Capítulo 18.

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Nos íbamos a casar. Un matrimonio. Una familia. Él y yo. Estaba tan emocionada que no podía borrar la sonrisa de mi cara. 

Paige había aceptado entre saltos ser quien llevase los anillos. Estaba tan emocionada que ya había comenzado a practicar cómo caminar y entregar los anillos. La veía tan niña y tan madura a la vez, eso hacía que se me hinche mi corazón orgulloso. Saber que tan pequeña pudo superar tantas pesadillas me hizo pensar de que era una gran experiencia para que pudiera ser independiente y luchadora de grande; nadie la lastimaría, nadie pasaría por encima de ella nunca, porque su corazón es tan fuerte como para soportar todo los obstáculos que se le presenten.

No era fácil organizar una boda. Ya había escrito mis votos que creí que sería lo más dificil, pero aún me quedaba un punto muy importante: quién me acompañaría al altar. De pequeña siempre decía que sería mi padre, y si no era él me quedaba mamá. Pero ahora no tengo a ninguno de los dos; a papá lo perdí hace tiempo, y con mi madre... bueno, con ella ya no puedo contar. Hace mucho que yo he tomado su papel en nuestra familia. Tampoco podía ir con Paige, ella entregaría los anillos.

Oí los pasos de alguien subiendo la escalera, pero me quedé embobada mirando la hoja en blanco que había buscado para hacer una lista de nombres  de quienes podrían acompañarme hasta el altar. Pero después de una hora seguía como la había encontrado, blanca. 

—¿Ryn-Ryn?—la voz de Raffe resonó en el pasillo detrás de la puerta. Entró en la habitación sin esperar mi respuesta—. Acabo de hablar con Joerk, los barcos y aviones llegarán mañana por la noche. Tienes... ¿todo en orden?

—Claro que si, sólo pensaba.

Mi voz  no sonaba muy convincente y Raffe lo notó.

—Por supuesto que no está todo en orden. ¿Quieres hablar de algo? 

Observé su figura imponente en la entrada del cuarto. Siempre que me quedaba más de cinco segundos mirándolo me preguntaba de dónde había sacado tanta suerte como para tener a un hombre tan hermoso y atento a mi lado. Eso era lo único que agradecía del ataque de los ángeles: a Raffe, mi hombre. 

—No, en serio, está todo bien. Si necesito ayuda al primero que acudiré es a tí. —Se acercó lentamente a mi lado para sentarse en la cama enfrentado a mi.

—Penryn...—me nombró suspirando.

—Rafael.

Sus ojos se detuvieron en los míos, fijos, analíticos, llenos de amor y conocimiento. Ubicó su mano izquierda sobre la mía, dejando justo nuestros anillos a la par. 

—Sabes que estaré el resto de mi vida contigo, ¿no?—Asentí en respuesta a aquella pegunta retórica—. Entonces también debes saber que no hace falta que suceda algo malo para que tengas que buscar mi ayuda. Estaré siempre aquí, a tu lado, para aconsejarte y acompañarte en todas las situaciones de tu vida. No temas en contarme lo que sea que esté pasando por tu mente, lo consideres tonto o no.

Aquel dulce tono de voz me derritió por dentro. Me hizo desear contarle todos mis anhelos y deseos en menos de un minuto. Me hizo querer abrazarlo y no soltarlo jamás. Movió emociones que había paralizado hacía años. Estaba tan sensible que hasta quería llorar de tristeza y felicidad en sus brazos. 

Tomé aire y sin decir nada me levanté de la silla y me senté sobre su regazo para envolver su cuello entre mis brazos. Sus manos me rodearon la cintura y apoyó su oreja en mi pecho. Besé su coronilla y allí nos quedamos por un largo tiempo, en silencio, hasta que nuestra respiración y latidos se hicieron uno solo.

Raffe me recostó en la cama, corrió para apagar la luz y volvió para acostarse a mi lado ubicando nuevamente su oído en mi pecho. Levantó mi remera por la parte de mi vientre y comenzó a acariciarlo en círculos. Aproveché aquella posición para acariciar su pelo. La situación y la armonía de la habitación me dieron el coraje para hablar. 

Ángeles CaídosWhere stories live. Discover now