Diecisiete

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Despierto en mi cama con un terrible dolor de cabeza y reparo en que mi móvil está sonando como si el mundo se acabara. Estiro la mano a mi mesa de noche y arranco el cable del cargador antes de contestar.

—¿Hola?

Cielos, tengo tanta sed. 

—Hey, ¿todo bien? —Hago un sonido afirmativo—. Vine a tu oficina para invitarte a comer pero, obviamente, no estás —Sonrío.

—Quizá falté un poquito. —Escucho a Ryan reír y me siento en la cama—. Quería ver lo del tatuaje, ya sabes.

Me levanto y me acomodo como puedo el cabello, buscando algo de ropa interior con una mano en un cajón.

—¿Saldrás ahora o ya fuiste? —Estoy segura de que tiene una galleta en la boca.

—La verdad acabo de despertar, sólo voy a cambiarme y saldré —Lo oigo reír y masticar.

—Sin ducharte, ¿huh? —Rio.

—En realidad —empiezo, bajando la voz para tratar de sonar provocativa—, estoy de pie, en medio de mi habitación, completamente desnuda porque después de una ducha caliente —Lo escucho toser y resisto las ganas de reír—. En fin, te dejo. Buen provecho —agrego. 

Lo oigo murmurar algo pero cuelgo y me rio, arrojando el móvil a la cama para vestirme. Decido usar la chaqueta de Ryan en lugar de mi vieja sudadera. La busco mientras ajusto mi moño, tomando el teléfono y las llaves.

Salgo y tiemblo nerviosa, espero tener suerte.



Todo resulta un fiasco.

En uno de los locales el dueño se puso histérico cuando le pegunté si tatuaban a menores de edad, quedó pálido y preguntó a gritos quién me había mandado. Fue bastante gracioso en realidad.

Intenté con otro pero el lugar daba miedo, era tan espeluznante que no reuní el valor para entrar. Me dije que volvería otro día con más calma lo cual dudo.

Ahora estoy en el centro comercial, tomando una malteada. De los cuatro lugares que me parecían similares sólo me queda uno. Justo está aquí pero no tengo ganas de ir. 

Después de varios minutos de suspirar frustrada, dejo unos billetes sobre la mesa, junto con la mitad de mi malteada y casi toda la esperanza con la que salí de casa, y me dispongo a encontrar el sitio.

Busco entre los locales el número de mi destino y después de un par de vueltas, y unas gomitas, llego al sitio. 

—Oh Dios —murmuro.

Es aquí, ver ese letrero es como encontrar la pieza perdida de un rompecabezas. Lo he encontrado. La sensación de alivio me recorre el cuerpo.

Tomo varias respiraciones profundas y empujo la puerta. Me freno de inmediato después de entrar porque no estoy segura de si me metí a una tienda de tatuajes o estoy con el dentista. 

Todo es blanco, está limpio e iluminado y estoy malditamente segura de que aquí no tatuarían jamás a un menor borracho. 

—Buenas tardes, ¿puedo ayudarla en algo? —Me sobresalto y le doy un breve vistazo a la recepcionista antes de observar mi alrededor.

El local se ve pequeño a simple vista, hay un sofá blanco a la derecha de la puerta con una mesilla a lado y la impoluta recepción a mi izquierda. Dos metros frente a mí hay una pared blanca con dos puertas, una cerrada y la otra tiene una cortina de perlas cristalinas.

—¿Quieres ver nuestros catálogos? —Salgo de mis cavilaciones y avanzo hacia la sonriente mujer. 

—En realidad quisiera hablar con un tatuador o alguien que pueda responder mis preguntas —Ella asiente.

—¿Te tatuaste y tienes preguntas sobre los cuidados? ¿O qué tipo de duda tienes? —Niego y le explico que es algo personal, ella me pregunta si soy familiar y vuelvo a negar—. Sólo reciben con cita —Cada vez me siento más en un hospital. Alzo la voz.

—Sólo voy a robarle unos minutos, es realmente importante para mí que responda unas preguntas —Ella me mira como si de pronto comprendiera y me lanza una mirada de disgusto.

Las perlas suenan y aparece un joven con tatuajes en los brazos y el cuello. Me mira de arriba de arriba abajo y alza el mentón en dirección a la mujer de recepción. Supongo que es su manera de preguntarle si soy un problema.

—La señorita quiere ver a un tatuador, Charlie. Creo que tiene unas preguntas personales —La manera en que acentúa la palabra personales me irrita. El chico, Charlie, me vuelve a mirar pero antes de que diga algo, yo hablo.

—No es contigo, apenas y te ves de veinte —suspiro—. ¿Eres el único aquí? —Él niega y le hace una seña a la mujer.

—Hay tres tatuadores: Alex, Lori y Charlie. Y el señor Garver pero...

Señor

—¿Podría verlo? —interrumpo al notar el respeto en su voz—. Al señor Garver —Ella me da una mirada.

—El señor Garver es el dueño del negocio, él dejó de tatuar hace un tiempo. —Miro al suelo mordiendo mi mejilla interna y me entran ganas de llorar. No puedo creer mi mala suerte—. Aunque —mi mirada se alza veloz y veo a Charlie asintiendo hacia ella—, si es urgente podrías esperarlo. Él suele darse una vuelta por aquí cada par de horas.

Mi pecho se infla y asiento enérgicamente.

—Lo esperaré, no importa cuánto tarde —Ella me señala el sofá y me dejo caer sin apenas darme cuenta de que el chico volvió de donde salió mirándome con curiosidad. Tengo un presentimiento, uno bueno, uno esperanzador.

Es atemorizante pero me aferro a ello.

Me apena un poco no saber el nombre de la mujer; se lo pregunto y también si puedo tomar uno de los catálogos. Dice que sí y que su nombre es Laura.

Laura, ugh.

Mientras hojeo tomo mi móvil y llamo a Larissa. Nada ha cambiado desde ayer, sigue enviándome a buzón. Intento cinco veces más y me rindo, le envío una carita sonriente a mi hermana y sonrío cuando recibo a cambio un corazón.

Abro el catálogo y me acomodo en el sofá para ver los tatuajes. Muchos llaman mi atención, quizá me haga alguno un día de estos. Navego en la revista mientras espero que pase el tiempo.

Susurros ©Where stories live. Discover now