Capítulo 3

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-Andrew... ¿Dónde está Blake?

-Pensé que estaba con papá.

-Andrew Anderson Black, deja de mentir por tu hermano.

-No estoy mintiendo, no sé dónde está.

-Bien, tienes cinco minutos para decirme donde esta Blake.

-Enserio no sé, mamá.

-Dime, o no jugaras este año quiddich.

-No me harías eso.

-Pruébame.

Annette Black observo con determinación a su hijo mayor, Andrew, mientras que este le devolvía esa mirada retadora que había aprendido de su padre.

-Bien, fue a casa de Bridget.

-¿Bridget no es Bridget Collins no?

Su hijo sonrío en modo de disculpa, como si no le quisiera confirmar lo que ya sabía.

-Lo siento mamá. Él dijo que iría rápido, no pensé que tardaría tanto.

-Pues más le vale a tu hermano que vuelva pronto, o este año ira con la misma túnica del año pasado.

-¡Andrew!- grito Blake mientras cerraba la puerta.- No creerás lo que... Hola mami.

-Hola Blake. ¿Dónde estabas?

-Yo... eh... ¿con papá?

-No sabía que tu padre se había cambiado el nombre a Bridget Collins.

-¿Le dijiste?

-En mi defensa, me amenazo.

-Era un secreto Andrew.

-Oye, quería prohibirme el quiddich hermano.

-Estas perdonado.

-Vámonos.

-¿A dónde?

-A comprar los útiles de este año.

La menor de las hermanas Black-Justice, Annette, antes de su embarazo no había pensado en lo complicado que sería ser madre. Y ahora catorce años después lo sabía, sabia cuan complicado era cuidar a dos niños que tenían la misma edad.

Al principio Bastian, su marido, y ella tan solo esperaban a Andrew, sin embargo a la hora del parto resulto que no solo sería Andrew, sino también Blake. A pesar de que no estaba preparada para cuidar de dos niños, lo hizo.

Y hasta el momento sus métodos habían resultado, había criado a dos hermosos jóvenes que, esperaba, no siguieran los mismos pasos de Bastian.

Como casi siempre los tres, hijos y madre, entraron en la chimenea listos para ir al callejón Diagon. Cuando llegaron su tía Narcisa Malfoy los esperaba y junto con ella Draco Malfoy, su único hijo.

Las dos mujeres se saludaron y los jóvenes hicieron lo propio, al ser de unas familias de sangre pura los habían educado de la mejor manera. Era necesario mencionar que los gemelos Anderson no se llevaban muy bien con su tío Draco.

Y sin embargo ahí estaban, yendo de compras con él y con la tía Narcisa.

Para Andrew lo más importante era el quiddich y como tal, al primer lugar a donde se dirigió, fue una tienda de escobas con su hermano detrás de él. Al ser los mejores golpeadores del equipo necesitaban lo mejor, y desde que estaban en el equipo, año con año les compraban una nueva escoba.

Draco, a quien no le emocionaban mucho las compras, no se despegaba de su madre, al parecer molesto por que lo había arrastrado hasta ese lugar, cuando él preferiría estar mandando cartas a cierta chica rubia que llamaba su atención.

Cuando, al fin, terminaron las compras Annette con sus dos hijos partió para su casa, no sin antes aceptar la invitación a la cena que iba a hacer Narcisa en su casa.

Lo primero que hicieron al llegar a su casa fue desempacar sus escobas nuevas dejando que su madre acomodara todo lo que había comprado para aquel año.

Annette que casi nunca pensaba en su hermana, por alguna razón esa tarde pensó en Danna como nunca lo había hecho. De no haberle dicho al señor tenebroso de la existencia de su hija en ese momento Danna se encontraría con ella, criándola alejada del mal.

¿Cómo se encontraría su sobrina? ¿Qué tan grande estaría? ¿Tendría todavía aquellos ojos plateados? ¿Sería castaña como su madre o rubia como ella? Siendo sincera le hubiera gustado tener una hija. Una hija que fuera idéntica a ella, o a los gemelos.

Entonces fue cuando por primera vez en 14 años deseo que la hija de su hermana, su sobrina, se encontrara en buenas manos.

-*-

Venus, que esperaba un recibimiento más caluroso hacia Potter, se fijó en lo dura y amarga que sonaba la voz de Sirius. Siguió a Sirius hasta el final de la escalera y por una puerta que conducía a la cocina del sótano.

La cocina, una estancia grande y tenebrosa con bastas paredes de piedra, no era menos sombría que el vestíbulo. La poca luz que había, procedía casi toda de un gran fuego que prendía al fondo de la habitación.

Se vislumbraba una nube de humo de pipa suspendida en el aire, como si allí se hubiera librado una batalla, y a través de ella se distinguían las amenazadoras formas de unos pesados cacharros que colgaban del oscuro techo.

Habían llevado muchas sillas a la cocina con motivo de la reunión, y estaban colocadas alrededor de una larga mesa de madera cubierta de rollos de pergamino, copas, botellas de vino vacías y un montón de algo que parecían trapos. El padre de Venus y su hermano mayor, Bill, hablaban en voz baja, con las cabezas juntas, en un extremo de la mesa.

La madre de Venus carraspeó. Su marido, un hombre delgado y pelirrojo que estaba quedándose calvo, con gafas con montura de carey, miró alrededor y se puso en pie de un brinco.

-¡Harry! -exclamó el señor Weasley; fue hacia él para recibirlo y le estrechó la mano con energía-. ¡Cuánto me alegro de verte!

Para sorpresa de Venus, Bill todavía llevaba el largo cabello recogido en una coleta, no le había puesto mucha atención a su hermano antes, se encontraba enrollando con precipitación los rollos de pergamino que quedaban encima de la mesa.

-¿Has tenido buen viaje, Harry? -le preguntó Bill mientras intentaba recoger doce rollos a la vez- ¿Así que Ojoloco no te ha hecho venir por Groenlandia?

-Lo intentó -intervino Tonks; fue hacia Bill con aire resuelto para ayudarlo a recoger, y de inmediato tiró una vela sobre el último trozo de pergamino-. ¡Oh, no! Lo siento...

-Dame, querida -dijo la señora Weasley con exasperación, y reparó el pergamino con una sacudida de su varita, Venus pensaba que Tonks era muy (DEMACIADO) torpe.

-Estas cosas hay que recogerlas enseguida al final de las reuniones —le espetó, y luego fue hacia un viejo aparador del que empezó a sacar platos. Bill sacó su varita, murmuró: «¡Evanesco!» y los pergaminos desaparecieron. -

-Siéntate, Harry -dijo Sirius-. Ya conoces a Mundungus, ¿verdad?

Aquella cosa que Venus había tomado por un montón de trapos al principio de la reunión, emitió un prolongado y profundo ronquido y despertó con un respingo.

-¿Alguien ha pronunciado mi nombre? -masculló Mundungus, adormilado-. Estoy de acuerdo con Sirius... -Levantó una mano sumamente mugrienta, como si estuviera emitiendo un voto, y miró a su alrededor con los enrojecidos ojos desenfocados.

-Idiota...- susurro Aluminé procurando que su madre no la escuchara. Mientras que Ginny soltó una carcajada.

-La reunión ya ha terminado, Dung -le explicó Sirius mientras todos se sentaban a la mesa-. Ha llegado Harry.

-¿Cómo dices? —Inquirió Mundungus, mirando con expresión fiera a Harry a través de su enmarañado cabello rojo anaranjado—. Caramba, es verdad. ¿Estás bien, Harry?

—Sí —contestó él.

La Promesa De Una WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora