capitulo 41

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Mi madre se paró detrás de él, mirándome como si hubiera descubierto un secreto nacional. Lo observé con los ojos abiertos. ¿Esto es de verdad? Dos años de no verlo, extrañarlo, esperar a que regrese todos los días, y ahora… está finalmente aquí.

Mamá forcejeó con él, jalándolo de la camisa hacia afuera de la habitación de paredes tristes. Me humedecí los labios mientras él entraba a pasos lentos a la habitación con ojos llorosos, y se giraba hacia mamá, quien apretaba su mandíbula con postura inestable. Amanda me miró.

-No puedo dejar que estés aquí, Cyrus –susurró ella, al tiempo que una lágrima se escapaba de uno de sus ojos azules. Él siguió mirándome con expresión retorcida, como si no me conociera en lo absoluto. –O como sea que te llames, William Trace Holkman –musitó cruelmente, pronunciando cada palabra con separaciones enfáticas. 

Cyrus se giró para mirarla, abriendo y cerrando sus puños rítmicamente. 

-Déjame con ella –le pidió a murmullos. Me mordí la lengua, llevaba tanto tiempo sin escuchar su voz. –Aunque sea sólo un minuto.

Amanda me miró con incredulidad, y yo sólo clavé la vista en el televisor. Finalmente, ella cerró la puerta, y Cyrus me miró fijamente, con los ojos azules llorosos. Sin decir ni una palabra, lo observé acercarse a la cama y sentarse en la silla contigua, frotándose las manos.

-¿Cómo te sientes? –me preguntó. Cavilé.

-Voy a patearle el culo al próximo que me pregunte eso –respondí secamente, y giré mi vista hacia el techo, deseando poder arrancarme con las uñas el collarín del cuello. Lo observé de reojo, sin embargo. Él asintió y se acomodó en la silla, apoyando sus codos sobre sus piernas y cruzando los grandes dedos de sus manos, cavilando. Aproveché el momento para detallarlo. Los mismos ojos sonrientes con arrugas a los lados, sonrisa amplia y seca, canas brotando a lo largo de su cabeza. Tenía esperanzas de que aún siguiera siendo mi papá.

-No has cambiado mucho –comenté en voz baja, apenas audible. Él me miró. Oh, Dios, ambos estábamos a punto de llorar. Intentó sonreír, pero su labio inferior tembló.

-Lo he jodido, ¿verdad? –inquirió. Asentí, apretando los labios, queriendo sonreír. Giré la vista al techo, y suspiré. Cuánto tiempo deseé que este momento llegara; supuse que éste no era el momento para cerrar la boca y fingir que nada había pasado.

-Ha pasado mucho tiempo –comenté con voz seca, casi reflexionando para mí misma -. Sé que si dices, “oh, bueno, sólo son 3 años”, suena bastante estúpido. Y ahora que lo pienso… vaya, sí lo parece. Desearía poder saber, si fue por tan poco tiempo, el por qué te costó tanto regresar –bajé la mirada hacia mis manos. Para mi sorpresa, estaban temblando, mas no de miedo, sino de pura rabia comprimida… Y sí. Tal vez de miedo. Él guardó silencio. -¿Por qué, papá? –le pregunté con amabilidad. No era una pregunta retórica, de verdad quería saberlo. Quería saber el por qué de muchas cosas. En especial el por qué de esto.

Me reí sin voz. –Pero así son las cosas –subí la mirada de nuevo, y la clavé en él, sonriendo lánguidamente -. ¿Recuerdas cuando era pequeña, y tú estabas ayudándome a montar la bici sin las ruedas? –le pregunté, pero no esperé que me respondiera. De hecho, tampoco lo hizo. –Recuerdo que siempre me caía. Una y otra vez. Raspé mis rodillas una y otra, y otra vez. Y… -me reí entre lágrimas. –Lloré una y otra, y otra, y… muchas veces para que no le quitaras más las ruedas a la bici. Pero un día, me tomaste de la mano, te agachaste y me dijiste que no me preocupara. Que todo estaría bien. Y que todo es difícil, hasta que se logra. Todo da miedo, hasta que se conoce. Que todo importa poco, hasta que se pierde. –sonreí, y respiré profundo mientras lo observaba cavilar, sin siquiera tener el valor para mirarme a los ojos. Cerré los ojos, respirando hondo y sonriendo, recordando la sonrisa cálida de mi papá cuando yo solía ser una niñita de siete años aprendiendo a montar la bici. Pero cuando abrí los ojos, supe que estaba viviendo la amarga realiad. –Yo quería ser tú, papá. ¿Sabías eso?

Me miró, y asintió lentamente, una vez más. 

-Te he decepcionado –masculló. -¿No es así?

-Sí –susurré.

-No creas que no he visto todo lo que te ha pasado… -comenzó.

-Síp –lo interrumpí, riéndome. –Y eres tan gilipollas que no hiciste nada al respecto.

Frunció el ceño, al borde de explotar en lágrimas, y suspiró, mirándome. Sus ojos se habían inyectado de rojo, sus manos cruzadas puestas en sus labios.

-Resulta, papá, que una vez que te joden, cambias –le dije cruelmente, esbozando el fantasma de una sonrisa. Me dolía tanto como me obligaran a comer un cactus, pero a veces, tienes que hacerle sentir a la gente exactamente lo que ellos te hicieron sentir. –Yo lo hice. Mamá lo hizo. Y esa torpe y atolondrada mujer que parece vivir en un mundo de cristal –apreté los labios, pero las lágrimas comenzaron a salir -, fue la que luchó por mí durante los tres putos años en que tú no estuviste para hacerlo. Cualquier idiota con polla puede hacer un hijo, pero sólo un verdadero hombre puede criar a su hijo –escupí. –Y tú no fuiste exactamente ese hombre.

Inhaló, al tiempo que una lágrima se deslizaba por su mejilla. Me sentía como un monstruo. No sólo por estar tirada en una camilla llena de cicatrices y moratones, sino por estar hablándole así al hombre que alguna vez consideré mi héroe.

Me observó, mordiendo su labio inferior mientras las lágrimas se aproximaban a sus mejillas coloradas y arrugadas. 

-¿En dónde estabas? –le pregunté, ladeando la cabeza, ignorando el dolor que se disparó a través de mi cuello. En parte, derramé unas lágrimas por eso, pero no era exactamente ése el motivo de mi llanto. –Yo te necesitaba –susurré, gimoteando, sintiendo el llanto desde el fondo de mi estómago.

-Me fui para protegerte –musitó, al tiempo que su manzana de Adán iba de arriba abajo y las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

-¿Por qué no podías protegerme estando aquí? 

-Él iba a matarte –susurró.

-¿Quién? ¿Quién además de los que tú enviaste, papá? –escupí.

-Yo no envié a nadie –respondió amargamente -. Nunca lo hice. Intenté que Smith se detuviera. Era sólo un niño, y yo sabía que ibas a morir tú también si mataban a Harry. Era una estupidez. No quería que mi hija saliera con un gángster y se convirtiera en alguien como yo –escupió con rabia, temblando -. No tienes idea de lo que yo sentí. Creí que Harry iba a hacerte daño. Yo no intenté matarlo, no quería hacerlo. Pero Smith estaba ansioso, estaba enfermo de lujuria y de venganza. Luego hice lo que él me dijo.

-¿Lo que te dijo quién?

-Él –enfatizó -. Hice todo lo que la nota me dijo. Golpeé a Amanda para que me dejara ir, engañé a mi hija y destruí mi familia porque si no lo hacía él iba a matarte –explicó duramente, elevando su tono de voz, mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro. Esperó a una respuesta, gimoteando con desesperación. Desvié la vista y la clavé en el televisor.

-Lo que sea –tragué saliva. Él se alejó de la cama, y dio pasos hacia atrás lentamente, dirigiéndose hacia la puerta. Cuando sus dedos tocaron la manija, suspiré.

-Te amo, papá –susurré, sonriendo. Seguidamente, volvió a acercarse a mí más rápido, y me estrechó entre sus brazos, sollozando conmigo. Acuné su cuello entre mis brazos, llorando, llorando por todo lo que había sido jodido en mi vida, y llorando porque al menos podía tener a mi papá para darme una mano.

-Estoy orgulloso de ti –musitó, con la voz quebrada, mientras acariciaba mis mugrientos cabellos llenos de sangre y tierra. Lo estreché aún más, apretando los párpados. Era el primero que me decía eso en mucho, mucho tiempo. Y, por un momento, yo le creía.

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