CAPITULO 1

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El hermano mayor.

Vayolet

Toda mi vida fui la amiga soletera, la amiga buena dando consejos,  la amiga que solo escuchaba y veía el romance como espectadora.
La amiga que entendía bien el dicho de, “no importa cuantos te amén si tu no los amas”.
La amiga a la cual nunca te imaginarías saliendo con alguien, por que jamás te imaginarías que habría en el mundo un hombre tan perfecto para ella, no es que fuera la más guapa ni mucho menos pero algo era seguro, no podía salir con alguien si ese alguien no me volvía loca hasta los huesos.

No importaba cuantos intentarán conquistarme la respuesta sería siempre la misma, simplemente no eran lo que que quería y yo sabía muy bien lo que quería.

Entonces ahí estaba el verdadero problema yo quería al hombre perfecto; guapo, buena persona, interesante, elegante, inteligente  divertido, educado, que todos lo amarán, y que me amará con locura.

¡Dios! lo sé, es difícil encontrar a un hombre así. Hasta la fecha no había encontrado, tampoco es como si lo hubiera buscado. No me interesaba hacerlo. La vida me había dado los suficientes golpes como para no pensar en hombres.

Así que decidí dejar por la paz el pensar en un hombre o encontrar a alguien que de verdad se interesara en mi y no en lo que representaba. La mujer perfecta, el tesoro de los Campbell.

Si soy sincera el amor nunca fue mi prioridad, realmente esos temas nunca me interesaron, algo que para el mundo en el que vivía era caótico.

En cambio siempre había soñado con él trabajo que hoy tenía. Vivía por mí trabajo, amaba mi trabajo. Existía por ese trabajo ya que fuera de eso mi vida solo era una aburrido recordatorio de lo que había sucedido en mi pasado.

Mi vida fue caótica desde muy joven por lo que el estrés de un trabajo tan demandante como el mío era lo que me daba verdadera paz.

Tal vez mi negativa al amor se debía a ver a mis hermanos sufrir por amor. Yo cuidaba de sus sentimientos y ellos me cuidaban del mundo. Algo caótico para ser alguien que parecía siempre ir por donde no debía.

Hoy sería un día más en mi rutina desde hace tres años, despertaría me arreglaría, iría al trabajo en el transcurso de llegar al trabajo vería al tierno portero que me daría los buenos días y me diría "señorita Vayolet no olvide llamar a su madre y como siempre no olvide comer " yo contestaría con una sonrisa y diría algo como "Muchas gracias, prometo hoy no olvidarlo, que tenga un buen día", después de eso iría al estacionamiento por mi auto e iría directo al trabajo.

Pero algo, más bien alguien cambio mi itinerario del diario. La pequeña rubia de los Black se encontraba en mi sala acostada medio muerta.

Respire profundo y la mire con ternura, a veces me gustaría haber sido así a su edad. Tal vez con eso no sería tan amargada. Disfrute mi juventud, sí, no como me hubiera gustado porque yo tenía que ser perfecta y digna de llevar mi apellido. Digna de ser la única hija del banquero Vladimir Campbell.

Fui a la cocina, puse la cafetera. Supongo que un café le ayudaría con la resaca.

Le mande un mensaje a Smith mi asistente, diciendo que tenía un imprevisto que por desgracia no llegaría pero estaría trabajando desde casa. Algo que no me agradaba. Dejar todo sin mi supervisión me enojaba pero así era de importante esa niña para mi.

Cuando estuvo el café serví dos tazas de café, una de ellas sin azúcar, algo que odiaría, Me encamine a la sala y dejé las tazas en la pequeña mesa en el centro de la sala antes de sentarme en el sillón cerca de donde estaba la señorita medio muerta.

El Mujeriego Es Mi Prometido (editando) Where stories live. Discover now