Veintidós

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Tengo un mal presentimiento.

Conduzco despacio, sintiéndome particularmente agitada. Llamo a Laura para confirmar la hora y me pregunta si encontré un buen vestido.

—Oh sí, es perfecto —respondo distraída y ella grita lo feliz que está.

—¡Soy la mujer más feliz del mundo! ¡Quiero que sea de noche ya! Tenemos planeado... Oh no, no diré nada hasta que estemos todas juntas. ¡Me muero de la emoción! ¡Las noticias que tengo, mi vestido! ¡Ah! —chilla extasiada—. ¡Nos vemos en un rato!

Como siempre no dije nada mientras parloteaba. 

Suena tan entusiasmada que me crispa.

Frunzo el ceño, confundida, y relajo los hombros, avanzando lentamente por la calle que lleva a mi casa. Me detengo en la cochera y apago el motor pero no me bajo. Apoyo las manos en el volante y trato de descifrar por qué me siento molesta otra vez.

Creo que estoy celosa pero, ¿por qué? ¿Es porque amo a Alex aún? Pienso en sus resplandecientes ojos verdes y me invaden un montón de dolorosos y maravillosos recuerdos.

Pero no me provoca nada. Entonces eso no puede ser, no por él. Cierro los ojos cuando cierta mirada ambarina se cuela a mis pensamientos, alterando el tranquilo ritmo de mi corazón. 

No, no puedo permitirme pensar en Ryan.

Abro los ojos y suspiro, concentrándome en Laura, ¿estoy celosa de ella? ¿Celosa de que mi mejor amiga tiene todo lo que quiere mientras yo estoy sumida en el miedo y la desesperación? ¿De que quizá su felicidad la consiguió a mi costa?

No vayas ahí.

Gruño, luchando contra la ira que intenta tomarme. 

Esa pregunta, esa pregunta me la he hecho por años pero nunca he sido capaz de hacérsela a ella. ¿Cómo podría cuestionarle si estuvo con él mientras seguíamos juntos? No. En aquél tiempo era mi mejor amiga, éramos inseparables, sabía cada detalle de mi difícil relación con Alexander.

Un fino vapor baila a mi alrededor cuando exhalo y me doy cuenta de que mis nudillos están blancos de tanto apretar el volante entre mis manos. Aflojo mi agarre y salgo del auto.

Sigo sintiendo un hormigueo en la nuca que me hace enojar. Odio la constante sensación de no estar sola, pero odio más lo fácil que se me vuelve últimamente enfurecer y perder el control.

Busco mi celular cuando llego a mi cuarto y veo un par de mensajes de Ryan preguntándome si ya me fui y por qué, también los de Violet sobre la reunión de esta noche y busco el número de Larissa.

Dudo entre llamarla y esperar y termino arrojando el celular a un lado de la cama. Me llevo los brazos a la cara, sorprendiéndome al notar que voy quedándome dormida.



Ésta pesadilla es diferente.

La oscuridad que me envuelve me hace sentir en un peligro difícil de explicar. Es distinto, más peligroso, más oscuro que cualquier otro sueño que haya tenido. 

Es un simple sentimiento: odio. 

Odio en el estado más puro que he sentido jamás.

Resulta aterrador y cautivador al mismo tiempo.

Estoy en medio de la nada, quizá en el centro de todo. Mi respiración es tranquila, mi visión nula y aunque estoy paralizada justo donde estoy, siento que me desplazo. Floto. Mis labios se abren y no se sienten propios, no los controlo.

—Estoy cansada de huir —susurro, mis palabras huecas hacen eco en mis oídos—, quiero que me muestres.

Algo se mueve a mi alrededor, lo percibo más que verlo. Debería sentirme intimidada y asustada, pero me siento en calma, a pesar de la sensación de peligro que titila en el fondo de mi mente.

—Te he estado esperando. —La voz conocida hace que mi corazón martille con fuerza contra mi pecho y mi cuerpo se queda justo donde está.

No quiero sonreír y aun así mis labios están curvados hacia arriba, esperando; eso es lo que hago, estoy esperando algo. No tengo idea de qué. 

—Es tiempo de que me los devuelvas —digo, cayendo sobre mis rodillas con un ruido sordo, inclinando la cabeza.

Cierro los ojos y unos dedos helados se posan sobre mi cabeza. Me agito internamente pero sólo me limito a cerrar los ojos con satisfacción.

—No.

Escucho esa voz de nuevo antes de que un punzante dolor me haga gruñir y apoyar mis manos en el suelo. Es intenso y penetrante, y empieza justo donde los fríos dedos se habían posado.

Se repite la negativa y el dolor aumenta con tanta fuerza que mis ojos se llenan de lágrimas y tengo que apretar los dientes para no gritar.

Entierro las uñas en la oscuridad del suelo, sintiendo algo terrible crecer en mi vientre y subir hasta mi pecho. Empiezo a negar enérgicamente, cerrándole el paso a la ira que vuelve a burbujear dentro de mí.

Una parte de mí desea que ella tome el control para ya no sufrir más, pero la otra recuerda las terribles cosas que me ha mostrado y lo único que quiero es que desaparezca.

Grito rabiosa cuando unos dedos toman mis muñecas y me hacen ponerme de pie, puedo percibir la presencia justo enfrente de mí pero tengo los ojos cerrados. 

El agarre en mis muñecas se intensifica y un sollozo escapa de mi garganta, suplico mentalmente que por favor me deje en paz pero mis ruegos son en vano.

Encuentro entre mis pensamientos la petición de abrir los ojos y en contra de lo que quiero, le obedezco. No sé cómo logro vislumbrar esos ojos brillantes y oscuros llenos de desprecio y odio, mirándome a centímetros de mi rostro, en esta cruel oscuridad. 

Pero lo hago, los veo y la rabia en ellos es casi palpable. Los observo sin titubear y me pierdo en ellos. 

—No estás lista.

Gruñe molesta mi voz pero no brota de mis labios. Es de nuevo ella; quien me persigue, quien me tortura, quien me muestra tantos horrores.

Cierro los ojos y siento su agarre desaparecer, empujándome a un abismo, dejándome vacía y trayéndome a la conciencia del despertar, con único y firme pensamiento.

Es tiempo de ganarme esa verdad.

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