Capítulo 14.

421 31 5
                                    

No fue fácil estar en casa con la tensión que generábamos. Paige comenzaba a preguntar si sucedía algo, y aunque le decía que todo estaba bien no dejaba de preguntar.

Mi hermana se estaba volviendo más sociable. Traía sus nuevos amigos a casa, y ella iba a juntarse con ellos. A veces jugaba con Raffe a la orilla del mar o salían a volar. Mamá desaparecía por semanas enteras, en un principio había comenzado a preocuparme pero cuando me percate de que se frecuentaba a ese comportamiento y luego aparecía sin un rasguño me tranquilicé.

Layla y Josiah estaban constantemente comunicando a Raffe sobre decisiones o noticias que el Consejo tenía para nosotros. Ninguna calmó las peleas que teníamos. Por mi parte intentaba no chocar tanto con él, pero costaba ya que solo de lo que hablábamos era sobre encontrar una solución.

Pensé la mil y un formas de convencerlo, pero no la encontraba. Nada funcionaba con él. El problema era que ambos estábamos decididos, y cuando ambos nos decidíamos, nada ni nadie podía hacernos cambiar de opinión.

De igual forma, yo, intentaba de encontrarle el lado positivo de tenerlo a mi lado como humano, y hasta me planteé la posibilidad de que el tuviese una buena recuperación luego de que le quitaran sus alas, pero se me hacía difícil.

Creo que uno de mis motivos por no dejarlo volverse humano, y ser yo quien se convirtiera en inmortal, era el miedo que había comenzado a desarrollar a verme envejecer y morir. Sí, era un poco egoísta, pero no encontraba otra forma.

Estaba tratando de lidiar con que envejecer era lo único que conocía hasta hace una semana de enterarme de que existía la posibilidad de no hacerlo, pero no podía, ahora lo sabía. Sabía de que existía la posibilidad de no hacerlo y estaba dispuesta a arriesgarme a las consecuencias. Estoy segura de que el consejo devolverá mi alma para que pueda estar con Raffe. Era un motivo puro y lleno de amor. Pasar la eternidad junto a él.

Entonces sí, mi decisión estaba tomada. Estaba dispuesta a hablar con Laylah para que me ayude de algún modo. Sabía a ciencia cierta de que ella, como yo, lo último que quería en su vida era ver sufrir a Raffe; no sé cuáles son sus sentimientos hacia él, pero lo apreciaba.

La rotunda negación de Raffe para ayudarme a ser inmortal me dejó atónita, creía que el tanto como yo quería que pasáramos el resto de nuestras vidas juntas.

Los días eran cada vez más eternos. Mi rutina se volvía monótona: ver a Krum, pelear, volver al centro médico, ayudar o limpiar, volver a casa y discutir con Raffe. De cierto modo decidirnos nos estaba alejando de a poco. Cada uno quería algo diferente. Él no quería verme morir, y yo no quería verlo desangrarse hasta morir.

-¡No lo entiendes Penryn!

-¿Y tú si? -mi voz se elevó. Ya estaba cansada-. Siempre debemos seguir tu palabra. Tus decisiones. Tú. Tú. Tú, en todo momento. Simplemente no me dejas elegir, crees que tomando tu mismo la decisión encontrarás lo mejor para mí. Pero no es así.

-Entonces explícame qué es bueno y qué es malo para poder entenderte. Porque que te condenen al infierno no es algo que tú ni yo creamos que es algo bueno, ¿o sí?

No me molesté en contestar, sabía la respuesta.

-Eso es solo una posibilidad. Tu desangrándote no es una posibilidad, eso se dará y será casi imposible detenerlo -comencé a notar como mi voz se quebraba. Maldición.

-¡Hay buenos médicos aquí! Podrán hacerlo.

Me quedé callada un rato. Pensando que si no me hubiera ocultado el por qué iba a comunicarse con Laylah y Josiah hace días, nos hubiera facilitado la decisión y no tendríamos que pasarnos todo el día peleando. ¿Por qué no se acercó a mí? ¿Por qué no me dijo "Ryn-Ryn hay muchísimas posibilidades de pasar la vida juntos"? ¿Por qué no tuve presente en todo momento el hecho de que él es inmortal y yo una simple hija del hombre? Mi enojo no hacía más que crecer y crecer. Debía descargarme. Iba a descargarme. Pero las preguntas no dejaban de formularse en mi mente.

-¡Es arriesgado, Rafael! ¡No estas teniendo en cuenta el saber que podría perderte!

-¿Que no lo estoy haciendo? ¿¡Qué piensas que se me cruza por la cabeza cuando te repito una y otra y otra vez que pueden condenarte en el infierno!?-cruzó los brazos detrás de su nuca- ¿Qué rayos crees que fue lo que me impulsó a hacer todo esto?

-¿¡POR QUÉ NO ME DIJISTE ANTES!? ¿POR QUÉ ME OCULTASTE DE QUE IBAS A CONTACTAR CON LAYLAH PARA OBTENER UNA RESPUESTA?

Maldita sea Penryn, ¿Otra vez llorando? ¿Qué me pasa? ¿Desde cuando soy tan sensible? Tenía ganas de golpearme a mí misma.

Oculté mi rostro en mis manos, avergonzada. No estaba siendo madura para esto. No le estaba demostrando lo fuerte que puedo ser en cualquier situación. Pero mis emociones no me acompañan, me juegan en contra.

Sentí sus brazos rodeándome y sus labios depositando un casto beso en mi coronilla.

-Lo siento-susurró.

-No lo hiciste -sollocé.

-Lo sé, y no lo hice queriendo. Es que jamás creí que existieran dos posibilidades.-No dejaba de estrujarme entre sus grandes brazos-. Jamás quise ponerte en esta situación. Yo te amo, para siempre.

-Hubiéramos podido tomar una decisión más fácil, ¿no lo crees?-pregunté, secando mis ojos y apoyando mi mejilla en su hombro.

-No. No lo creo. Ninguno... ninguno de los dos quiere ver sufrir al otro, así que si te hubiera dicho estaríamos peleando de igual manera en este momento.

-Vamos a encontrar la solución, juntos. -Dije besando sus labios. Aquellos labios que habían recorrido cada centímetro de mi piel y que ahora volvían a recordarme cuán rápido podía volver el calor a mi cuerpo. Esos mismos labios que hacían una danza con los míos, que intensificaban cada sentimiento, que activaba cada terminación nerviosa de mi cuerpo, los mismos a los que mis dientes mordían y mi lengua tranquilizaba.

Raffe me alzó y nos condujo dentro de la casa. Mamá y Paige no se encontraban, y Laylah y Josiah estaban ocupados en sus asuntos, así que podíamos aprovechar el tiempo. Cerró de un portazo y me depositó en el suelo.

La noche iluminaba con una gran luna llena la oscuridad de la casa. Nuestros labios seguían mordiéndose, nuestras manos poco a poco se volvían más juguetonas. No quería perder tiempo. Quité mi pantalón y rápidamente desabroché el suyo. Me subió sobre el alfeizar de una de las ventanas, quitó su pantalón que estorbaba y allí, locos de amor, de manera de reconciliación saciamos nuestra sed de uno del otro. Todo él en mí hacía que cada fibra de mi cuerpo temblara. Su lengua en mi clavícula y sus movimientos rítmicos de vaivén hacían que mi respiración se corte. Nuestros movimientos cesaron cuando juntos acabamos gimiendo el nombre del otro.

No había pasado por alto que él me había dicho cuánto me amaba y que yo lo había esquivado. Estaba un poco enojada aunque no lo haya demostrado, pero creí conveniente que era mejor esperar hasta este momento para responderle con una sonrisa en mi rostro.

-Yo también te amo para siempre...

Ángeles CaídosWhere stories live. Discover now