Capitulo 17:"Mamá nunca se equivoca".

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Me desperté en los suburbios de un auto oscuro en movimiento. Mi cabeza descansaba sobre las piernas de alguien, y un brazo pesado y protector se cernía sobre mi cintura para evitar que me moviera. Rápidamente intenté sentarme, pero el solo movimiento de mi cuello y mis piernas me produjo un dolor pesado y hueco. Volví a quedarme como estaba y jadeé, respirando por la boca.

-¡Ya despertaste, Skylarkins! –gritó una voz grave en el asiento del conductor. Movió con sus pálidos dedos el espejo retrovisor, y vi dos pares de ojos mirándome. Unos estaban arrugados por una sonrisa, y eran tan amarillos como una bola de fuego, mientras que los otros sólo se clavaban en mí como par de dagas, y eran simplemente cafés. Yo debí suponer que Matt y John estarían aquí, pero, joder, me daba mucha vergüenza que siempre me vieran como la víctima.
-¿Huh? –gemí, intentando ubicarme. Sentí una mano pálida apartar mis cabellos del rostro con cuidado, y unos labios rozar mi oreja izquierda.
-¿Cómo te sientes? –susurró esa voz ronca. Mi respiración se aceleró.
-Voy a estar bien –respondí. Mi voz por encima de la suya. -¿A dónde vamos?
-Al hospital, tonta –dijo John afablemente desde el asiento del copiloto. –Puedes haberte partido unos cuantos huesos.
-¿A-al q-qué? –titubeé, sintiendo mi estómago caer. –No podemos ir ahí.
-No seas tonta –bromeó Matt, bajándole el volumen a la radio digital del auto. Sentía que el aire acondicionado me estaba entumeciendo, y que ahora mismo la noticia había contribuido bastante, también. –Vas a estar inmóvil como un vegetal de por vida si no te revisa un doctor.
-¡P-pero es que no podemos ir ahí! –musité nerviosamente, intentando levantarme y salir del auto aún en movimiento. Harry me mantuvo pegada a él, regresándome a mi lugar inicial con un leve, fuerte empujoncito en el brazo.
-¿Por qué no quieres ir? –murmuró él con voz rígida, manteniéndome firmemente a su lado. Mi labio inferior temblaba y dolía como si, en sueños, lo hubiera estado mordiendo. 
-E-es sólo que… me asustan los hospitales –susurré, pero nadie se creyó una palabra. John evocó una risilla al aire y Matt se limitó a seguir conduciendo. Harry apretó mi brazo con su mano, reconfortándome, animándome a que le dijera qué ocurría. Negué con la cabeza.
-Es… es que, enserio, yo, yo no quiero ir –proseguí patéticamente. Mi labio inferior tembló más fuerte, producto de la desesperación que sentía al estar tan cerca del hospital. Si me llevaran a ese lugar y me revisaban, tendrían que llamar a Amanda, y con más razón si ellos reconocían el rostro de Harry o miraban la pinta de Matt y John, quienes se habían venido como si fueran a matar a alguien en vez de llevar a una chica al doctor. Luego, Amanda iría, y entonces también lo haría Byron. Ella miraría a Harry y sabría que Amy le mintió sobre nuestra supuesta pijamada la noche anterior, y entonces Byron sabría de Harry, y él miraría a Amanda, con una expresión anonadada y herida en su rostro. Ella y yo habíamos jurado mantener todo lo que había ocurrido en el pasado en secreto; habíamos mentido acerca de mi padre, de mi abatimiento-de-dos-años, y mi escaso apetito. Si él se enteraba ahora… simplemente huiría, y dejaría a Amanda sola y devastada.

Y eso era exactamente lo que “mi amigo” quería.

-Matt, detente –dije con nerviosismo. Mis manos heladas de repente temblando, y mis palmas tan blancas como la cal. Aparté los protectores brazos de Harry que me proporcionaban una oleada de calor, y jadeé adolorida cuando luché por levantarme hasta quedar sentada sobre mi trasero entumecido. Mi vista se nubló por un instante, mezclando los colores y las luces, produciendo manchas abstractas delante de mis ojos. Gemí cuando Matt giró en la esquina hacia el hospital, y aferré mis uñas al asiento. –Detente. Quiero ir a casa.
-¿Por qué no quieres ir al hospital? –John preguntó, girándose desde el asiento delantero. Tragué saliva.
-Uh… -musité.
-Skylar –dijo Harry con tono de advertencia. –No te atrevas a mentir.
Suspiré, derrotada, y miré la ventana empañada por el frío de la noche, mordiéndome el labio. Mis músculos comenzaban a doler. Mis heridas causadas por las zarzas picando y ardiendo. –Bueno, escuchen –suspiré, cerrando mis ojos. Entonces, las palabras rebosaron de mi boca como el agua que sueltas cuando estuviste al borde de ahogarte y alguien oprime tu caja torácica. John me miraba sin pestañear, y Matt fingía estar súper interesado en uno de los hilachos de su pantalón roto en las rodillas, pero yo sabía que todos aquí me escuchaban. Harry se mordisqueaba un padrastro mientras me miraba.
-Y, y yo sólo pensé que… -me corté, y suspiré de nuevo, sintiendo un agudo dolor en el pecho. -¿Entienden que no puedo hacerle eso a mi madre? Quiero decir, ella fue una mierda conmigo, pero… demonios, arruinaría su vida.
Harry humedeció sus labios, vacilando. Matt se detuvo en la esquina, frotando sus sienes, y John se cruzó de brazos, suspirando y mirando el pie que movía nerviosamente sobre el tablero del auto. Obviamente, mi protección hacia mi madre no tenía sentido ahora. Amanda había hecho daño, y mucho. Había herido a Harry, me hirió a mí… y sólo fue hasta el último momento cuando se arrodilló a mi lado, me tomó en sus brazos y me prometió que todo iba a volver a la normalidad. No estuve muy segura de si ella quiso decir la normalidad común… o esta normalidad.

Creo que ahora lo sabía.


****

-Creo que voy a vomitar si tomo esa cosa una vez más –arrugué la nariz. Mi madre sirvió una buena parte de la botella en la enorme cucharilla que, en las últimas cinco horas había estado más veces en mi boca que mi cepillo de dientes en toda la semana. El doctor que debería rondar los sesentas escribió un kilométrico récipe que consistía en una docena de porquerías envasadas. Llámense analgésicos y antibióticos para el dolor.

Después de mi escena en el auto, explicando cada diminuto y miserable motivo del por qué yo no podía decirle nada a Byron o a mi madre, Matt y John se habían hecho pasar por mis hermanos mayores, pero el doctor no les creyó una palabra.

-Escúcheme, señor –gruñó Harry, apoyando su puño en el escritorio de madera en el momento cuando estuvimos en su consultorio. Las cejas del doctor James se arquearon. –Usted no ve las noticias, ¿verdad? Debe saber que tengo un largo expediente –continuó, arqueando una ceja y apretando el puño sobre la mesa. El doctor palideció. –Así que si no le hace la maldita revisión y escribe un récipe con los medicamentos, y hace un justificativo a la Universidad –añadió enfáticamente. -, vamos a tener problemas.

El doctor sacó una libreta del cajón de su escritorio sin apartar la mirada asustada de Harry, y comenzó a garabatear en el papel torpemente, con las manos temblando. Horas después, yo había jalado un rulo de Harry mientras regresábamos a su casa –no quería tener que explicarle a mamá– y había hecho una escena.
-¡Estás loco! ¡Pudieron haberte reportado! ¡Pudieron habernos sacado a patadas del hospital! –grité.

Pero él sólo se había echado a reír.

La mano de mi madre sosteniendo la cucharilla delante de mí me trajo de vuelta a la realidad, y pensé que hubiera sido mucho mejor que Harry me hubiera cuidado, por alguna razón. No era como que desconfiara de mi mamá o algo; era sólo que ella ahora pasaba mucho tiempo con Byron y apenas me prestaba atención. Una semana después de que comenzara mi abatimiento luego del juicio de Harry, ella había conocido a un hombre en el hospital. Me contó que su nombre era Byron Headignton y que era un impresionante hombre de negocios con una inteligencia prominente. Y, no mucho después de esto, él la había invitado a cenar a su restaurant italiano favorito. Me imaginaba que habían terminado dándose la comidita en la boca, tal y como hacían las veces que Byron nos invitaba a mamá y a mí a salir. Después de todo, era increíble como una fractura de una mano en un hombre puede cambiar la vida de una mujer… y de su hija.

-Cariño, ¿estás bien? –Amanda preguntó, sobresaltándome al sacarme de mis pensamientos. Mi habitación olía a medicina y a su nuevo perfume Chanel que Byron le había regalado por su aniversario número dos, hacía unos meses. 
-Ajá –respondí desinteresadamente, mirando mis manos, que jugueteaban sobre el teclado de mi laptop.
-¿Estás segura? –insistió, apoyando su mano en una de mis piernas cubiertas por mi colcha rosa.
-Completamente –respondí del mismo modo, mirando ausentemente la pantalla de Tumblr. Sí. Diecinueve años y sigo usando Tumblr. Ella suspiró. Últimamente, lo que Amanda sabía de mi vida era que había cumplido diecinueve en noviembre, y que cursaba el primer semestre de Periodismo. Ah. Y que yo era su hija. No es que yo la pusiera mucho al día, y no es que ella estuviera muy interesada en saber, tampoco.
-¿Cuánto tiempo me lo vas a esconder? –preguntó, achicando sus ojos verdes. La miré, confundida. Sin embargo, su rostro no denotaba molestia, sino, más bien, curiosidad.
-¿Esconder qué? –grazné. 
-El hecho de que, de nuevo, estás saliendo con ese muchacho –continuó, mirándome con esos ojos de lo-sé-todo-ahora. Tragué saliva, y suspiré. No iba a esperar a una tragedia para contarle. Sin embargo, cuando abrí la boca para responder, no salió ni una palabra.
-Yo… -me corté, sin la menor idea de lo que debería decirle. Me había atajado desprevenida.
-¿Por qué no me lo dijiste? –preguntó. En sus ojos brillando la congoja, sus cejas marrones naturalmente perfectas frunciéndose. Su boca entreabierta mientras ella apretaba sus dientes delanteros. Debía ser difícil que tu hija no te contara nada. 
-No sabía cómo –murmuré con voz ahogada, mirando mis manos. 
-Escucha… cariño –comenzó, pero no continuó hasta que yo no levanté la vista para mirarla. Su rostro aún joven desmaquillado estaba ligeramente demacrado. –Sé cuán difícil debe de haber sido para ti soportar todo ese tiempo viendo cosas horribles en las noticias, y en los periódicos, y… -levantó una mano, intentando explicarse -… y sé cuánto te dolió que lo metieran a la cárcel después de todo, porque también sé que lo amaste mucho. Pero tú eres mi hija, y me preocupo por tu bienestar… ¿De verdad crees necesario volver a lo mismo de antes?

Su voz salía en un débil murmullo, casi como un susurro de su voz jovial y aguda. Su tono era sincero y confidencial, como la psicóloga que daba las charlas en el centro de apoyo. La única diferencia era, que mi madre se veía incluso más frágil, y que en ninguna otra parte del mundo yo podría encontrar una persona como ella.

-Mamá –suspiré, hecha un lío -, no quiero tener esta conversación de nuevo. Yo sólo creo…
-Lo sé, cariño –me interrumpió -. Lo sé, lo sé. Ya sé que no quieres escuchar un sermón, y no voy a dártelo. Sólo quiero decirte que a pesar de que nunca estuve de acuerdo con esto…
-Mamá, mamá, por favor… -me froté las sienes, imaginándome lo que vendría.
-…Creo que es tiempo de que lo acepte –continuó, asintiendo como si intentara asimilar algo. Quizás ella estaba incluso asimilando esto de veras. Mi corazón comenzó a retumbar dentro de mi pecho y comencé a sentir cómo la sangre drenaba por mis extremidades. ¿Ella hablaba enserio?
-¿Huh? –susurré. Ella tragó saliva.
-Es… tiempo, de que yo acepte que ya eres una mujer, que estás creciendo… que tienes un novio y que nada de lo que yo haga va a hacer que lo dejes –rió sacudiendo su cabeza. A continuación, sentí la calidez de una mano suave situarse sobre la mía, y sus ojos verdes se intensificaron en mí. –No sabes lo difícil que fue verte pasar por lo de tu padre.
Suspiré. –Mamá… -intenté interrumpirla. Nunca sacábamos el tema de Cyrus a colación, aunque ése no era su verdadero nombre, de hecho. Era William Trace Holkman, y era un criminal clandestino a las autoridades. Pero para mí, ese tipo no existía. Mi papá se llamaba Cyrus Crockett y fin del asunto.
-Sé que te dolió mucho –continuó, apretando mi mano con la suya -… y sé lo difícil que fue para ti superarlo. Así que, bueno, si ese muchacho te devuelve la felicidad… y si… si que estés con él significa ver a mi hija feliz… pues, adelante –sonrió tristemente, y bajó la mirada hacia nuestras manos. Dejé escapar un soplido. Byron debería estar realmente drogándola.
-¿E-estás bromeando? –apenas pude decir. Ella dejó escapar una pequeña risita.
-No, no lo estoy –volvió a mirarme. Mi garganta de repente se sintió algodonosa.
-¿Qué pretendes, mamá? –murmuré.
-Pretendo encontrar la felicidad de mi hija –susurró como respuesta. Seguidamente, me dio un corto beso en la frente, y se alejó de la habitación, dejando nada más que el sonido ondeante del viento detrás de ella.

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Hello! Chicas les deje 3 capitulos es pero que les haya gustado 

muy pronto subires los sigiente capitulos....Boton!! Please <3

Lost- segunda temporada-Where stories live. Discover now