzgar por la pantalla de posicionamiento, debo de estar a medio camino de las dos.
La imagen se apaga y en su lugar aparece un nuevo mensaje: Requerida aportación manual de datos.
Debajo del letrero se abren dos opciones, dirigir la lanzadera a la Fortuna o a la estación espacial. Por un momento me planteo elegir la segunda. ¿Cómo será la bomba del FREX? ¿Podrá eliminar la amenaza alienígena? No creo que tarde mucho en ir allí; tal vez pueda hacer una visita rápida e ir luego a la Fortuna.
Entonces me acuerdo de Bartie y los parches negros. Por mucho que quiera examinar esa bomba, por cerca que esté la estación espacial, tengo que ir a la Fortuna primero. Pero antes de ir allí, tengo una cosa todavía más importante que hacer.
En la lanzadera reina un silencio sepulcral, adecuado para una tarea como la que me dispongo a hacer. Examino el panel de mandos. A primera vista intimida, pero sé lo que estoy buscando, y no tardo mucho en encontrarlo.
Evacuación de carga.
Cierro los ojos después de leer esas tres palabras. Recuerdo el día en que Eldest dijo que Newt no era más que carga innecesaria, y cómo le aseguré a él más tarde que era mucho más que eso. Los cuerpos que llevo en la bodega también son mucho más que carga, pero ya no puedo decírselo.
Aprieto un interruptor que desactiva los arneses de los pasajeros, pulso el mando que desbloquea las tapas de sus cajas y abro las puertas de la bodega. El sistema de gravedad solo funciona en el nivel superior de la lanzadera –por eso son necesario los arneses–, así que la salida brusca del aire que contenían las cajas arrastra los cuerpos hacia fuera. Van apareciendo frente a la cristalera, oscilando ingrávidos como nenúfares en un lago. Reconozco las caras de muchos mientras pasan lentamente ante mis ojos para perderse en el abismo del espacio, e intento despedirme de cada uno. Los alimentadores, que solo disfrutaron de unos meses sin fidus antes de morir por su causa; de las mujeres embarazadas que vinieron al planeta para dar a sus hijos un hogar sin paredes; de los navegadores; de los artesanos de la ciudad; de los ingenieros; de mi gente, tanta y tanta de mi gente que no volverá. No quiero olvidarlos. Me fuerzo a ir diciendo sus nombres en alto, a memorizar todos y cada uno de ellos: Rhine, Lucien, Cessy... Nunca los olvidaré.
Cuatrocientos noventa y nueve.
Me inclino sobre la cristalera y pego la cara para seguirlos con la mirada, rogándoles para mis adentros que me perdonen por la responsabilidad que he podido tener en su muerte.
Un destello amarillo cruza el límite de mi campo de visión. Vuelvo la cabeza, como impulsado por un resorte.
Es la madre de Newt.
Su piel pálida y su pelo rubio son iguales a los de su hijo. Aunque tiene los ojos abiertos, está demasiado lejos para distinguir el café que habita dentro de ellos. Pero yo sé que está ahí.
Newt estuvo a punto de entrar en una de las cabinas. Si lo hubiera hecho...
El cuerpo de su madre se mueve como si danzara en la ingravidez del espacio. Sus brazos se estiran a los lados, blanquísimos contra la negrura del universo, brillantes a la luz de las estrellas.
Me quedo allí de pie, viendo cómo se alejan, hasta que el último se pierde en la distancia.

Cuando todo acaba, vuelvo a sentarme frente al panel de control. Cierro un momento los ojos y luego abro la pantalla del localizador y elijo Satélite No Identificado. Por el borde de la cristalera distingo cómo se ponen en marcha los reactores del flanco derecho. La lanzadera gira lentamente. Al alcanzar la posición correcta, el resto de reactores arrancan también y la lanzadera se desliza hacia la Fortuna.
No tardo más de medio minuto en verla.
Está destrozada. Le falta toda la parte inferior, donde estaba la lanzadera original, y el puente es un amasijo de metal retorcido. Y sin embargo, el corazón se me estremece al descubrirla, al ver lo que creí que sería mi hogar para siempre.
La lanzadera se acerca rápidamente; tanto, de hecho, que empiezo a tener miedo de chocar contra la nave. Cuando estoy a punto de detenerla a la desesperada, los reactores revierten la marcha y la lanzadera se detiene. No estoy pegado a la Fortuna, pero se encuentra tan cerca que es lo único que se ve por la cristalera.
En la pantalla aparece otro mensaje: Destino alcanzado. Iniciar desembarco.
Frexo. No se me había ocurrido pensar en esto. La única puerta exterior de la Fortuna era la escotilla por la que se tiró Harley, y estaba en la lanzadera que usamos para aterrizar.
Por otra parte, esta lanzadera está diseñada para desembarcar automáticamente en la estación espacial. ¿El problema? Que no he ido a la estación.
¡Bip, bip, bip! Mi intercom se pone en marcha cuando acaba de ocurrírseme la idea de conectar con la escotilla que hay bajo el estanque. Me toco el cuello. Estoy lo suficientemente cerca de la nave para interceptar la señal.
–Enlace de comunicación: Bartie –digo, y espero con una absurda sonrisa de oreja a oreja.
–¿Thomas? –dice una voz conocida en mi oído.
–Hola, Bartie.
–¡Thomas! ¡Frexo! Pero... Pero ¿cómo has...?
Estoy tan contento que suelto una carcajada. Bartie no es solo el rebelde que asumió el mando de la nave tras mi marcha, claro que no. También es mi amigo, el chico con el que echaba carreras de mecedoras en el porche del archivo.
–¿Qué más da cómo haya contactado contigo? –replico–. Solo quería comprobar si el nuevo líder de la Fortuna estaría dispuesto a recibir al anterior en su nave.
Bartie se queda callado un momento y luego se echa a reír.
–¡Buena esa, Thomas! ¿Sabes qué? Cuando inventes una forma de llegar aquí arriba, te haremos una fiesta de recibimiento.
–Ya puedes ir preparando el pastel –respondo–, porque estoy a punto de llamar a la puerta.

*     *     *     *     *
Díganme que no soy la única que casi se pone a llorar de la emoción. Nunca pensé que me iba a alegrar tanto de leer a Bartie otra vez, de leer cómo Thomas habla con él. Frexo. Los quiero juntos, riéndose de los viejos buenos tiempos.
Me alegra que Thomas haga esas bromas sobre el "líder" de la nave, porque demuestra que ya no existe ninguna rivalidad entre ellos, y que nunca hubo una rivalidad por el poder. Ambos solo querían lo mejor para la Fortuna y sus habitantes.

Godspeed: Sombras de la Tierra|NewtmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora