[68] Thomas

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Thomas.
El embarque de las quinientas personas es un proceso lento, y la espera me está deshaciendo los nervios. Ahora que he decidido qué hacer, quiero ponerme con ello cuanto antes.
Cuando Bartie casi ha acabado de asegurar todos los materiales y los pasajeros, vuelvo a meterme en la cápsula, la enciendo y la separo de la lanzadera. Usando el control manual, maniobro hasta colocarme detrás de la Fortuna. El diagrama de la pantalla muestra una línea de puntos: primero mi cápsula, luego la nave y, en el extremo, la estación espacial. Solo tengo que empujar el puntito del medio de manera que choque contra el del extremo.
Simple.
Bartie me llama desde la lanzadera.
–Estamos preparados –dice con voz grave–. Thomas, ¿estás seguro de lo que vas a hacer?
–Segurísimo.
–Bueno, nosotros vamos a salir ya.
–Oye, Bartie...
–¿Qué?
–Gracias por todo.
–Nos vemos en tierra firme, amigo.
No le contesto. Corto la conexión y me quedo mirando cómo la lanzadera se separa de la nave y sale disparada hacia el planeta.

Ante mis ojos, la Fortuna flota en el espacio. Está maltrecha. Hay un hueco de bordes desgarrados donde se separó la lanzadera original, y la zona del puente es un amasijo de chatarra. A pesar de que no puedo ver el vacío que ha quedado en su interior, me parece una estructura hueca, sin alma.
La Fortuna está muerta.
Pero aún tiene una última misión, un último servicio que prestar a la gente a la que debía proteger.
Y yo también.
Aunque ese tema no formaba parte oficial de las enseñanzas que Eldest me impartió mientras vivía con él, Orion me pasó una vez un libro sobre el Titanic, un viejo barco de Tierra Solar que se hundió provocando la muerte de muchos de sus pasajeros. Ahora que tengo perspectiva, me pregunto si Orion me lo daría con alguna intención; tal vez quisiera mandarme un mensaje sobre las distintas clases sociales que había en el barco, o sobre la gente que murió congelada en sus niveles inferiores. O quizá se refiriera simplemente a que los tripulantes de la Fortuna íbamos a morir como los pasajeros del Titanic.
Pero yo no me fijé en nada de eso. Para mí, lo más memorable del libro fue la forma en que el capitán se hundió con su barco.
La cápsula de emergencia es diminuta en comparación con la mole de la Fortuna, pero el libro de Orion también me enseñó otra cosa: que un pequeño bote de arrastre puede mover un barco enorme. La Fortuna solo necesita que le dé un empujoncito.
Avanzo muy despacio hasta situarme a unos metros de la nave. Si quiero que golpee la estación, tengo que calcular bien el punto de impacto. Inspiro hondo y me ajusto el arnés. Por suerte, la parte inferior de la cápsula sobresale bastante respecto de la cabina. Aun así, será un buen golpe, especialmente si me paso con la velocidad.
Ajusto la potencia de los reactores de maniobra orbital y los pongo en marcha.
Aunque estaba prevenido, el choque me deja estremecido y sin aliento. Examino de un vistazo la cristalera de la cabina en busca de alguna grieta.
Detectado impacto, dice una voz robótica mientras el panel de control se llena de lucecitas rojas. Atención: daños externos. Atención: daños externos, empieza a repetir la voz una y otra vez. Busco por todas partes la forma de silenciarla, pero no hay manera.
–No te imaginas la de daños externos que vas a sufrir antes de que esto se acabe –mascullo mientras incremento la potencia de los reactores.
Los puntitos que nos representan a la Fortuna y a mí en el diagrama se ponen en marcha y avanzan a buen ritmo hacia la estación espacial.
No tardo mucho en avistarla a un lado, aunque la mole de la Fortuna me dificulta la visión. Es grande, casi tanto como la nave, y su forma me recuerda mucho a unos insectos de Tierra Solar llamados libélulas. La parte central es alargada y cilíndrica, con una especie de brazos mecánicos y escotillas que sobresalen del techo para conectarla con la lanzadera automatizada. Parece lo bastante grande para albergar habitantes, y me pregunto por qué estará vacía. Tal vez el FREX tuviera intención de utilizarla como base para un intercambio pacífico entre híbridos y humanos, pero supongo que eso ha quedado relegado a un segundo o tercer plano.
En cualquier caso, la estación no solo opera como almacén, sino también como eje de las comunicaciones entre los dos planetas. Por eso, a los lados del cilindro se extienden dos alas cubiertas de antenas de todo tipo. En algún sitio de ese armazón metálico se encuentra el transmisor de teseractos, o como se llame, que permite los viajes a alta velocidad. Si lo destruyo, Tierra Centauri quedará incomunicada y nadie de Tierra Solar podrá visitarnos hasta dentro de muchos años.
Bajo los paneles alargados que forman las alas hay dos hileras de misiles puntiagudos que apuntan directamente a Tierra Centauri. Uno de ellos debe de ser la bomba biológica que terminaría con la vida de todos los híbridos del planeta, incluyendo a Newt.
Si fallo, no tendré una segunda oportunidad.
Manipulo los controles y la Fortuna traza una curva para enfilar la estación.
Imagino a cámara lenta lo que puede ocurrir a partir de ahora, repasando cuidadosamente cada posibilidad.
Si todo sale como preveo, la Fortuna chocará contra la estación y le causará daños que le provocarán una descompresión instantánea.
Puede que alguno de los misiles explote con el impacto. O que lo haga primero el motor de la nave, un reactor que usa como combustible uranio reciclado.
Sea como sea la explosión, una cosa es segura... ni mi cápsula ni yo sobreviviremos.
–Lo siento, Newt –susurro otra vez.
Sé que no puede oírme, ya que yo mismo he cortado la comunicación entre el complejo y la cápsula. Pero también sé que algún día me perdonará el que haya roto mi promesa.
Esta vez, me temo que no podré volver a su lado.

Godspeed: Sombras de la Tierra|NewtmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora