Vigesimoséptimo plato

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[Jin]

¿Chef principal? ¡Menuda broma! Si las palabras de ese hombre durante la llamada hubieran sido ciertas, ahora estaría dando órdenes en vez de cumpliéndolas. No me desagradaba el puesto en el que había terminado, me conformaba con ser un ayudante general y participar en todas las áreas, de hecho estaba muy agradecido, pero igualmente había sido un duro golpe cuando me comentaron que se equivocaron con el puesto.

- ¡Jin, encárgate de los postres! –exclamó uno el Pattiseur cuando pasó a mi lado.

- ¿Todos los pedidos?

- ¡Los de la cinco! ¡Y los de la siete! – salió rápidamente de la cocina y a los pocos segundos volvió a entrar, dirigiéndose diligentemente hacia a mí. A veces me agobiaba todo el ajetreo que se formaba a estas horas en el restaurante. Casi ni podíamos respirar. – Mejor encárgate de todos desde la cinco hasta la nueve.

- Entendido –asentí educadamente y me puse manos a la obra, abriéndome paso entre el laberinto de cocineros que invadía la cocina.

Pasteles de coco y helados de limón y frambuesa destacaban en las notas, algo para nada difícil de preparar, al menos para mí, quien los preparaba día sí y día también. Corté, piqué, rallé y espolvoreé con tanta fluidez que yo mismo parecía una herramienta. A medida que los iba terminando y enviando a las correspondientes mesas, me sentía más satisfecho conmigo mismo. Era genial sentirse útil, hacer algo que te gustaba a ti y también conseguir una buena opinión del público. Definitivamente, más que los pagos, el verdadero beneficio de venir a trabajar era como me hacía sentir, y compensaba totalmente cualquier hora de descanso que pudiera tener.

Agarré el bote de azúcar de vainilla y me puse a terminar los últimos pedidos del día. Disfrutaba enormemente cuando me pedía centrarme en la repostería, pues era mi ámbito preferido. Cuando estuvieron terminados solté un gran suspiro, recostándome sobre la encimera y sonreí.

- ¿Un turno duro, verdad?

- Parecía que había venido la mitad de la ciudad a cenar –me quejé con un deje de satisfacción en mi voz, pues en el fondo se sentía bien tener tantos clientes. Mi compañera me ofreció un vaso de agua y yo lo acepté con una amable sonrisa. Suji era un verdadero encanto. – ¿Dónde te colocaron hoy?

- En mariscos y pescados –respondió con desánimo. Bien sabíamos ambos que ese apartado era el peor, y no por dificultad o que no nos gustara, sino porque el jefe de cocina de ahí era realmente detestable. Tan desagradable como sus horripilantes cejas que siempre llevaba delineadas en una finísima línea. – Por suerte hoy no ha gritado mucho, debe estar quedándose sin voz.

- Ojalá sea verdad –suspiré con derrota, rezando internamente para que mis palabras fueran escuchadas y ese señor no pudiera volver a alzarnos la voz en su vida, o lo que le quedaba de ella, que sin dudarlo era bastante menos de la mitad. – ¿Hoy coges el bus?

- No, traje el coche de mi hermana –fuimos caminando a los vestuarios, deshaciéndonos de los delantales y demás uniforme requerido por el restaurante, el cual, no era por exagerar, pero me quedaba perfecto. – ¿Quieres que te acerque a casa?

- No, déjalo, prefiero coger el bus.

- ¿Estás seguro? –insistió al tiempo que se colocaba su chaqueta de deporte y levantaba torpemente un pie para reatarse las zapatillas. –No me importa dar un rodeo, después de todo no soy yo la que paga la gasolina.

- No no, en serio, cogeré el autobús –yo también terminé de ponerme mi abrigo, y sonreí amablemente. – La parada está al lado y me deja en la puerta de casa.

Taste it [Namjin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora