[72] Newt

327 50 4
                                    

Newt.
Cuando al fin llegamos al laboratorio, compruebo que la tecnología de los híbridos ilegales es más avanzada de la que yo creía.
En el centro de la sala hay un hombre inmóvil que parece mirar al infinito.
–Siéntate –le ordena Zane.
El hombre, sin dudar, hace ademán de sentarse en el vacío. En el último momento, Chris adelanta una silla para evitar que caiga al suelo.
Agita una mano delante de su cara. Nada. Su expresión es tan neutra como una hoja en blanco.
–Queremos experimentar con métodos de distribución masiva –explica Zane–. Este sujeto, por ejemplo, ha iniciado un tratamiento en el que le suministramos el inhibidor mezclado con el agua corriente.
Me vuelvo hacia Bartie y le lanzo una sonrisa. Tras un instante de vacilación, él me la devuelve. La idea del agua ha sido nuestra, inspirada en nuestras vivencias.
Zane le entrega al hombre un vaso colmado.
–Bebe –le indica al ver que se queda inmóvil con el vaso en la mano.
El hombre apura el agua de un trago.
Zane y Chris se acercan a los monitores para revisar si hay algún cambio en sus constantes vitales. Bartie y yo seguimos mirando al hombre. Los dos sabemos bien qué aspecto tiene la gente al salir del estupor provocado por el fidus. Cuando los ojos del sujeto empiezan a cobrar vida, nosotros somos los primeros en darnos cuenta.
–¿Qué me pasa? –dice el hombre, con voz rasposa por la falta de costumbre.
–Has pasado toda tu vida bajo la influencia de una droga –le explica Chris, en un tono más amable que le oído jamás–. Y ahora empiezas a recuperar la autonomía.
Los ojos del hombre se abren de par en par y recorren el laboratorio.
–Bebe un poco más de agua –le indico ofreciéndole otro vaso–. Te sentará bien.

Mientras Zane y Bartie debaten acerca de otros posibles métodos para distribuir el antídoto, Chris se acerca a mí.
–¿Vendrías un momento conmigo? –pregunta–. Hay algo que quisiera enseñarte.
Lo miro, vacilante.
–Venga, Newt –insiste él con aire impaciente–. Somos amigos, ¿no?
–No. Ya no.
–Pero... –Chris parece desolado.
Sus ojos casi transparentes se bañan en lágrimas que los hacen parecer aún más claros, pero eso tan solo me recuerda que no es enteramente humano, igual que yo.
–Solo hice lo que creía que debía hacer –dice.
–¿Eso incluía matar a mis padres?
–Quiero... Necesito que sepas que yo... lo siento.
Pero eso no significa nada si lo dice alguien como él.
Chris se aleja por el túnel y yo lo sigo. No quiero escuchar más disculpas, pero tengo la esperanza de entender al menos por qué hizo lo que hizo. Caminamos en silencio.
Olfateo el aire. Hay algo nuevo en el ambiente.
–Te has dado cuenta –dice Chris.
Es un olor metálico... a cobre, tal vez... y también hay otra cosa, algo animal. Aunque no llego a reconocerlo del todo, me resulta familiar, como si lo hubiera percibido antes sin ser consciente de ello. El vello de los brazos se me eriza.
No puede ser, no... Es imposible que estén aquí, bajo tierra. Si hay un sitio en este planeta al que no deberían llegar, es este.
–¡Pteros! –grito al doblar la esquina.
Son cinco o seis, apelotonados al fondo del túnel. Estoy a punto de huir a la carrera cuando advierto que entre ellos y nosotros se interpone un cristal grueso.
–No te preocupes, es cristal solar –dice Chris–. Jamás podrían romperlo.
Uno de los más pequeños se aproxima al vidrio, saltando sobre sus macizas patas traseras. Yo me acerco también. El animal extiende lentamente las alas; supongo que lo hace para estirarlas, porque no tiene espacio para volar. Las garras que rematan sus articulaciones arañan el cristal, y me estremezco al oír el chirrido.
–Estos animales fueron creados por la primera colonia, antes de que llegara el FREX con su supuesta vacuna –explica Chris–. Fue un intento de reproducir especies extinguidas en Tierra Solar mezclándolas con otras especies nativas.
Mamá lo sabía, pienso. Tuvo que darse cuenta de la semejanza entre el ADN de estos animales y el de los antiguos pterosaurios. De pronto caigo en la cuenta de algo aún más extraño.
–Pero ¿por qué había fidus en su organismo? ¡Tú estabas conmigo cuando lo comprobé en el laboratorio!
–No sabía cómo decírtelo... –balbucea Chris sin mirarme–. Aquello también lo hicimos nosotros. Esa es una de las razones por las que quería traerte aquí, para que vieras que estabas en lo cierto. Hace años que controlamos a los pteros, que los usamos para defendernos.
Se saca del bolsillo un cilindro plateado, se lo lleva a la boca y emite un pitido melodioso. Todos los pteros alzan la cabeza y lo miran hasta que deja de soplar y vuelve a guardárselo. El más pequeño, que debe de ser una cría, frota la cabeza contra el cristal, da tres vueltas sobre sí mismo y se deja caer en el suelo patas arriba.
Cierro los ojos y recuerdo al único ptero que había visto de cerca antes de esto. A aquel lo maté de un disparo. Vuelvo a ver su pico, rebosante de sangre y vísceras del doctor Gupta.
–Ya. Lo lanzaron contra nosotros –digo con voz átona–. ¿Me has traído aquí para decirme eso?
–¡No! –protesta Chris alzando los brazos–. Yo... Sí que lo hicimos, pero eso no es lo que quiero... Newt, me gustaría explicarte...
–Pues explícamelo de una vez.
–Yo no sabía que habría tantos muertos. Yo... Se suponía que Zane y su grupo solo iban a secuestrar a la mujer de la nave que estaba drogada con fidus, pero llegó aquel médico y... luego, cuando apareció la militar que los buscaba...
–... decidieron matarlos a todos –concluyo, sin dar tiempo a que lo haga él.
Ni siquiera sé si los pteros destrozaron el cuerpo de la sargento Robertson cuando ya estaba muerta, o si lo hicieron los híbridos para cubrir sus huellas. Da igual, fuera como fuera, ya está muerta.
–Lo de la mujer de la nave fue un accidente. No pretendíamos causarle una sobredosis de fidus.
–¿Y el doctor Gupta?
–Yo no sabía que iban a matarlo –responde Chris, ceñudo–. Zane creyó que tendría información sobre el fidus porque estaba con la mujer que llevaba el parche. Al ver que no sacaban nada en limpio de él, lo...
–Lo drogaron para obligarlo a hablar bajo la influencia del fidus –digo con amargura. Thomas tenía razón, todo sería mucho más fácil si la gente se limitara a decir la verdad–. Y luego, aquel ptero lo devoró vivo.
En la cara de Chris se dibuja una expresión pesarosa.
–Eso no debería haber ocurrido –murmura.
–Pero ocurrió.
–Yo... estoy tratando de pedir disculpas...
–Pues no te está saliendo especialmente bien –lo corto.
Apenas soporto mirarle la cara. ¿Remataría al doctor Gupta por compasión, o para asegurarse de que no nos revelaba la verdad?
–Les dije que los médicos terrícolas no sabían nada del fidus; que solo la médico de la nave conocía la sustancia, pero... –dice Chris con un hilo de voz.
–Claro. Se enfadarían al ver que ella tampoco sabía demasiado sobre el tema. Ni siquiera había terminado su aprendizaje, ¿sabes? Hasta salir de la Fortuna, siempre había trabajado como ayudante de un médico, pero los tuyos la mataron porque no les dio suficiente información.
–¡No fue así! –protesta Chris, pero leo la verdad en su cara: fue exactamente así.
–¿Y Emma Bledsoe?
Chris fija la vista en el ptero pequeño, que parece haberse quedado dormido.
–Sabía demasiado.
Me cruzo de brazos esperando a que lo explique mejor, pero él se da la vuelta y echa a andar. Al cabo de unos metros, se detiene un momento y me mira invitándome a seguirlo. ¿Creerá que me voy a olvidar de esto así como así?
Y entonces me doy cuenta de qué es lo que se está callando.
–Emma no sabía nada del fidus, ¿verdad? –pregunto–. Sabía demasiado sobre ti. Le producías desconfianza. Cuando me advirtió que tuviera cuidado, se referí a ti. Había adivinado que eras un traidor.
–¡Yo no soy un traidor! –responde de inmediato.
Es como si quisiera convencerse a sí mismo, como si necesitara decirse que actuó como lo hizo por su gente, por los híbridos ilegales.
–Traicionaste a Emma –replico–. Me traicionaste a mí.
–No, Newt –contesta en tono suplicante–. Escúchame, por favor...
–Escúchame tú –digo, fulminándolo con la mirada–. Si hubieran sido sinceros con nosotros desde el principio, podríamos habernos ahorrado todas esas muertes. ¡Todas! Emma seguiría viva, y también Lorin, el doctor Gupta, Juliana Robertson... mis padres...
Y Thomas.
–¿Cómo íbamos a fiarnos? –responde casi gritando–. ¡Tu padre trabajaba para el ejército del FREX! ¡Jamás cuestionaba sus órdenes!
–Pero yo no, y Thomas tampoco.
–¿Cómo querías que yo lo supiera?
Me encojo de hombros.
–Podrías haber preguntado.
–Pero...
Lo corto con un ademán. Estoy cansado de excusas, de palabras que no arreglan nada.
–Al menos podrían haberlo intentado –digo, haciendo un esfuerzo por hablar con calma–. Pero valoraban más vuestros secretos que nuestras vidas.
Me doy la vuelta y me alejo sin despedirme.

*     *     *     *     *
Chris, Chris, Chris, ¿qué vamos a hacer contigo...?
Anuncio: quedan solo dos capítulos.

Godspeed: Sombras de la Tierra|NewtmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora